—¡¿Dónde rayos pusiste mi pintura turquesa?!
Esa tierna pregunta iba dirigida a mi mejor amigo aquella tarde de jueves, cuando ya estábamos los tres en la habitación, después de la cena.
—¿Que no es obvio? —rebatió él, impaciente, y se incorporó en la cama, cerrando su libro de golpe. Víctor apartó la vista del suyo y se nos quedó viendo con cierto interés—. La pintura turquesa está justo al lado de la pintura terracota.
Volví a mirar los tarros de pintura que tenía en el estante, tratando de ubicar los colores que necesitaba para comenzar mi trabajo. Louis había organizado nuestra habitación el fin de semana porque quería relajarse un poco después de tener que convivir dos días enteros con Edward, escuchando sus discursos preparados sobre las consecuencias de alejarse tan precipitadamente de su hogar sin darle una explicación… Y, bajo todo ese monólogo, estaba la idea principal: que no le gustaba saber que Louis pasaba tanto tiempo conmigo.
—¿Y por qué tenías que cambiarles el orden? —Tendría que reubicarlo todo cuando tuviera tiempo libre.
—Porque tu sistema era un asco —repuso tranquilamente—. El orden alfabético es el más confiable y tradicional.
—Prefiero conservar mis pinturas por tonos, gracias… ¡Bingo! —Por fin había encontrado los colores que necesitaba; tomé un par de pinceles y comencé a buscar un espacio libre en las paredes que me sirviera de lienzo.
—Está bien, ya sé que no puedo tocar tus cosas —murmuró un poco enojado y siguió estudiando para el examen.
Nuestro plan era esperar hasta la medianoche para devolver el auto, y cada uno pasaba el tiempo en su propia actividad: Louis y Víctor llevaban estudiando unos treinta minutos, este último recostado en mi cama y Louis en la suya, mientras yo continuaba decorando las paredes con dibujos diferentes.
De vez en cuando, le lanzaba miradas furtivas al pelirrojo, y en una de esas se dio cuenta. Ya había terminado de estudiar y ahora estaba absorto viendo cosas en su teléfono, pero levantó la vista y sin querer se cruzó con la mía. Sonrió un poco y dejó el aparato a un lado para acercarse a mí y ver lo que hacía.
—¿Me dibujaste en tu pared? —cuestionó confuso, incrédulo, tal vez por el hecho de verme llenar las paredes de mi cuarto con miles de dibujos o porque hubiera hecho un retrato suyo… o puede que por ambas cosas.
—Así es —respondí sin dejar de trabajar—, y mejor que te acercaste, porque no lograba ver el color de tus ojos.
—Tienes mucho talento, Beth… —murmuró, sin apartar la vista de la imagen. Aproveché su cercanía para detallar algunas partes que me faltaban, entre estas lograr un par de tonos que se acercaran a los de sus ojos y cabello—. ¿Cómo se te ocurrió esto? —Hizo un gesto amplio, señalando cada pared.
—Es una forma de calmarme —expliqué—. Cuando era pequeña, siempre quise vivir en un mundo como el de Alicia, lleno de locura, de cosas maravillosas y sin sentido. Cuando me uní al club de arte y descubrí que esto era lo mío, pensé “¿Por qué no unir ambas cosas?”. Ya sabía que era imposible vivir en el País de las Maravillas, pero podía usar mi arte para transportarme a un lugar parecido, al menos mientras estuviera en mi cuarto.
Hubo un momento de silencio, mientras Víctor procesaba mis palabras al tiempo que analizaba las paredes.
—¿Planeas cada dibujo?
—No, solo se me ocurre algo y lo plasmo en la pared. Ninguna imagen tiene que relacionarse con la otra; simplemente buscó el mejor lugar para lo que haya pensado.
—Pero este dibujo —señaló el suyo, a medio terminar— no se ve muy ajeno a este otro —dijo, en un tono más bajo, y asegurándose de que Louis no escuchara, mientras apuntaba al que estaba en la pared opuesta.
—No lo había notado —dije en el mismo tono, pensativa.
Porque tenía razón.
Cuando estaba buscando un espacio en blanco para comenzar el dibujo de Víctor, fui directo a un rincón de la habitación, justo en la parte donde se unen dos paredes y forman un ángulo recto. El retrato del pelirrojo lo estuve haciendo en el muro de la derecha, tal como lo había visto el lunes que fuimos a buscarlo para decirle todo: bajo la sombra del árbol, pensativo y con la mirada fija en un punto cualquiera, dando a entender que su mente volaba en un sitio muy ajeno al que ocupaba su cuerpo… solo que, en el dibujo que estaba casi listo, la mirada del chico parecía estar dirigida exactamente hacia ese alguien que llenaba sus pensamientos; en el muro de la izquierda estaba la pintura que había hecho hace dos semanas, un día después del cumpleaños de Louis: su propio retrato, un cuadro que me había motivado a hacer cuando vi su alegría, la vitalidad que expresaba mientras se encontraba rodeado de tantas personas y resaltando entre todas ellas.