Esposa sustituta

• ¿Hay alguien en prisión? •

—¿Me estás diciendo que tendrás que marcharte por una semana? — indagó Emily frunciendo levemente el ceño. Estaba claro que a la pelinegra la noticia la había tomado un poco por sorpresa; de igual manera, reconocía que era parte del trabajo de su esposo y no había nada que se pudiera hacer. 

—No quiero dejarte sola — afirmó ladeando la cabeza. —Además de eso, la suegrita debe irse el mismo día que yo— masculló lanzando un pequeño suspiro; sabía que si Miriam estaba al lado de su hija, las cosas serían más sencillas para Emily, no debían ignorar el hecho de que su acosador la estaba manteniendo vigilada. 

—No te preocupes por eso, estoy segura de que alguna de las chicas va a quedarse  conmigo — expuso de manera relajada, a pensar que la idea de tener a su esposo lejos, no le agradara ni un poco. —Estaré bien, ¿recuerdas que Emma logró ganar en ese concurso de lucha callejera? ¡Con ella no me preocuparía de nada! — exclamó con seguridad. —Es como si tuviera un novio conmigo — afirmó una vez más, llena  de asombro. 

—Y ahora el preocupado soy yo — soltó en un hilo de voz. 

—¿Qué dijiste? — preguntó la pelinegra con una pequeña sonrisita, no había escuchado nada de lo que su esposo había acabado de decir, y el mayor estaba seguro de que lo mejor era no repetirlo, o la chica de melena oscura lo usaría como una manera más para molestarlo. 

—Volviendo al tema anterior, solo será una semana, intentaré que las reuniones terminen lo antes posible y así podré regresar antes a tu lado — afirmó el joven dando un asentimiento como manera de asegurarlo. 

—Aún nos queda una cena en familia — expuso Emily con una radiante sonrisa —La abuela se comprometió a preparar sus famosas y deliciosas galletitas — afirmó ella haciendo un pequeño bailecito. —No te imaginas lo mucho que me gustan — expuso con seguridad. 

Aquellas galletas eran las mismas que Emily había preparado para ayudar a la abuelita, sin saber que era una de las artimañas de la anciana para hacer que las cosas entre los dos mejoraran.

En efecto, le sirvió bastante bien… Ahora lo siguiente que la anciana debía cumplir, era el poder cargar a su pequeño bisnieto entre sus brazos, bueno, aún le quedaba un largo camino que recorrer, pero estaba dando lo mejor que podía para que la fecha llegase. 

—Emy, despierta — susurraba Maxwell mientras acariciaba el rostro de su esposa con total cuidado. El joven se encontraba ya con su traje característico, en cambio, la pelinegra se había quedado dormida, justo en el primer día después del fin de semana.

—Tengo sueño, quiero dormir más — afirmó la chica dándose la vuelta y ocultando su rostro en una de las almohadas. 

—Los dos sabemos que yo soy la persona que menos quiere que vayas a trabajar, más aún cuando no te hace falta nada. Pero… si te dejo faltar hoy, muy seguramente sufriré las consecuencias cuando estés gruñona todo el día — masculló el joven intentando convencerse a sí mismo que lo mejor era hacer que su esposa se levantara. 

Emily continuó con su pequeña rabieta, cubría su rostro más y más, intentaba evitar los rayos de sol en su cara. Maxwell no tuvo más opción que tomar las sábanas y retirarlas del sobre el cuerpo de la pelinegra. Un gruñido escapó de los labios de la joven, pero estos no sirvieron de nada. Maxwell, por su parte, la tomó por las piernas y la arrastró fuera de la cama, tal fue la impresión de la chica que sintió que caería en cualquier momento, debido a su instinto de supervivencia, dio un pequeño giro para evitar caer. 

—¡Ya! ¡Ya! ¡Voy a levantarme! — soltó de un grito, temía por su vida. 

Cerca de media hora había pasado y los tres individuos terminaban de desayunar, el ambiente era un poco silencioso, aun así, agradable. Miriam disfrutaba de cualquier instante, por pequeño que fuera, para estar al lado de su hija.

—Mamá hablé con Emma, ella te acompañará mientras no esté en casa — afirmó la chica con una radiante sonrisa.

Ella deseaba estar mucho más tiempo con su madre, pero se encargaría de que ella no se sintiera aburrida, mientras su hija está «divirtiéndose» en el trabajo. Emily se aseguraría de hacer todo lo más rápido posible, para pasar un poco más de tiempo con su madre. 

—Descuida… ¡Oh! — exclamó de un aplauso. —¿Soy yo o hay algo entre ella y Tom? — indagó con un poco de duda y picardía —parece que es la única que le tiene paciencia al pobre chico — afirmó Miriam llevando su cabeza de un lado a otro con suavidad. 

A los ojos de la señora, Tom era un gran chico, el cual era un poco incomprendido debido a su extraña actitud. Ella no había echado ver que su adorado retoño era la versión femenina de aquel chico, y, en cuanto a Maxwell, evitaba hablar de ello; solo después de que soñara que se estaba casando con Tom vestido de mujer. Más que sueño, fue una gran pesadilla. 

—¡Sí! ¿Lo ves? — expuso la pelinegra golpeando el hombro de su esposo. —Te dije que las cosas entre ellos dos estaban yendo de maravilla. A pesar de que no nos haya hablado acerca del chico que está en prisión… se les llegó a escapar una sola vez, pero no dieron detalles… es como si tuvieran un secreto bien guardado — suspiró la joven chasqueando con su lengua. 

—Si ellos no desean hablar de eso, es porque han de tener sus buenas razones para hacerlo. No debes saber todo de todos — susurró Maxwell con serenidad. Sabía que si hablaba de más o en un tono equivocado, Emily podría ofenderse y eso era lo menos que deseaba. 




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