—No me sentiré de esa manera, si mi amada esposa me da una nueva oportunidad para demostrar mis habilidades — susurró el joven una vez más, su mirada estaba atenta a cada uno de los gestos de Emily, no se sentiría cómodo si la dejaba en medio del restaurante a ella sola, los hombres… ellos normalmente carecían de decencia; por lo menos, eso es lo que el chico de melena dorada estaba pensando.
—Tendremos que hablar de eso en el momento en el que mi madre salga de su escondite, ella es la que tiene la última palabra; por lo tanto, luego de disculparte, iremos con la señora Miriam.
Un gran suspiro salió de los labios del chico, a decir verdad el joven no tenía escapatoria, y si deseaba seguir en buenos términos laborales con su esposa, debía hacer lo que ella estaba diciendo.
—Me disculparé, pero eso no significa que yo haya estado de manera incorrecta; es más, lo haré para que tú estés segura de lo mucho que te amo — afirmaba Maxwell a regañadientes mientras se daba la vuelta para disculparse.
—Aún podemos checar las cámaras de seguridad — expuso la pelinegra con una sonrisa ladina.
Antes de que alguno alcanzara a añadir alguna palabra, Miriam salió de su escondite y tomando a ambos de los brazos, los arrastró hasta la cocina. —¿Qué es lo que está sucediendo entre ustedes dos? — cuestionó lanzando un pesado suspiro.
Ella era consciente de que su plan no había funcionado como deseaba, por lo que, para mejores resultados, la señora decidió que lo mejor era que ambos pasaran tiempo juntos, muy, muy lejos del restaurante. Antes de que un incidente sucediera entre ambos, o que terminaran quebrando la vajilla del lugar.
—Ambos están tomando un descanso, me parece injusto que estén trabajando en sus vacaciones. El restaurante cerrará después de medio día para poder dedicarles el tiempo que merecen — anunció la señora con una gran sonrisa. —Por ahora, Emy, creo que deberías darle a ese hombre un recorrido por el pueblo; a juzgar por su ropa, no ha llegado a ir a la plaza — guiñó un ojo mientras hablaba a oídos de su hija.
Emily chasqueó con la lengua mostrando su inconformidad con las palabras de su madre, al final de cuentas, ella los estaba despidiendo temporalmente a ambos; la pelinegra no tuvo duda de eso en el instante en el que su madre mencionó la plaza, la cual era el sitio en el que vendían la mayor cantidad de comida en el pueblo, y ¿Quién no podía resistirse a la comida? Eso es, Emily.
• • •
—Fue muy amable de parte de tu madre dejar que te tomaras el día de vacaciones, libre. ¿No lo crees? — afirmó el hombre caminando a la par de la pelinegra mientras observaba alrededor cada una de las decoraciones y puestos de comida. Todo lucía perfectamente delicioso.
Maxwell estaba aprovechando cada instante para conocer un poco más el mundo en el que Emily había crecido, él jamás había llegado a ver algo semejante.
Lo mucho que había llegado a ver de naturaleza, eran los árboles pulcramente podados de su instituto; luego en la universidad había un poco más de naturaleza, bueno, si a patios, sin ninguna clase de arena o tierra, se les pudiera llamar así si tenían plantas en cada lugar.
—¿Crees que fue amable? — soltó Emily una pequeña risita. —Ella no estaba siendo amable, ella nos hizo salir del restaurante, de cierta manera nos despidió por hoy y mañana — afirmó la chica llevando la cabeza de un lado a otro.
Había momentos en los que a ella le costaba trabajo comprender a su esposo, de hecho, este era uno de ellos: En medio de la calle se detuvo en seco para poder admirar un servicio de baño público.
—¿Quieres entrar? No lo recomiendo — expuso ella, ladeando su cabeza, frente a la mirada asombrada de Maxwell. —Siento que estoy caminando con uno de los niños a los que les daba clases — susurró sonriendo de manera chica, se le hacía un poco tierno ver al joven que encabezaba una de las compañías más grandes del país, admirar un asqueroso y nauseabundo baño público.
—Jamás he visto algo así.
—Y yo desearía nunca haber entrado a uno — masculló la pelinegra.
—¿Se puede entrar? — cuestionó con un poco de curiosidad, su niño interior le estaba pidiendo a gritos saber qué cosas había en el interior de uno.
Un pequeño suspiro se escapó de los labios de la pelinegra, si Maxwell deseaba entrar a uno, ella no era nadie para poder impedirlo. Asintió con una pequeña sonrisa, llevó una de sus manos a la cabeza para poder tomar el gorro de lana que llevaba y lo extendió en dirección al chico de melena dorada.
—Sí, lleva esto por favor, y lo usas para poder cubrir tu nariz. Me lo agradecerás luego.
—Huele delicioso — afirmó recordando el aroma del champú de la pelinegra.
—Eso me recuerda, ¡deja de estar utilizando mi champú a escondidas! Tienes el dinero suficiente para poder comprar el tuyo propio, incluso podrías comprar la fábrica entera — se quejó la chica lanzando un pesado suspiro.
—Lo siento, pero es que el tuyo es mucho mejor — sonrió el hombre señalando en dirección al baño. —¿Vienes conmigo?
—Ni en mis peores pesadillas.
Maxwell elevó sus hombros y se encaminó al famoso baño, Emily lo observaba desde la distancia, mientras llevaba una de sus manos a la frente.