Tom se puso de pie de repente mientras corría a buscar su abrigo. ¿Quién podría estar intentando entrar a casa de la chica de melena rojiza?
—Presta atención a lo que te voy a decir: ve a la cocina e intenta entrar a uno de esos gabinetes, o a un lugar en el que te puedas esconder en tanto que yo llegue. Llama a la policía, es necesario, cualquiera de los dos llegaremos primero.
«¿Debería entrar al armario o debajo de la cama?»
Preguntó con un poco de duda.
—No, no y no… esos son los primeros sitios en los que van a buscar, ¿No has visto las películas? Las víctimas siempre se esconden en ese punto. Ten algo a la mano que puedas usar como arma. Estoy en camino.
Emma estaba observando fijamente a la entrada de su vivienda, ella estaba segura de que esa persona la estaba viendo, lo que no le permitía moverse con tal libertad, los ojos de la pelirroja estaban recorriendo la habitación, estaba buscando algo que le pudiera servir como arma.
Era la primera vez que se encontraba en una situación como esas y, de cierta manera, le aliviaba poder haber tenido a quién llamar.
Estaba segura de que si algo así le hubiera sucedido cuando vivía junto con sus padres, ellos habrían ayudado al agresor para poder deshacerse de ella.
Emma controlaba su respiración, si llegaba a alterarse más de lo necesario su historia podría terminar en tragedia, debía confiar en que Tom llegaría a tiempo, y al mismo tiempo, estaba llamando a la policía. Ellos deberían hacer algo, pero ¿Quién tardaría más en llegar?
Hasta ese preciso instante la pelirroja desconocía el lugar en el que vivía su nuevo amigo, por lo que calcular alguna distancia le resultaba casi imposible. Ella estaba esperando que ese hombre que estaba a las afueras de su casa, se cansara de intentar entrar y decidiera marcharse. ¿Acaso no veía que no había nada de valor en el interior?
Bueno, lo único que tenía valor, era la vida de la joven.
El viejo reloj de pared estaba resonando con su incómodo «tic tac». Este se había convertido en uno de los sonidos más estresantes que Emma había llegado a escuchar en toda su vida; los ojos de la pelirroja no se despegaron de la puerta. Ella sentía que en cualquier momento esa iba a abrirse y dejaría de contarla.
¿Por qué de todas las casas, esa persona debía intentar entrar a esa? Su figura, a pesar de ser bastante delgada, era un poco alta. Emma no debía confiarse de nadie, ni siquiera del aspecto esquelético del que estaba al otro lado.
«¿Me escuchas? ¿Estás bien?»
Preguntaba Tom al otro lado de la línea, en el fondo se podía escuchar cómo tocaba la bocina casi sin detenerse, al aparecer él iba a terminar con una gran cantidad de infracciones ese día. Pero no había nada más importante que la seguridad de una persona.
—Sí, te escucho… esa cosa no ha logrado entrar, no aún. Ven rápido, por favor, pero no te vayas a estrellar con nada — susurró la chica llevando su mirada de la puerta al reloj, y del reloj a la puerta.
«Estoy bastante cerca, no te preocupes».
Escuchar la voz de Tom era una de las maneras que Emma había encontrado para tranquilizarse. Unos pocos minutos habían pasado y tanto Tom como algunos de los oficiales llegaron al mismo tiempo.
Un par de ruidos y quejidos se escucharon en el exterior, pero ella no deseaba salir para ver… ella prefería seguir viviendo. El tiempo pasó y Tom entró buscando con su mirada a Emma, la cual estaba justo en frente de sus ojos.
—¿Estás bien? — preguntó caminando de manera acelerada para quedar en frente de la chica. La mirada de Tom recorría el cuerpo de la chica buscando alguna señal de herida.
Emma asintió un par de veces mientras sentía que podía respirar con tranquilidad.
Lo que le llenaba de duda y curiosidad era ¿qué clase de persona era la que se había atrevido a seguirla? No había manera de que se tratara de mera causalidad; ni mucho menos que hubiera sido un accidente. Esa casa no era tan fácil de confundir con alguna otra, considerando en mayor medida que ella estaba demasiado desgastada estéticamente.
—Gracias por venir —dijo ella lanzando un suspiro, había sentido cómo sus piernas no respondían, quizá se debía a la carga de cortisol que había tenido su cuerpo en el momento de pensar que casi moriría.
—Ya estás segura, era un joven de cabeza azul — expuso el joven elevando los hombros.
—¿Azul? — preguntó ella confundida.
La mente de Emma fue llevada a esos días tortuosos en los que se encontraba en casa de sus padres; su hermano menor, su único hermano, había insistido tanto en teñirse el cabello que sus padres estaban de acuerdo, obligando a la chica a darle el dinero para hacerlo.
Ella estaba hecha una furia, se suponía que lo que había alcanzado a reunir era para cubrir el gasto de algunos de los servicios.
Sus padres siempre la habían tratado de esa manera, y ella no tenía dudas de que la persona que había intentado abrir las puertas de su casa, era su hermano.
—Es extraña la moda de los chicos de hoy día — afirmó ella con una pequeña sonrisa en su rostro.