Esposa sustituta

• Un cambio de planes •

—Creo que eso es lo más sencillo de responder… todos sabemos aquí que sacarte de tu cueva, es mucho más difícil de lo que imaginas — expuso Tom —y yo lo sé más que cualquiera — afirmó por segunda vez llevando sus manos al pecho. 

—¿Y qué tiene que ver Emily en todo esto? — indagó el joven empresario mientras elevaba una de sus cejas. 

—Si se trata de Emily, dejas todo tirado para ir detrás de ella; además, necesitábamos hacer un poco más de tiempo para que yo lograra llegar con el resto de las decoraciones. 

—¿Y la sangre? — rechistó por segunda vez, en esta ocasión, la persona que respondió fue la involucrada con una radiante sonrisa, ella había sido la que ideó esa parte del plan; al final de cuentas, ella estaba decidida a hacer del cumpleaños de Maxwell, completamente inolvidable. 

—No era falsa, descuida — guiñó un ojo hasta que vio el semblante confuso de su esposo sobre ella. —¡Es broma! Es sangre falsa… ¿De dónde crees que vamos a sacar sangre real? — cuestionó riendo de manera falsa. —Dijiste que siempre olvidabas tu cumpleaños, bueno, no deseaba que este fuera olvidado… es nuestro primer cumpleaños juntos — asintió con seguridad. 

Las miradas de los presentes fueron llevadas del uno al otro; Ellos sabían que cuando se trataba de Emily cuando reía de manera falsa, era porque era completamente contrario a lo que decía. ¿Cuál era la verdad detrás de esa inofensiva broma? 

Giselle dio un par de aplausos para llamar la atención de todos, esa, sin duda, se había convertido en una situación demasiado incómoda y extraña. Sin decir ni una sola palabra, ella señaló la comida que estaba en frente de ellos, lo mejor que podían hacer, era comer antes de que esta se enfriara. 

El viejo loco del bosque

Los pasos firmes del hombre de ojos claros resonaban en el interior de su edificación, todo había terminado de construirse de manera exitosa; cada una de las decoraciones estaban en el punto que él mismo le había asignado; las personas que eran las encargadas de servir a Emily cuando ella llegara a esa mansión estaban siendo reclutadas, con la advertencia de que: 

«Si alguno llega a mencionar este lugar de cualquier manera, será torturado hasta la muerte».

Las palabras de ese hombre eran tan severas, que muchos no pudieron siquiera comenzar su trabajo; algunos fueron despedidos y otros lo abandonaron por cuenta propia, de cien personas, quedaron simplemente diez, y estas, eran las necesarias para el servicio de la joven de melena oscura. 

—Todo está avanzando de manera adecuada, señor — informó uno de sus hombres de confianza. 

Una sonrisa ladina se posó en los labios de su jefe, el cual estaba satisfecho con el resultado, solo faltaba encontrar la manera para hacer que Emily decidiera ir de manera voluntaria con él. Y esa era la parte más difícil de su plan. 

—Necesito algo más de ti — sentenció el hombre llevando su mirada a su interlocutor. —Eres una de las personas más cercanas a Maxwell… quiero que los pongas en contra del otro — afirmó. 

—¿Cómo podría hacer algo así? 

—Deberías saberlo, al final de cuentas, serás uno de los más beneficiados con todo esto. 

No se dio más, un solo asentimiento dio por terminada la conversación y cada uno se fue por su camino. Si Emily y Maxwell se alejaban del otro, sería mucho más sencillo tomar el control sobre ellos, y Emily… ella no dudaría en ir a buscar consuelo entre los brazos de otra persona. 

Max y Emily

—Este lugar es ridículamente gigantesco — afirmó Miriam apenas atravesó la puerta principal de casa. 

—Lo sé, eso fue lo primero que pensé al llegar aquí — añadió la pelinegra. —De hecho, aún no me acostumbro — una risita nerviosa apareció en sus labios. —la verdad es que no he terminado de recorrer todas las habitaciones — ladeó la cabeza. 

De cierta manera, a la pelinegra le daba miedo terminar perdiéndose en su propia casa. No es secreto para ninguna que ella es una de las personas más distraídas que existen en la tierra. 

—Pensé que no te gustaba la sala de bolos, o la biblioteca — masculló Maxwell dejando salir un suspiro. La mirada atónita de la pelinegra se posó sobre él, sus ojos estaban abiertos de par en par, pestañeó un par de veces. 

—¿Tenemos una biblioteca y no lo sabía? — Una bocanada de aire golpeó en contra de sus labios, produciendo un sonido similar al de un caballo. —Te perdonaré por no decirme — expuso la chica señalando a su esposo. —Vamos mamá, te llevaré a tu habitación, así no te me vas a perder — afirmó tomando la mano de su madre. Dándole un último vistazo a Maxwell, lo señaló diciendo de manera amenazante: «Más tarde hablamos». 

—¿Ahora qué hice? — cuestionó el joven llevando sus manos a la cintura. 

Para Maxwell, ese día había sido una completa locura, o por lo menos lo había sido hasta ahora. Las cosas estaban a punto de dar un nuevo giro en sus vidas, al parecer, debían acostumbrarse a que sucediera. 




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