Esposa sustituta

• ¿Volver a la mansión? •

Los pasos de Emily la llevaban lo más rápido que ella podía a las afueras de la mansión. La noche estaba completamente sumida en tinieblas, gracias a la ausencia de la luna en ese momento. Debido a la prisa, Emily no tuvo tiempo de ponerse sus zapatos. Sus pies dolían, pero tenía miedo de que los hombres se enteraran de su escape. 

Ella sabía que era momento de regresar a casa, esperaba que su esposo o amigos le hicieran la salida un poco más agradable, pero se cansó de esperar. Además, había perdido el colgante que Max le obsequió mientras le repetía cientos de veces que no podía quitárselo del cuello. 

Si Emily por lo menos hubiera prestado un poco más de atención, sin duda alguna, ya estaría en su cama, viendo una película mientras devoraba un par de cestas de fresas. 

Aquella mansión estaba tan lejos que la joven debía hacer pausas para tomar aire, además de eso, lo que menos quería era dañar a su pequeño niño. Ella no debía esforzarse tanto, pero en ese momento no tenía opción. Ella tendría que tomar una semana de reposo absoluto después de eso. 

No solo por su hijo, sino que no deseaba hacer nada más que dormir. 

Los rayos de sol comenzaban a iluminar alrededor y ella por fin llegaba a la autopista. Sus pies estaban bastante lastimados, pero no había deparado en el dolor, sino, en sus deseos incontrolables de ver a Maxwell… y darle con un secador en la cabeza por haberla dejado sola. 

Emily esperó un par de minutos hasta que por fin un taxi se dignó a pisar el freno para que subiera. Cada vez estaba más cerca de casa. 

Maxwell y Jeremy

Ellos, a pesar de que no lo deseaban, habían estado demasiado cerca desde que Emily desapareció. Dejaban muy en claro que ellos no se agradaban y que no importaba lo que sucediera, no podrían llegar a ser amigos, el simple hecho de tolerarse era suficiente castigo para ambos.

Pero harían lo que fuera por su queridísima Emily, así eso significaba salir muy en la mañana a conducir por las lejanías de la ciudad. 

—¡¿Podrías bajarle el volumen a esas canciones?! —Exclamó Maxwell irritado por la música electrónica que Jeremy tenía. 

—No. 

—Mi cerebro va a explotar —se quejó llevando su cabeza para atrás.

Jeremy lo observa por unos segundos y sube el volumen de su música. Una sonrisa satisfecha adorna su rostro.

—Si te quedas sin cerebro, Emily será mía —sonrió de una manera amplia mientras continuaba conduciendo. 

Un gruñido fue la única respuesta de Maxwell, él no dejaba de pensar en su esposa, esa chica que estaba actuando de una manera tan extraña y a la que le debía cientos de explicaciones. Estaba casi seguro de que cuando se vieran, ella lo iba a golpear con algo, porque, a pesar de que no se lo merecía, a los ojos de ella lo hacía. 

Decirle que todo había sido un montaje, era lo primero que él haría, a lo lejos, para estar más seguros de que no saliera lastimado. 

—¿Qué es lo que sabes de ese tipo que no me hayas dicho? —preguntó el rubio mirando a su compañero de rescate, el cual se detuvo un poco para reflexionar en cosas en las que no había meditado lo suficiente. 

—No lo sé —se dignó a decir. —Le gusta la naturaleza, que nadie lo moleste y tiene una pequeña adicción a las bebidas energizantes.

—¡Eso es! —exclamó Maxwell recordando que cuando lo vieron por primera vez, estaban en un bosque, y, precisamente, esa era una de las pesadillas recurrentes de la pelinegra. —Ella soñaba que estaba en una mansión en medio del bosque ¡¿Cómo no lo pensé antes?! 

—¿Cómo vas a saber dónde está? —indagó con curiosidad. 

La sonrisa de Maxwell le dio a entender a su no agradable compañía, que emplearía los helicópteros de la compañía. En ese momento, Maxwell se sentía como un completo tonto al apenas pensar en esas probabilidades. 

Emily

La joven por fin había llegado a la mansión, estaba agotada, pero sus ojos recorrían el lugar en busca de alguien. Aun así, no había señal alguna de su esposo o alguno de sus amigos. 

—Ese tonto ha de estar trabajando, no ha de haber notado que falta su adorable esposa —se quejó al ver que las maletas de Maxwell seguían en la sala. —¡Ni siquiera fue capaz de organizarlas! 

Se cruzó de brazos y a regañadientes las llevó a la habitación. Su estómago estaba rugiendo a causa del hambre que tenía, pero las fresas que tenía en el refrigerador no se veían tan apetitosas como las que Eduardo le daba en esa mansión.

—¿Debería volver? —saboreó sus labios —esas sí eran fresas de verdad. 

Mientras discutía con ella misma si volver a la mansión mientras los chicos la encontraban era una buena opción o no, el sueño se apoderó de sus párpados. Ignorando su celular que estaba sobre la mesa, con la pantalla algo quebrada, se encaminó a su dormitorio. 

Ella se sentía como si fuera un oso a punto de entrar en su estado de hibernación, no deseaba nada más que poder disfrutar de la calidez y comodidad de su cama, sin importar que su esposo creyera que aún estaba secuestrada.




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