Esposa sustituta

• Caer en la trampa •

—¡Emily! — Exclamó una vez más el rubio, una de sus manos estaba en su cadera, lo cual indicaba que estaba cansado o estaba un poco ofendido. 

Una gran carcajada salió de los labios de ambos chicos, los cuales observaban con diversión del gesto demudado del hombre de traje, el comportamiento de Emily antes de que ellos se fueran, le hacía sentirse mucho más tranquilo al hombre que le había hecho una jugada, que, a pesar de ser por su bien, era algo completamente desagradable frente a los ojos de su esposa. 

La idea de que ella fuera llevada a un hospital justo después de que ellos abordaran el avión, era demasiado cruel a sus ojos; pero todo fuera para que le hicieran un lavado estomacal a profundidad y dejara de evitar el limón o el café a toda costa. 

—Ya, Tomás, es hora de que nos vayamos — sentenció el rubio abriendo la puerta y subiendo al puesto del conductor. Si el joven no corría rápido, el hombre sería capaz de dejarlo atrás, haciéndolo correr durante un par de cuadras. 

—¡No me llamo Tomás! — exclamó el chico corriendo en dirección de su compañero. 

Una pequeña y pícara sonrisa se posó en los labios de la pelinegra, la cual se encaminó con lentitud a ocupar el puesto del copiloto.

Maxwell no la había observado de ninguna manera en dirección de su esposa, estaba mostrando una actitud bastante ofendida a pesar de que fuera nada más para molestar a la mencionada.

Al notar esto, Emily llevó su mano al vientre y fingió que aquellas náuseas habían regresado, como un reflejo, Maxwell había puesto una bolsa en la boca de esta. 

Una nueva carcajada salió de los labios de la chica, mientras Tom reía de igual manera. Por lo menos, ella no pudo evitar molestar por última vez a su esposo. Los ojos de estos se encontraron y Maxwell no comprendía aún qué hacía la chica riendo. 

Para evitar alguna burla más por parte de esta, arrancó su vehículo una vez más y se dirigieron al aeropuerto, el lugar en el que se encontrarán con los secuaces de Maxwell en esta pequeña jugada en contra de la pelinegra. 

El viaje no fue para nada tranquilo, ni la despedida de ese par de amigos; a pesar de que estos se fuesen solo por el lapso de una semana, Emily sabía que los extrañaría demasiado, porque ¿A quién molestaría en medio de la noche para que le trajera agua? ¿O a quién llamaría en la madrugada cuando el rubio la molestara? 

—Va a ser una semana demasiado larga — masculló Emily lanzando un melancólico suspiro. 

Por su parte, sus dos amigas y Erick la tomaron del brazo, debían completar la misión que Maxwell les había encomendado desde el día anterior, sin que la audaz pelinegra se diera cuenta de sus verdaderas intenciones.

Debido a esto, ellos se dedicaron a arrastrarla a diferentes lugares, hasta que ella perdiera la noción de en dónde estaba; luego, por la puerta trasera del hospital, la llevaron hasta el consultorio médico… solo cuando vio al hombre de bata se dio cuenta de que había caído en la trampa. 

—¡Son unos traidores! — exclamó de un grito mientras crujía los dientes. 

Sus amigos malvados dieron un par de pasos para atrás, ellos sabían que, en ocasiones, ella podría ser un poco impulsiva. Esa fue la razón por la que Emma y Erick se pusieron de acuerdo por medio de señas, para que dieran un paso para atrás y Maya junto con su pequeño Ezra estuvieran al frente. 

Ellos los usarían como un escudo humano, uno que Emily no podrá atravesar, solo por la presencia del pequeño bebé. 

—Ustedes son crueles — escupió Maya lanzando un suspiro. —Emily, Emily… — expuso con lentitud mientras intentaba pensar rápidamente en una excusa válida para poder que ella y su hijo salieran con vida. —Emma y Erick me obligaron a venir en contra de mi voluntad… Erick dijo que lo tomara como parte del trabajo en el que me había contratado, así que no tuve oposición — las palabras de la chica habían salido de sus labios de una manera tan elocuente, que hicieron que el par de atrás tragara grueso. 

Los ojos de Emily se posaron sobre el mencionado, el cual, de un momento a otro, vio cómo toda su vida pasaba por un segundo, por delante de sus ojos. 

—Yo… — Masculló el joven observando a otro lado, no tenía idea de qué era lo mejor que podría decir, era más, sabía que cualquier cosa que saliera de su boca haría que la pelinegra se enfureciera, cosa que no sería beneficiosa para sus planes de contratarla para dar aquella charla de resolución de conflictos en su agencia. 

—Lo que pasa, es que Maxwell estaba demasiado preocupado por ti, incluso iba a cancelar en viaje — mintió la pelirroja con seguridad —Por lo tanto, nos hizo prometerle que te traeríamos al hospital — expuso Emma con seguridad, bueno, estaba intentando imitar el tono de voz de su amiga. 

—Está bien, arreglaré con Maxwell, apenas termine esto — se puso de pie —es hora de que nos vayamos.

—No creo que sea posible, señora Jones — afirmó el médico con un gesto demasiado sereno.

Para él, esas cosas sucedían a diario y no tendría problema con dejar que un paciente se marchara porque era su voluntad; pero esta ocasión era distinta: Maxwell había pagado para que no la dejaran escapar. 

—En cada esquina hay guardias, y no dudarán en amarrarte si no te sientas e insistes en irte — la voz de Erick resonó a las espaldas de la pelinegra, y un trago de saliva demasiado grueso escapó de sus labios.




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