Esposa sustituta

• No puedes decir que no •

Había pasado exactamente una semana desde que Tom se dio en la tarea de planificar la mejor pedida de mano de la historia, durante esos días escasamente durmió, estaba decidido a hacer que su querida Emy viviera el momento más feliz de su existencia. No podría darle menos. 

El ansiado día llegó, la tarea de Max era llevar a su esposa a un pequeño paseo, pero estaba tan nervioso que le costaba mantener la calma, ¿que pasaría si Emily lo terminara rechazando? 

Esas habían sido sus pesadillas en las últimas dos noches; entre más pensaba en eso, más se asustaba, aunque luego recordaba que su Emily estaba atada a él y no había manera de que ese hilo rojo que crecía en el vientre de la señora Jones se rompiera.

De hecho, las palabras de Erick le repetían una y otra vez que si ella no deseaba estar con él, desde hace tiempo se habría marchado, pues, el joven empresario era muy difícil de soportar.

—Emily… —llamó Max a su esposa mientras veía cómo ella se preparaba para salir. —Te tengo un reto —dijo con una sonrisa ladina.

Ella, sin verlo, asintió. Aceptaba el reto, no importaba cuál fuera. Al final de cuentas confiaba en Maxwell y no le pediría algo descabellado… no tanto. Ella amaba los retos, estaba segura de que Maxwell no la obligaría a hacer alguna cosa que pusiera en riesgo a su pequeña criatura.

—Acepto. ¿Cuál es? —Llevó su mirada a su esposo mientras ataba la cinta de su vestido. 

Ella deseaba marcar un poquito su estómago, pero era tan pequeño que no servía de nada. Ni siquiera se notaba un poco. Ella estaba ansiosa para que su barriga creciera y pudiera tomar fotografías de esta, sería un lindo recuerdo.

—En todo el día, no puedes decirme que no a nada —No estaba jugando muy limpio que digamos, pero por lo menos intentaba cerrar todas las posibilidades de ser rechazado por su esposa. 

Sonaba ridículo, eso era cierto. Nosotros lo sabemos y Maxwell también, aun así, el miedo de que su esposa no quisiera casarse con él no desaparecía ni un segundo de su pecho.

—Está bien —elevó sus hombros, al final de cuentas eso era demasiado sencillo.

Llegaron a la playa a la que Maxwell la llevó por primera vez, el lugar en el que él logró abrirse un poco más a su esposa, el sitio en el que ella misma le prometió que tendría un hombro sobre el cual llorar. Dónde ella sería su saco personal de lágrimas.

Una sonrisa bastante grande se posó en los labios  de la joven esposa al reconocer el lugar, le agradaba demasiado, se había vuelto uno de sus lugares favoritos y el sitio en el que ella y su esposa iban cada tanto tiempo. 

Aun hasta ese instante ella desconocía que la mansión de Jeremy quedaba muy cerca de ese punto, eso a pesar de haber ido en una ocasión. Maxwell, al detener el vehículo, corrió a la puerta contraria para ayudar a su esposa a bajar. 

Estaba nervioso, mucho más de lo que había estado cuando le pidió matrimonio a Elisa; de hecho, esa no había sido una proposición como tal, sino que estaban hablando y llegaron a la conclusión de casarse. 

Elisa había organizado todo para que él le pidiera matrimonio, todo estaba fríamente calculado por él, pero no se dio cuenta de que poco tiempo después llegaría su gallina de huevos de oro, para que echara a la basura todo el esfuerzo hecho con Maxwell.

—Pensé que vendríamos aquí la siguiente semana —dijo la chica con una pequeña sonrisa disfrutando de la brisa en su rostro.

—Si quieres regresamos a casa —dijo Maxwell con una pequeña sonrisa, al final de cuentas sabía que su esposa rechazaría su sugerencia.

Tomando la mano de Emily la llevó a la zona en la que había algunas rocas, ambos disfrutaban sentarse en ellas e incluso llenarse de arena. Eso hasta que un pequeño perrito llegó hasta donde estaban. Los estornudos de Maxwell no cesaron.

Aquel cachorrito tenía apariencia de estar perdido, por lo que Emily lo tomó en sus brazos y confirmó la dirección de su hogar. No esperó dos veces, hizo que su esposo la llevara hasta la casa de su dueño. ¡No podría soportar que un perrito tan chiquito esté perdido en medio de la nada, lejos de su hogar! 

¿Qué pasaría si caía al agua?

No, definitivamente, Emily no podría permitirlo, y su mente exagerada le hacía pensar lo peor que podría sucederle.

Al seguir la dirección escrita en el collar del perrito, ellos terminaron a las afueras de una casa a la que no habían llegado a ver. A decir verdad se notaba demasiado extraña frente a las condiciones de una casa normal.

—¿Puedes tocar el timbre? Esta me suena a la historia de Hansel y Gretel y esa bruja devora niños —pidió Emily dando unos pasos para atrás mientras acariciaba la cabeza de su peludo amigo.

Luego de que Maxwell se burlara de su esposa, se acercó a tocar el timbre, haciendo que la parte delantera de esa casa cayera como si fuera de cartón, y en efecto lo era. 

Tom se encargó de hacer una réplica de la parte delantera de una casa; cuando esta cayó, reveló un jardín con una decoración bastante elegante y colorida; porque sí, era Tom, las cosas con él no son para nada normales.

Los violinistas censaron a tocar sus piezas románticas inspiradas en las calles de París, la mesa estaba dispuesta para ellos, así como estaban sus familiares y amigos. Por un tiempo, Emily pensó que era una sorpresa para su Maxito; pero, en el momento en que se giró y vio a Maxwell hincado de rodillas, supo que se trataba de una pedida de mano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.