Mordió el hombro de Kadir cuando la patada de una de sus hijas fue más allá de lo que imaginó. Sus mejillas estaban húmedas de tanto llorar y a duras penas podía dormir en las noches porque esas dos parecían estar en un juego de fútbol. Una de las manos de su esposo fue a parar a su espalda, dándole caricias y luego la abrazó para que durmiera. Esas simples caricias parecían calmar a esas dos, porque ya sus costillas las sentía fracturadas.
Muchas veces se preguntó si la pobre de su madre pasó por esa situación con sus hermanos Ian y Xaniel o con los otros, pero prefería callarse.
Dasha no se había ido del país, se quedó en la empresa haciéndose cargo de todo, sin embargo, sabía de primera mano que solo lo hacía para molestar a su papá y ya de eso pasaron meses. Es decir, meses en los que apenas veía a su padre y madre juntos.
— Te odio —lagrimeó—. No sé por qué me embarazaste…
— Y yo tampoco sé por qué estás embarazada —respondió Kadir sin dejar de acariciarle la espalda—. Porque todas tus desgracias ahora las tengo yo.
— Tienes los malestares, yo tengo que aguantar cada patada que me dan —se acomodó en sus brazos—. Lamento haberte mordido.
— Y yo lamento que tengas tantos cambios de humor, pero no me queda de otra más que aguantar cada uno —respondió en un tono aburrido—. Duerme. Estoy aquí…
— No vuelvas a dejarme embarazada —ordenó abrazándolo también—. Es horrible. No puedo comer mis dulces de coco y beber mi café como antes.
— Es para cuidar a las bebés —siseó él, luego de que ella volviera a morderlo—. Hablas de que te dejo muchas marcas, haces eso conmigo todo el tiempo.
— Te lo buscas por el dolor que he estado sintiendo desde que cumplí los seis meses —subió una pierna sobre las de él—. Quiero dormir por largas horas…
— Puedes hacerlo, así también me duermo —Kadir metió su brazo por el cuello de Jasha, abrazándola más a su cuerpo—. Las gemelas no te van a molestar.
Podían decirle que parecía ser una niña pequeña en busca de atención, pero le daba lo mismo. Su esposo era quien la estaba consintiendo y le daba todo lo mismo.
Se quedó dormida al cabo de unos pocos minutos y no supo más de ella hasta unas horas después, cuando el sol estaba en lo más alto del cielo. Sus hijas no volvieron a molestarla, por lo que siempre caía en cuenta de que sus molestias serían en las noches incluso después del parto.
Kadir estaba saliendo del baño y ni siquiera le preguntó qué haría, solo la tomó en brazos y la llevó de dónde salió.
— En algún momento estarás lleno de popó —ella pegó su frente al hombro de él—. Ya ni siquiera puedo hacer pipí sin ayuda—hizo un puchero—. Habla conmigo, no me dejes hablando sola —le mordió el hombro.
— Espero que termines de quejarte porque ya no puedes ir al baño sola —Kadir la alejó de su hombro, ya que ella lo mordió—. Casi no puedes caminar, y los medicamentos que te han puesto son fuertes.
— No sé por qué sigo tan hinchada si cada vez que voy al baño sale de mí como mil litros de orina —sollozó—. Es tu culpa y de tus veintisiete centímetros —lo golpeó en el pecho—. Ven, quiero morderte otra vez —intentó pegarle nuevamente sus dientes a Kadir en el hombro, pero este la detuvo.
— No decías eso ayer en la tarde en el sofá de mi oficina, aquí en la casa —Kadir la agarró por el cabello—. Contigo pongo a prueba la paciencia que pensé que no tenía al verte —la ayudó a ponerse de pie para bajar el retrete—. Ven, te daré un baño y podrás beber café y comer tus dulces.
— ¿Te dije que te amo mucho? —hizo un puchero, otra vez—. Bueno, te lo he dicho desde que tengo cinco —se giró un poco hacia él—. Ven, déjame morderte.
Por la mirada aburrida que su esposo le dio, supo que podía volver a morderlo y a sí lo hizo, justamente encima de la mordida que tenía de ella. Le quitó la bata y la ropa interior, entró a la bañera con la ayuda de este, porque desde que su vientre se infló, sus pies se hincharon y ella volvió a ser una niña con el embarazo, Kadir se tomaba el tiempo de consentirla en todo.
— Laisha estuvo aquí ayer —le informó Kadir, tomando el champú—. Desde que tomaste distancia, se la pasa triste o eso es lo que creo.
— Se lo dije, no estaría siendo parte de su matrimonio con ese sujeto que me cae mal desde que lo conocí —metió sus manos en el agua—. Me cae mal, es como si no fuera el mismo niño que conocí y fuera otro.
— Siempre investigas a todos —él le echó agua a su cabello, y ella se relajó—. Está limpio…
— Nadie puede estar tan limpio en la vida —posó sus manos sobre su abultado vientre—. Casi van a salir estas dos. Cómo los hijos de Laisha.
— El embarazo de tu prima es complicado, porque apenas se nota gracias al cuidado médico que ha tenido con la ayuda que le has dado —Kadir comenzó con los masajes en su cabello y ella se sintió más relajada—. ¿Así?
— Sí, esposito mantenido —relajó los hombros—. Me gusta, porque haces que mis millones valgan la pena —movió la cabeza al compás de las caricias en su cabello—. Estas dos tienen casi los nueve meses, pero se la pasan odiándome como su padre. Es una falta de respeto.
— Es porque saben que abusas de su padre mantenido —las manos de Kadir fueron bajando por su cuello, hasta detenerse en los hombros—. Tu madre ha estado trabajando en la empresa día con día. Casi no descansa.
— Lo hace porque de ese modo se olvida un poco de mi papá —movió el cuello hacia un lado para que él siguiera con los masajes en esa zona—. Le dije que no tiene la culpa de nada, que fui yo la persona que le ordenó que no le contara.
— Aun así, fue la última en enterarse de que Jadiel quería tomar el mando de Rusia, que los gemelos quieren seguir sus pasos —completó su esposo—. ¿Ya no te duele?
— No, todo anda bien.
Kadir hizo un sonido de afirmación, pero de todos modos siguió con los masajes hacia ella. Cualquier persona podía decir que se estaba siendo una niña muy caprichosa, pero le daba lo mismo. Si su esposo la estaba consintiendo, pues podía seguir siendo lo que sea. La sacó de la bañera después de unos diez minutos de relajación, la secó con cuidado y por último le puso un camisón de maternidad para que fuera a salir de la habitación.