En el camino de vuelta a casa tuve tiempo para pensar en muchas cosas. No es que el bosque estuviera muy lejos, sino que me encargué de tomar los desvíos más largos para ganar tiempo.
Las cosas que habían pasado en los últimos días eran tan descabelladas e inexplicables, que cualquiera nos tomaría por bromistas en el mejor de los casos, y en el peor… bueno, ya estaríamos en el Soul Bridge antes de mencionar que los causantes de aquellos crímenes eran fantasmas.
¡Qué demonios! Ni yo misma me lo creería, de no ser porque era quien lo estaba viviendo en carne propia.
Aunque no lo haya mencionado, desde que el asunto adquirió aquel tinte sobrenatural, no hacía más que darle vueltas en mi cabeza, viéndolo desde todos los ángulos… y llegando siempre a la misma conclusión: mis conocimientos no eran suficientes para darle una explicación racional a todo aquello.
Puede que sí la tuviera, en un mundo con personas tan listas como los protagonistas de las películas y los libros de ciencia ficción. Pero en el mundo que yo conocía, que no iba más allá de lo que tenía en frente y podía ver con mis propios ojos, esas cosas se salían de lo normal.
Pero en el caso de que hubiera hallado una explicación más o menos buena, ¿qué papel cumplían las cartas en todo esto? Leía las fantasías psicóticas de un par de chicos y… ¿Qué? ¿Por arte de magia abría mi cuerpo a su fantasma por una noche?
No, todo era más profundo, más difícil de entender.
Desde la primera carta que recibí, vino a mí el recuerdo de un par de años atrás. Cuando tenía quince años, me llegaban cartas extrañas casi a diario. Las enviaban a mi casa en la mañana (por lo que mis padres nunca las vieron), solo que esas no venían firmadas por nadie. Las primeras eran muy tiernas, tanto que me hacían pensar en que tenía algún admirador secreto o algo así; lo que no encajaba bien, es que cada carta venía escrita por alguien diferente, lo notaba en su letra. Poco a poco, fueron cambiando de tono, casi llegando a ser amenazas, pero nunca dirigidas hacia mí. Igual no les quitaba lo perturbador, por cierto.
Las entregas se repitieron por un tiempo y después, tan repentinas como habían llegado, de pronto desaparecieron. Nunca se lo mencioné a nadie, ni siquiera a Louis, porque siempre pensé que se habían equivocado de dirección todas esas veces.
Por un momento, llegué a considerar que esas cartas las enviaba una sola persona, y no pude evitar establecer una relación con quien las enviaba en el presente.
Pero todas esas eran preguntas que encontrarían su respuesta más adelante, cuando supiéramos quién enviaba las cartas entonces. Por lo menos eso esperaba.
Pasé frente varias casas que ya comenzaban a decorar para el Halloween, sintiendo algo de miedo por los rostros macabros tallados en las calabazas que, aun si no tenían una vela dentro, ese detalle solo las hacía ver más amenazantes.
Tendría que esperar a la llegada de mis padres para decorar la casa este año. Solo faltaban dos semanas, así que habría tiempo de hacerlo antes del día especial.
Con tantas cosas pasando en aquellos días, no me había detenido a pensar en mis padres. Seguían fuera de la ciudad, y aunque solo había pasado una semana, su presencia ya me hacía falta, en especial la de mamá…
También me detuve a considerar por qué estaba caminando tan tranquilamente por esas calles, ya sin disfraz (me lo quité cuando estuve segura de que nadie me seguía), viendo a algunas personas conocidas que me saludaban como si yo fuera la misma de siempre, y a otras desconocidas que hacían lo mismo.
Pero, ¿por qué? Si los asesinatos más recientes en la ciudad habían sido por mi causa, ¿qué tenía yo de especial para no encontrarme tras las rejas en aquel instante?
Cuando Louis y yo comenzamos a investigar todo esto, le hice prometer que iríamos directo a la policía si yo tenía algo que ver en los crímenes. Y, después de las cosas que habíamos descubierto, ¿no eran pruebas suficientes de mi participación en cada acto?
Esta conversación ya la habíamos tenido los dos, y el resultado fue este: puede que haya participado, pero no directamente, y mucho menos por voluntad propia. Fue algo que solo pasó, algo que no tenía explicación y que, por esa misma razón, sería inútil tratar de convencer a alguien. Y tampoco es que tuviéramos idea de cómo explicarlo todo.
No me quedó de otra que aceptarlo, porque a fin de cuentas tendríamos que estar juntos, los tres, para resolver el misterio.
Por otro lado, ya no existían pruebas que pudieran relacionarme con los crímenes. Los tres conjuntos ensangrentados habían sido incinerados. Louis y yo nos encargamos de eso cuando dejamos a Víctor en su casa la noche anterior: pasamos por el bosque, encendimos una fogata y enterramos los restos para no llamar la atención. Fue más sencillo de lo que esperaba.