Entiendo que tengas miedo. En serio lo entiendo. Porque me ayudaste a resolver tantos de mis temores que me creaste otros nuevos. Y ahora los escalofríos recorren mi cuerpo cada vez que te veo.
Sucedió que yo pensé toda la vida que era un roble, entonces corría por la vida alejándome únicamente del fuego. Resulta que me confundí de miedo. Al parecer no lo sabía y soy cristal y, de tanto correr sin mirar, te me cruzaste por delante y tropecé. Y me quebré... Yo creía ser roble, solo estaba preparada para incendios. Hoy veo que hay pequeños trozos de mí por todas partes y no tengo ni la más pálida idea de cómo hacerlos encajar de nuevo.
Ahora tengo miedo de caer en eso que tanto me costó salir. De hablarte y enamorarme de nuevo. De verte y que mi rostro se ilumine como antes lo hacía. De volverme a tropezar…
Y estoy aterrada de tan solo pensar que quizá nunca dejé de quererte y de que mi rostro se siga iluminando, aunque intente que no.
No entiendo las señales tan confusas que me mandas. No te das una idea de lo que daría por poder meterme en tu cabeza y saber finalmente en qué piensas. Porque me mandas una señal, para luego mandarme otra completamente diferente.
Y ahí ya dejo de entenderte. A ti y a tus estúpidas señales.
Quizá simplemente deba confesarte todo lo que me pasa. Y voy a hacerlo. Pero toda historia comienza por el inicio, cuando todos somos aún cobardes y donde estas locas oleadas de valentía solo existen en nuestros más chiflados sueños.