Los ojos de la pelinegra se abrieron de par en par, ¿ella había sido descubierta de una manera tan rápida por su esposo?
Ella por un momento llegó a imaginar que se trataba de una mala broma, es decir, pensó que por lo menos iba a tener un poco más de tiempo para pensar en qué era lo que le debía decir a su compañero, más aún, la manera en la que lo haría.
—¿Y bien? — indagó el joven elevando una de sus cejas. —Tú muy bien sabes que has estado evitando mi mirada desde que comenzamos a hablar — sus palabras eran demasiado serenas; pero, por dentro, esperaba a que ella se mostrara molesta por haberla enviado a un hospital.
«No tengo nada para decir por ahora, esperaré a que regreses para hacerlo».
Respondió la joven de ojos grandes mientras intentaba mantener la calma.
No era el momento para que él se enterara de la gran noticia, aún más cuando ella no recordaba que hubiera pasado algo entre ellos dos y, por ende, ella no podía estar segura de que él lo recordara, se sentía completamente extraña al pensar en preguntarlo. Definitivamente no lo haría. Ella esperaba poder recordar el momento en el que las cosas sucedieron de una manera demasiado rápida.
Ella estaba segura de que no había llegado a estar con alguien más, ¿de casualidad fue cuando ella llegó ebria a casa? Sus ojos dejaron de parpadear mientras reflexionaba en eso.
Sus acciones hacían que la curiosidad de Maxwell, quien había mantenido el silencio durante los últimos minutos, se despertara tan grandemente. ¿Ella estaría molesta por el solo hecho de haber sido llevada al hospital?, o ¿había llegado a ser diagnosticada con una enfermedad de gravedad?
Las preguntas hacían que la mente de Maxwell fuera bombardeada de ideas y posibles teorías de lo que pasaría. No podía esperar hasta que regresaran a casa para saberlo, aun así, no existía forma de convencer a la pelinegra para que le dijera lo que le estaba molestando.
«Mejor dime, ¿cómo te fue en el viaje?»
Indagó la chica de cabellera oscura mientras intentaba esbozar una ligera sonrisa.
Habían pasado bastantes horas desde que Maxwell había partido a su viaje de negocios, y en esas pocas horas ya le había comenzado a hacer falta a Emily.
Además de que esa noche era la noche de comer pollo frito.
—Tom le tiene miedo a las alturas, no importa cuántas veces viajemos, él siempre va a estar asustado — expuso lanzando un suspiro. —No soltó mi mano en ningún instante, parecía un niño pequeño que necesitaba ser protegido por alguien más. De resto, ya estamos en el hotel, todo ha marchado perfectamente. La primera reunión se realizará mañana en las oficinas… Espero terminar todo pronto, ya quiero regresar a casa.
Las palabras de Maxwell ocasionaron que el pálido rostro de su esposa tomara un poco de color, sus mejillas se habían enrojecido y estaba intentando cubrirlas con las palmas de sus manos.
—Por cierto, ¿estás sola en casa? — cuestionó el rubio una vez más, él estaba seguro de que Emily no estaba sola, aun así estaba dispuesto a asegurarse de que ella gozara de un poco más de compañía.
La esposa del hombre de traje, que estaba al otro lado de la línea, asintió apuntando la cámara en dirección de Emma, la cual estaba conversando con Tom. Al notar esto, el rubio esbozó una nueva sonrisa pícara, en efecto, él le había dicho a Tom que se notaba a leguas que algo había entre él y la joven Emma.
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Erick y Maya
Erick no le dirigió ninguna clase de palabra a Maya desde el momento en el que su empleado le había mencionado acerca de la reunión de Jeremy con los Graham. El motivo principal por el que había ido en busca de Maya era exclusivamente hacer que los Graham firmaran con él.
Siguiendo las indicaciones de Maya, esperó un mes, un mes en el que de seguro habría conseguido un contrato y que, debido a la paciencia de la mujer, estaban a punto de perder. La mirada de esta, era llevada constantemente en dirección de su jefe.
Ella había estado intentando durante toda la jornada laboral que el hombre le hablara y de esa manera aclarar que era lo que estaba sucediendo; de todas formas, cada uno de sus intentos habían sido en vano. Maya estaba sintiendo cómo le estaba hirviendo la sangre debido al comportamiento del hombre de tez morena.
Para Maya, era una falta de respeto ignorar de esa manera a una persona; pero ¿Qué podía hacer? Al final de cuentas se trataba de su jefe y él tenía, al parecer, motivos suficientes para aplicarle la ley de hielo.
Ella había escuchado de boca de Tom que Erick era un hombre centrado en su trabajo y que parecía un robot sin emociones. Estaba más que segura de que todo eso no era una buena descripción del hombre porque estaba demostrando un comportamiento de un pequeño adolescente puberto.
¿No hablarle? ¿Era una broma? Ella no estaba dispuesta a permitir que su lugar de trabajo se volviera un campo de guerra, era como la guerra fría, a pesar de que nadie hiciera ninguna clase de comentario.
—Sígame — exigió la joven madre poniéndose de pie de repente y abandonando la oficina con pasos seguros.