Esposa sustituta

• Aún no ha metido las patas •

—¿Por qué me hablas así? ¿Qué hice? — se quejó la chica extrañada por la actitud de su esposo. Sabía que se iba a enojar, pero decir que ellos estaban viendo de más, era una tontería. Emily llevó sus labios a un lado mientras los fruncía, ella estaba satisfecha por estar logrando su cometido, pero las cosas no se quedarían simplemente así.

—Ellos no dejaban de verte, es inaceptable — añadió Maxwell apretando sus labios, incluso su entrecejo estaba completamente fruncido. 

—Son chicos, los chicos son siempre así; por otro lado, crecimos juntos, hay bastante confianza entre nosotros — afirmó la chica haciendo un sonido con su lengua —¿Estás molesto? — preguntó elevando una de sus cejas, al final de cuentas, sabía que Maxwell era tan testarudo como para reconocer que los celos lo estaban carcomiendo a una velocidad acelerada. 

—No, ¿Por qué lo estaría? — afirmó cruzándose de brazos. 

—¡Genial! Porque cenarán con nosotros esta noche, como en los viejos tiempos. 

Cuando terminó de hablar, dio un par de golpecitos en el hombro de su esposo y se alejó de él, una pequeña sonrisa ladina se posó en su rostro mientras abandonaba la cocina. Si Maxwell creía que podía con ella, estaba completamente equivocado; al poco tiempo Miriam entró a esta, viendo cómo Maxwell estaba tensando su mandíbula. 

—Al parecer, a mi hija le está yendo bien… el lugar se está llenando de clientes, como en los viejos tiempos — expuso ella con una sonrisa. —¿Podrías llevar esto a la mesa seis? 

Maxwell asintió sin pensarlo dos veces, más sabiendo que la mesa número seis era en la que estaban los chicos. 

Miriam tenía todo calculado, deseaba ver la reacción de su yerno, por lo que hizo que los chicos intercambiara a los clientes. 

Los pasos de Emily fueron llevados hasta dónde estaban las chicas, ellas tenían el cabello rubio y los ojos bastante claros. Para ser honestas eran bastante hermosas, a lo que la inseguridad de la pelinegra era mucho mayor.

Conociéndola, ella no  se dejaría caer fácilmente, pero a diferencia de Maxwell, que estaba dispuesto a ahuyentar a aquellos chicos del restaurante, Emily deseaba saber qué pensaban de su esposo, eso sí, omitiría ese pequeño detalle de su relación. 

Aunque, si ella se detenía a reflexionar en ello, lo más seguro era que se hubieran percatado de eso, en el momento mismo en el que Emily lo había besado. 

«¿En qué estaba pensando mi madre cuando nos hizo cambiar?».

Se preguntaba la chica llevando la comida a su respectiva mesa. 

Una radiante sonrisa se posó en sus labios, de la manera que ella acostumbraba al trabajar. Ella estaba dispuesta a hacer un gran trabajo; si a eso le añadimos la reputación que como mesera había generado en el pueblo de su niñez, sería una gran pérdida, si a eso le sumábamos que no solo era su reputación, sino, también la del restaurante de Miriam. 

—Esto es lo que ordenaron, ¡disfruten su comida! — expuso la pelinegra sin dejar a un lado su sonrisa. Todo a pesar de las miradas de disgusto de las jóvenes. 

—Supusimos que vendría el chico de lentes — afirmó una de ellas. 

—Está atendiendo la otra mesa, si gustan, le diré que continúe con  ustedes. Es nuevo, ha tardado en meter las pa… — las palabras de la pelinegra se detuvieron al escuchar un estruendo en su espalda. —No me digan… ¿Ya metió las patas? — dijo en un hilo de voz, mientras las rubias asentían. —Voy a resolver ese incidente, me hacen saber si quieren que él les traiga sus bebidas, la comodidad del cliente es mi meta — expuso con una sonrisa algo pícara. 

• • •

—Estás despedido — sentenció Emily llegando detrás de Maxwell. 

El joven había derramado la sopa caliente sobre los excompañeros de la pelinegra, había sido todo un completo «accidente» pero no era ningún secreto para ninguno que lo hizo con toda la intención del mundo. 

—Eres mi esposa ¿Cómo dices que estoy despedido? — se dijo el chico lanzando un gran suspiro, su entrecejo estaba fruncido y claramente estaba en desacuerdo con la decisión repentina de su esposa. —¿Te estás escuchando? — preguntó por segunda vez. 

—Me estoy escuchando, y perfectamente — afirmó la pelinegra llevando una de sus manos a la cintura. Ella estaba apretando sus labios, para ella era inaceptable que Maxwell hiciera algo así, Emily tenía la seguridad de que no había sido un accidente, ni en lo más mínimo. 

—¿No crees que estás siendo muy dura con tu esposo? — dijo una vez más mientras se señalaba a sí mismo.

El rostro de la pelinegra estaba inexpresivo, ella simplemente se limitaba a observar a Maxwell, sin decir ni una sola palabra. 

Esa situación estaba haciendo que el rubio notara que sería difícil hacer que su joven esposa cambiara de opinión, por lo que solo tomó un poco de aire y se cruzó de brazos. 

—Iré a hablar con mi suegra — sentenció el chico dándose media vuelta y caminó en dirección a Miriam, la cual estaba viendo cómo se desarrollaba su plan, en medio de la cocina para no ser vista. 

—No te irás a ninguna parte — dijo Emily a sus espaldas, lo que hizo que los pasos del pelinegro se frenaran. —Primero debes disculparte y limpiar este chiquero — ordenó con severidad.




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