… ir al Soul Bridge esa misma noche. Así de simple.
La idea era terrible, y todo en mí decía que solo callara ese pensamiento y continuara así, dejando que los profesionales se encargaran de todo el asunto, aun si no contaban con las piezas claves. Al fin y al cabo, resolver aquel misterio no era mi responsabilidad… ni mucho menos de mis amigos.
Pero el deseo de saber más y tratar de acabar con todo cuanto antes, era más fuerte.
—Tenemos que ir allí.
Exponer mis ideas en voz alta fue liberador. Tuve una sensación de descanso; me quité un peso de encima porque acababa de pasar aquella decisión a mis amigos: lo que pasara a continuación, sería culpa de ellos y no mía. Ambos podían elegir si ir o no, y yo los seguiría sin importar cuál fuera la respuesta. Pero si algo pasaba, ya no sería mi culpa; podría estar tranquila pensando que todo había mejorado o se había arruinado, no por algo que yo los hubiese arrastrado a hacer, sino que lo decidieron por voluntad propia.
Pensaron su respuesta. No era el mejor plan del mundo, pero todos teníamos claro que la única forma de saber más sobre el pasado de aquellas personas, era investigando en el lugar donde terminaron sus vidas. Puede que te estés preguntando por qué deberíamos ir hasta el hospital para buscar información, si ya contábamos con el informe de cada caso… Hay dos razones: primero, en el archivo digital de la policía no anexaban el diagnóstico de cada paciente.
—Este tipo de información —nos explicó Víctor— prefieren conservarla en la oficina, de forma física.
Y era más fácil colarnos en el hospital, burlando a unos cuantos guardias y doctores, que en una estación llena de policías.
Planeamos conocer mejor a los chicos muertos y tener una idea de lo que rondaba por sus cabezas; no queríamos que ningún detalle se nos escapara, y esta, precisamente, era la segunda razón de nuestra futura incursión en el Soul Bridge.
Finalmente, los tres estuvimos de acuerdo en iniciar la aventura. Ninguna explicación era necesaria, porque ya teníamos muy claro que era lo correcto… por lo menos desde un punto de vista personal; el legal ya era otra cosa.
Tendríamos que visitar el hospital esa misma noche, aprovechando que Edward no estaría. Louis conocía bien el área administrativa y podía llegar fácilmente. También sabía que el archivo central, donde se guardaban todos los registros de pacientes antiguos y recientes, se encontraba en la oficina de su padre. Por eso era necesario emprender el viaje antes de que Edward volviera, ya que muchas veces se quedaba hasta tarde en la oficina.
Trazamos el plan en lo que quedó de la tarde, y antes de que el cielo se oscureciera por completo (no podíamos ir en el día porque habría más personas en el lugar), Louis volvió a su casa para conseguir el juego de llaves del Soul Bridge.
—¿Por qué tienes las llaves de un hospital psiquiátrico? —cuestionó Víctor cuando lo supo.
—Le saqué una copia a las de Edward cuando tenía siete años. —Antes de que el pelirrojo lanzara otra pregunta, mi amigo salió directo a su casa.
Pero eso no evitó que me interrogara a mí.
—¿Para qué necesita esas llaves un niño?
—Para divertirse, supongo. A Louis le encantaba recorrer el Soul Bridge; se sentía como un explorador, según me confesó.
Víctor estuvo conforme con mi explicación, y fue lo mejor, porque sería difícil e incómodo ocultarle la verdad por la que mi mejor amigo tenía esas llaves.
º*º
Eran las diez de la noche y los sonidos del bosque, sumados a la oscuridad, eran aterradores. Mis amigos y yo estábamos recostados en la tierra, húmeda por la lluvia de la tarde, y ocultos tras un grupo de arbustos. Observábamos la estructura del hospital, que se alzaba imponente sobre nosotros, opacando la escasa luz que podía proporcionarnos la luna. Casi a ciegas, seguíamos los movimientos del guardia que custodiaba la entrada del lado oeste.
La estructura era demasiado amplia, y los guardias del exterior, que ya habíamos contado cuando llegamos, eran pocos para cubrir tal espacio. Decidimos entrar por una de las tres entradas laterales y no por la principal, ya que esta última era la que contaba con más vigilancia: dos hombres armados. En cambio, las otras puertas solo contaban con una persona vigilando, igualmente armados, pero más fáciles de evadir.
Llevábamos casi veinte minutos en la misma posición, y en ese tiempo reunimos la siguiente información: el guardia permanecía cinco minutos frente a la puerta, lanzando miradas en varias direcciones, sin mucho éxito, gracias a la oscuridad de la noche (por algo aún no nos descubría); pasado el tiempo, abandonaba el lugar para inspeccionar la longitud de la pared oeste y giraba en la esquina hasta llegar a la entrada principal, probablemente para intercambiar información con los otros guardias, tarea que le tomaba, más o menos, tres minutos. Después se repetía el proceso.