Esposa sustituta

• Cometer una locura •

Emily y Emma

—¿Estás lista? — preguntó Emma saltando al sofá en el que se encontraba Emily. —traje un poco de fresas — sonrió ella extendiendo un poco en su dirección. 

—¿Puedes creer que antes no me gustaban de a mucho? Ahora, es lo único que puedo comer con un poco de tranquilidad — afirmó la chica lanzando un suspiro. —ni el pollo frito se me antoja… Espero que solo sea por ahora, y que luego pueda comer mucho para compensar este ayuno interminable a base de fresas. 

Una pequeña sonrisita se escapó de los labios de la menor. Su mente aún está trabajando para comprender la relación que tenían ese par, de todas formas, podía apreciar que cada cosa entre ellos estaba marchando de una manera sana y agradable. 

Si ellos se hubieran casado por estar enamorados, sería un paraíso los primeros meses de casados; bueno, eso era lo que había escuchado de boca de la amable anciana a la que le compraría la casa en la que ella estaba viviendo. 

Según las palabras de la señora, los primeros meses de matrimonio eran tranquilos, con unas ganas increíbles pasar toda su vida juntos; pero, era la rutina y la falta de consideración y detalles eran la que hacía que esa relación floreciente y llena de amor terminara marchitándose en medio de un campo seco. 

—¿Le dijiste a Maxwell las buenas noticias? — indagó la pelirroja esperando una respuesta afirmativa, al final de cuentas, se trataba de su esposo y del padre de su hijo o hija. A pesar de que, Emily había dicho con claridad que esperaría hasta que sus negociaciones terminaran. 

La curiosidad de Emma al saber que sería tía, estaba creciendo cada segundo más y más, era como una bacteria de esas que se duplican cada veinte minutos. Ella deseaba saber cómo luciría el niño al que ella se dedicaría a malcriar a manera de agradecimiento. 

Emma, con lentitud, estaba volviendo a ser quien ella realmente era. Estaba intentando dejar su pasado atrás y eso era lo que más importaba.

Cada una de las chicas y chicos que se habían hecho cercanos a ella, se había convertido en uno de los más grandes motores para sacar a relucir la verdadera identidad de Emma. 

No significaba que ella hubiera fingido ser una persona completamente diferente, alguien que ella no era; sino, que se había visto envuelta en una vida que lo le permitía vivir, en una familia en la que ella no tenía importancia y había tenido que tomar el rol de proveedor, un rol que a ella no le correspondía en absoluto. 

Ahora sentía que una vez más estaba volviendo a la vida. Los ojos de la chica estaban dejando un poco atrás esa gran oscuridad que sentía muy dentro de sí. Estaba volviendo a la vida, pero uno de sus miedos no parecían querer esfumarse de la noche a la mañana. 

—No lo he hecho aún, lo mejor es esperar a que regrese,  respondió la pelinegra con una radiante sonrisa. —Estoy nerviosa — expuso una vez más, llevando su mirada a su vientre. 

Emily estaba completamente desconcertada, y, a pesar de que a los ojos de los demás e incluso a sus propios ojos, ella estaba tomando la noticia de una buena manera; ella aún no lograba asimilar el peso de las noticias que había recibido esta noticia. 

Ella estaba consciente de que cargaba un nuevo humano en miniatura en su vientre, pero no lograba sentir que era verdad, sentía que estaba en medio de un sueño y que, posiblemente al despertar, todo eso no hubiera sucedido. 

—Tom y yo haremos una lista de nombres para el niño o niña — indicó la joven con una radiante sonrisa. Era la primera vez que se sentía tan feliz. 

Quizá la idea de que su hermano llegara a ser padre, era percibida por Emma como una clase de responsabilidad que a ella le tocaría tomar. Por más carente de raciocinio que eso fuera, Emma se había visto siempre como la responsable del cuidado de su familia. 

Uno de sus mayores miedos era regresar al lugar de donde ella se había escapado. Ella no deseaba volver atrás, deseaba sacudir la mugre y el dolor que había acumulado en su cuerpo todos los años desde que tenía memoria. Ella deseaba comenzar de nuevo, ella quería correr y aferrarse a la vida, a su vida. 

Erick y Maya

—Detén el auto, estás a punto de cometer una locura — indicó Erick lanzando un pesado y casi exhausto suspiro. 

Maya, por su parte, estaba ignorando cada una de las palabras que estaban saliendo de la boca de su jefe desde el momento en que subió al vehículo. No era que deseara pagarle a su jefe de la misma manera; sino que necesitaba pensar las cosas con cabeza fría. 

Se trataba de su exesposo, el cual estaba ayudando a la competencia a cerrar una negociación. Maya estaba a punto de cometer una locura, pero era lo mejor que podía hacer en momentos como esos.

Ella estaba dispuesta a jugar todo por todo, y no  permitiría que Pierre se saliera con la suya. 

Él ya le había arruinado las cosas una vez, no permitiría que él le arruinara su negociación, ella lo haría para él. Ella arrebataría de sus manos la soberbia de este al pensar que lograría hacer todo lo que Maya había hecho por él. 

El contrato lo había negociado Maya, no Pierre, él solamente había sido la cara bonita que ponía la firma en el papel. Todo el proceso se había visto planeado y desarrollado por Maya Everard, y ella era la que debía firmar ese contrato con el nombre de su nuevo jefe: Erick Di Ferro.




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