—¿Estás bien? — preguntó el rubio que evitaba respirar a toda costa. Emily asintió con lentitud, pero cuando la bolsa estuvo lejos de su rostro, las arcadas volvieron a aparecer. —Nunca más, volverás a tomar esa cosa, no quiero quedar viudo antes del primer aniversario — masculló en un tono de voz bastante suave.
Una de las manos de Maxwell acariciaba la espalda de su esposa, mientras que con la otra, intentaba recoger su lacia cabellera. La pobre joven había terminado de vaciar su estómago, pero aun así, no podía detener sus náuseas.
—Deberíamos ir al médico, para que te hagan uno de esos lavados de estómago — expuso el rubio una vez más, pero la pelinegra solamente se rehusó.
No había manera en la que ella fuera a un médico por cosas como esas, además de su pavor, sentía que solo era un malestar.
Aquella molestia persistió aún en la noche. Su madre estaba cocinando las últimas porciones de carne de cordero, la abuela estaba sacando sus famosas galletitas del horno y Emily, aún tenía su estómago revuelto. Ella en ocasiones pensaba si lo mejor era hacer caso de las palabras de Maxwell e ir a un médico, pero sencillamente, el terror por ir, era más fuerte que su malestar.
Los ojos de Miriam se posaban constantemente en su hija, ese malestar era demasiado extraño, era más, nunca en su vida, a la pelinegra se le quitó el apetito de una manera similar. Lo único que ella comía eran las delicadas frutillas que decoraban el postre.
—Emy, deberías ir a un doctor, no es normal que te sientas así… es la primera vez — susurró la señora a oídos de su hija.
En ese momento todos estaban ya a la mesa, incluso los amigos de los chicos habían sido invitados a esa extraña cena familiar. «Extraña» porque la presencia de Giselle aún se sentía así, extraña.
—Mamá, es la primera vez que hago esa horripilante mezcla, no he podido sacar el sabor de mi boca… es asqueroso — respondió la chica haciendo una mueca de asco.
No importaba qué cosas hiciera, ese sabor no desaparecía, era como si hubiera impregnado todas sus papilas gustativas y eso fuera lo único que podía saborear sin importar qué clase de sabores probara.
—¿Has tomado agua sola? La usan para limpiar el paladar. No es tan efectiva como el limón, pero estoy segura de que no deseas probarlo una vez más — dijo Giselle observando de manera fija a su nuera, a la cual, de solo escuchar la palabra «limón» tuvo más que suficiente para no poder retener más sus náuseas.
Emily corrió lo más rápido que pudo, llegó justo a tiempo antes de que las arcadas comenzaran; su frente estaba sudorosa y sus manos habían comenzado a temblar un poco.
Maxwell se puso de pie para asegurarse de que su esposa estuviera bien; sin embargo, uno de los comentarios de las chicas le hicieron detenerse. ¿Cómo era posible que supusieran que estaba en embarazo? ¡Era imposible! Ellos no habían llegado a intimar, y esa era claramente la manera de quedar en embarazo.
Un suspiro salió de los labios del rubio, al recordar que, frente a todos; a excepción de Miriam; estaban casados realmente, sin que supieran el enredo y los motivos iniciales.
A los ojos de todos ellos eran una pareja normal, así que, llevar a mayores detalles no sería de completa ayuda, ni mucho menos, prudente. Tomando un poco de aire, se encaminó en dirección de la pelinegra.
Emma observó de un lado a otro, Tom, por su parte, mantenía la mirada en el lugar por el que el rubio había salido.
—Es imposible que esté en embarazo — sentenció Tom al extender sus manos sobre la mesa. —Su matrimonio es...
—Uno de los más extraños que he llegado a ver en toda mi corra existencia — Intervino Emma dándole un pellizco al castaño por debajo de la mesa.
Emma había logrado convencer a Tom para que le contara la verdad entre ellos dos, y era que, las palabras de ese hombre que le estaba insistiendo para hacer que ella traicionara a su nueva amiga, seguían retumbando en su cabeza. «El matrimonio de ambos, es contractual».
Sin saber a qué se debía, Emma terminó interrogando al pobre Tom, el cual no pudo evitar decirle cada uno de los detalles de lo sucedido.
En aquel momento, los ojos de Emma se abrieron de par en par, pues había creído que lo que dijo el hombre extraño, era una mala broma o una manera para sembrar discordia.
Ella sabía el secreto, pero... Eso no significaba que se lo diría a todo el mundo. Ella respetaba la privacidad de la pareja y, al juzgar por lo que Tom le había relatado, era realmente difícil que ambos hubieran intimado antes de haber oficializado su relación, más allá de un contrato.
—En efecto, son un matrimonio bastante único — añadió Tom intentando esconder ese tono de dolor en su voz.
• • •
—Dicen que estás en embarazo, no lo estás ¿Cierto? — cuestionó el joven empresario de manera burlona mientras acariciaba la espalda de su esposa.
Estaba claro que todo había sido causado por comer algo que no debía; pero, ¡¿Por qué razón todos pensaban que ella estaba en embarazo?!
Bueno, eso era lo que la pelinegra se ponía a pensar, solo que había olvidado uno de los detalles más importantes: estaba casada.