Espuma de mar

Mïrety

Un navío verkano navegaba dentro de la furiosa tormenta nocturna, la lluvia que lo golpeaba ocultaba el llanto que provenía de su interior, mientras las olas lo mecían. Éstas, al igual que el viento, sentían la sangre de su protector en cada latido de la cría y sabían que un ser proveniente del mar y de la tierra era impuro ante los dioses marinos.

Las olas intentaban calmar el llanto de la pequeña para que aquellos seres antiguos no despertaran; al igual que la tormenta, alejaban al navío de la morada de sus amos.

La cría había sobrevivido gracias a que su madre la ocultó entre las sogas y el licor, mientras la batalla se tornaba violenta. Esta mujer había zarpado embarazada, deseando encontrarse con su amado y presentarle a su pequeña. Sin embargo, al calor de la batalla ella perdió su meta y pereció bajo las manos de los guerreros enemigos. El barco fue liberado de la orilla por los compañeros de la mujer, quienes también perecieron bajo el fuego enemigo.

 

Las olas guiaron el navío sobre las aguas prohibidas, impuestas hace milenios por sus amos. En donde éste chocó contra las rocas de una pequeña isla, alertando a la única habitante del lugar. La anciana salió de su choza, preocupada miró al horizonte y contempló aquella creación de madera, que, a pesar de estar medio destruida por el fuego seguía siendo majestuosa.

Las nubes despejaron el cielo, las olas suaves golpeaban las rocas y al navío, mientras la mujer caminaba sobre las rocas. Al llegar, ella tocó la madera chamuscada, apreciando las runas que la adornaban; con ayuda de su bastón trepó por la orilla de madera y subió a cubierta. Observó que había sangre seca sobre ésta, caminó lentamente mientras escuchaba la voz del mar, quien le informaba sobre la pequeña.

La mujer bajó lo más rápido que pudo para buscar a la nena, registró entre las provisiones sin encontrar nada, estaba por subir al segundo piso cuando apareció una cría de un año; la mujer se sorprendió al ver que la pequeña tenía ojos de roca, cabello negro y ondulado, así como una tez apiñonada. La mujer extendió sus brazos, la nena sonrió y alzó sus bracitos, ella la tomó y arrulló susurrando una melodía ya olvidada. Con mucho cuidado, juntas salieron y caminaron por la cubierta hacia el borde, ambas admiraron al dragón tallado sobre la proa. Mientras la nena tocaba aquella escultura, la mujer habló con las olas en un lenguaje antiguo, ellas le platicaron lo sucedido la noche anterior. La mujer entendió y decidió cuidar a la pequeña.

 

La anciana, que llevaba siglos en esa isla, conocía las leyes de los seres superiores al padre de la pequeña, así que decidió ocultarla y enseñarle todo lo que recordaba de sus años mozos. La pequeña creció jugando entre la maleza y las rocas, así como charlando con la marea.

Pasó un tiempo y la niña se convirtió en una bella jovencita. Conocía y practicaba la magia que su bume le había enseñado; durante la cena ellas dialogaban para no olvidar el lenguaje humano, en cambio, durante el día ella reparaba el viejo navío con las maderas que le traían las olas, mientras la anciana recogía conchas de la orilla. Un día como aquellos, las olas llegaron violentamente a la orilla de la isla, venían a informar sobre la ira de sus amos. La anciana escuchó atentamente, las olas le explicaban todo lo que habían visto.

 

Inmediatamente después de charlar con las olas, la mujer corrió con la joven para contarle todo lo sucedido. Esa tarde fue la más triste para la muchacha, quien pasó la noche entera llorando bajo las estrellas. Mientras la marea rozaba dulcemente la arena, el día despuntaba iluminando a la triste jovencita.

La joven regresó a la choza para recoger algunas provisiones y pedir ayuda a la anciana; ella estaba decidida a hacer algo y la anciana sabía que no podía hacer nada para detenerla. La sabia mujer tuvo que contarle la razón por la cual se encontraba en la isla, ella había provocado la ira de los antiguos seres, al igual que el padre de la muchacha. La joven se enfureció más; ella salió rápidamente, corrió entre las rocas y subió a la cubierta del barco. Con toda su voz suplicó a los vientos para que le dieran fuerza al navío, y al océano para que la guiara.

Su ira era tan grande que las aguas aceptaron.

 

El navío zarpó inmediatamente y se enfiló hacia el horizonte, sus velas se inflaron con el viento guiando el camino de la joven, quien acariciaba al dragón de madera, mientras los seres marinos alertaban a sus amos. Estos seres antiguos avanzaron lentamente sobre el fondo marino. Al encontrase frente a la joven, juntos se posaron encima de las aguas, mientras ella los miraba asombrada.

Las estrellas parpadeaban en sus pieles. Igualmente, ellos admiraron la belleza de sus ojos, las rocas marinas estaban impregnadas en sus pupilas. Los dioses del mar unieron sus voces para hablar ante ella, sin mostrar algo de suavidad en sus palabras.

—Las leyes han sido corrompidas por aquel que llamas padre­ —tronaron sus palabras—; involucrando a una humana en su traición... La cual ya ha pagado su error y muerto ante nosotros.

—¿Cómo se atrevieron a dejarla morir? —su voz tembló —; ella suplicó su ayuda y ustedes la negaron, ¿por qué?

—Porque ese era su destino, después de traicionar nuestras leyes nadie sigue disfrutando de nuestra protección —sus cuerpos cambiaban de forma mientras hablaban—. Éstas fueron establecidas milenios atrás e impedían despertar a los impuros. Sin embargo, tus padres, han liberado esa magia antigua que tanto protegíamos —sus voces despedían ira —. ¿Acaso crees que tu nacimiento fue natural?

—Mis padres se amaban, yo nací gracias a eso —. Lágrimas comenzaban a salir de sus ojos y sus venas formaban símbolos sobre su piel, ahora más clara que antes.

—Ellos rompieron las reglas —las estrellas de sus cuerpos desaparecían —. Gracias a eso, ahora los seres impuros se han levantado de sus tumbas para venir y devastar de nuevo al mundo —sus palabras rasgaban los cielos —¡Todos pagarán por su traición!



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En el texto hay: mar, cuentocorto, diosa

Editado: 24.06.2020

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