Esquivando al Amor

Capítulo 2. El camino de la rebeldía

Apenas entro en el salón, me abalanzo sobre mi banco de siempre, uno en el fondo que, además de proveerme un poco más de libertad gracias a su lejanía de los profesores, también tiene vista directa a mi maravilloso acto de rebeldía del año pasado: las letras “A.S” escritas en el techo con marcador permanente negro.

Nadie puede siquiera imaginarse lo que me costó hacer aquella firma. Los techos de esta escuela son más altos de lo que a primera vista parecen. Pero valió completamente la pena. Me siento inolvidable y sé que soy una leyenda. Hoy en día no se necesita hacer mucho para ser recordado.

Por supuesto que nadie sabe que yo fui quien le dio origen a la firma (la mayoría ni siquiera cree que sea una firma, sino dos iniciales de alguna frase). Solo el cielo sabría lo que sucedería si la directora se enterara. Una expulsión, posiblemente.

Pero, me vuelvo a repetir, todos los riesgos valieron la pena. Y cualquier rastro de arrepentimiento desapareció cuando, apenas unos días después, apareció un artículo en el periódico escolar virtual hablando sobre “las misteriosas letras que aparecieron en el techo del salón”, con una breve descripción del escenario (un par de mesas rotas, siete sillas con alguna que otra pata menos, en fin, cosas que pasan cuando se intenta hacer historia) y una sección de los rumores más ridículos y las teorías más conspirativas sobre cómo alguien pudo escribirlo estando tan alto.

El rumor más loco fue el de alguien que cree que quien escribió el techo alquiló una jirafa para poder llegar hasta allí. Alguien, por favor, que le diga a esa persona que, en todo caso, hubiera alquilado una escalera.

Y, si aún me hubiera quedado algún ápice de remordimiento por haber dibujado en el techo de la escuela, este se hubiera ido una vez hubiera visto la cantidad de visitas que tuvo el artículo escolar. Y los numerosos comentarios, claro. Estoy orgullosa de decir que mi artículo (aunque nadie sabe que habla sobre mí), batió un récord. De todos modos, no me puedo llevar toda la gloria, quien sea que haya tenido la idea de poner los rumores más graciosos tendría que quedarse con una buena parte de crédito, hizo que la lectura del artículo no solo sea intrigante sino también divertida.

Volviendo a la actualidad, veo que a mi izquierda se sienta Julie y, junto a ella, Yannick. Sin embargo, ambas parecen estar mirando de forma fija a la puerta, seguramente esperando que la directora entre y anuncie "la profesora no pudo venir por temas personales, por lo tanto tienen esta hora libre". Tristemente, esto no es algo que pase seguido pero, como Yannick diría, ella siempre tiene alguna frase positiva o algún proverbio en la punta de la lengua, ¡la esperanza es lo último que se pierde!

Dirijo mi atención hacia Dexter con el fin de descubrir, por mera curiosidad, dónde se sienta. Finalmente, observo cómo se posiciona cuatro filas delante de mí, sentado entre su amigo rubio y un castaño que rápidamente reconozco como Adel, el cerebrito de la clase. Bueno, al menos era el cerebrito de nuestra antigua clase.

—¿Ya vieron a Sean? Es el rubio.

—¿El que está sentado al lado del morocho hermoso?

—¡Sí!¡Ese mismo! —susurra Julie, aunque su voz esconde la emoción de un grito de victoria.

—Esto quiere decir que al final sí tiene un amigo morocho para prestarme —se contenta Yannick, levantando la cabeza disimuladamente para tener una mejor visión.

Me hago un lado para ver de quiénes hablan y me descoloco un poco cuando veo que al morocho que se están refiriendo es Dexter y su amigo rubio es, el tan aclamado por Julie, Sean.

—¿Estamos hablando del de pelo oscuro que está al lado de Adel? —pregunto, solo para asegurarme.

—Ese mismo, a que Sean es guapísimo —continúa Julie, embobada. Ruedo involuntariamente los ojos.

—Hablé recién con él —comento, y mis dos amigas giran la cabeza tan rápido que creí que les tronaría el cuello—. Con el amigo. Me lo choqué casi en las escaleras.

—¡Ah! —suelta un suspiro de alivio Julie—, creí que hablabas de Sean. Ni te le acerques. Es mío.

—¡Noooo!¿Llegué tarde  para el morocho entonces? —lloriquea Yannick mientras finge buscar consuelo en el hombro de Julie.

—A ver —me aclaro—, no es de nadie y nadie llegó tarde a nada. Es simpático. Se llama —Bajo la voz, porque todos oímos cuando mencionan nuestros nombres, incluso por encima del barullo, y no quería que sepa que estaba hablando de él— Dexter Johnson.

—Hasta tiene un nombre hermoso —Yannick finge llorar más fuerte.

—¿Y por qué no nos lo contaste? —reclama Julie, mientras soba la espalda de Yannick, aunque todo su llanto sea una broma.

—¡¿En qué momento?!¡Habrá pasado hace diez minutos!

—Esas cosas no se guardan, no te tendrías ni que haber sentado y ya deberías haber estado diciendo “no saben lo que me pasó, acabo de chocar con el mismísimo Adonis”.

—No creí que fuera para tanto —Le saco peso al asunto, aunque me río ante su dramatismo.

—¡Pero por supuesto que es para tanto! —continúa Yannick.

Nuestra conversación se ve interrumpida cuando la puerta del aula se abre y, por esta, entra al salón la profesora McAburrimiento. Ella nos saluda con un rápido  “Buenos días” antes de ordenarnos leer la página 12 del libro y resolver sus respectivas actividades. 

¿Qué?¿Acaso no se enteró que es el primer día de clases?

Con suerte traje un bolígrafo.

Giro mi cabeza en dirección a Julie, quien niega con la cabeza confundida. Miro más allá de ella y veo a Yannick, quien abre el cierre de su mochila y la da vuelta mientras la sacude, haciéndonos saber que no trajo absolutamente nada además de su presencia.

Veo a mi alrededor y suspiro aliviada al ver que todos parecen estar igual de confundidos que nosotras. Solo Adel, por algo es el cerebrito de la clase, y un par más habían traído el maldito libro.




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