Esposa sustituta

• Juego de celos •

Maxwell se encaminó rápidamente a buscar un delantal para comenzar a trabajar. Una sonrisa traviesa se posó en sus labios, él estaba realmente decidido a hacer que su amada esposa sintiera lo que él había sentido poco atrás.

Lo que no imaginaba era que la pelinegra, a pesar de sentirse de esa forma; le haría pagar con la misma moneda, ella jugaría de la misma forma que su esposo.

Por esto fue que en el momento en el que Emily salió de la cocina, luego de ayudar a su madre con los platos, ella se encontró con un mesero bastante servicial con las chicas que la pelinegra había visto con anterioridad.

—Así que quiere jugar con fuego — murmuró Emily llevando sus manos a la cintura.

Detrás de ella, iba saliendo Miriam, la cual notó la escena y escuchó las palabras de su hija. Una de sus cejas se elevó, demostrando un poco de sorpresa. Ella en ningún momento había llegado a imaginar que su yerno, el presidente ejecutivo de J&C iba a ser tan carismático con otras personas.

La mirada de la señora fue llevada a su hija, la cual estaba apretando sus dientes con fuerza, eso lo notaba gracias a la tensión que había en la mandíbula de la pelinegra.

Esa reacción le dio a entender que se acercaba una verdadera escena de película.

—¿Qué piensas hacer? ¿Una escena de celos? — cuestionó la señora con la intención de hacer que su hija se mostrara un poco más molesta.

Ella estaba dispuesta a divertirse con un poco de acción en medio del restaurante; además de eso, podría ver con mayor detalle qué clase de relación había entre los dos chicos. 

Miriam estaba convencida de que ellos eran mucho más cercanos de lo que estaban demostrando, bueno, ella no había visto la pequeña escena de celos de su hija. La señora sabía que Emily en ocasiones podría salirse de control, mientras no hubiera platos rotos, todo iría de maravilla. 

—¿Celosa? ¡Ja! — exclamó la joven de melena oscura mientras sacudía su cabeza de un lado a otro.

Ella era casi tan terca como su madre, y no demostraría cómo se sentía en ese momento, a pesar de que lo estuviera haciendo a gritos gracias a sus gestos exagerados. 

—Solo… le enseñaré cómo se juega — expuso con serenidad, tomando uno de los paños con los que limpiaba las mesas. 

«¿Cómo van a pensar que estoy celosa, estoy perfectamente?»

Pensaba la chica mientras lanzaba un par de bufidos.

Sus ojos no lograban separarse de dónde se encontraba su carismático esposo.

La campanita de la entrada sonó una vez más y ella notó que era su oportunidad para molestar al chico de cabellera dorada; al final de cuentas, él no conocía a casi nadie del pueblo. 

Un par de personas habían entrado al restaurante, ellos habían estudiado junto con Emily en el tiempo de su adolescencia, por lo que, quizá los podría usar como medio para burlarse de Maxwell. Para evitar algunas diferencias entre ellos o ciertos malentendidos, la pelinegra se dispuso a pedir su ayuda de manera clara. 

Ellos simplemente no pudieron negarse, no cuando se trataba de la chica que les había llamado la atención en el pasado, bien que ahora, de esos sentimientos solamente quedaban agradables recuerdos. 

La mirada de Miriam no se había separado de los meseros, quienes estaban dispuestos a dar todo de sí para llenar de celos a su contrario. La señora sabía que de eso podría sacar bastante provecho, por lo que se resolvió solo intervenir si las cosas se salían de control.

Una gran sonrisa estaba en los labios de Emily, cosa que no pasó desapercibida para el rubio, quien estaba intentando centrar su atención en las personas a las que estaba atendiendo; era la primera vez en la que el joven trabajaba de esa manera.

Era una nueva experiencia que, sin duda alguna, terminaría siendo una de las más memorables.

«¿Estoy viendo bien?».

Se preguntó el chico al ver que su esposa estaba demasiado cerca a ese par de chicos. 

Sus celos se dispararon a la estratosfera cuando notó que uno de ellos estaba posando su mano sobre la de la chica; además de eso, esta se deslizó hasta llegar a su hombro. 

«¡¿No piensa hacer nada?! Ella simplemente está sonriendo».

Se decía en un tono molesto. 

El joven aclaró su garganta, sentía que debía respirar un poco y que todo esto estaba fríamente calculado por la chica de melena lacia. Él conocía que la chica no se detendría hasta hacer que el rubio desistiera de su broma. ¿O lo ha de estar haciendo por la propina? 

«No te preocupes por ella. Es así con todos los clientes; por eso en la época de invasiones muchos vienen para ser atendidos por ella».

Las palabras de Miriam no dejaban de reproducirse en la mente de su yerno como si estuvieran en bucle. No encontraba el botón de silencio, pausa y ni siquiera sabía por qué no podía reflexionar en algo diferente. 

Los ojos del rubio se abrieron de par en par ¿A qué se refería su suegra al decir «Invasiones» ¿Acaso eso no se trataba de algo ilegal? El joven sacudió su cabeza, ya estaba comenzando a divagar en sus pensamientos. 




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