Al día siguiente volví a clases, preparada para las muestras de cariño y apoyo de personas que de seguro no sentían ni la mitad de lo que decían. Al principio te dije que en el instituto todos éramos amigos, y es cierto, pero hay un paso muy grande entre ser amigos incondicionales o simples conocidos, categoría esta última en la que nos hallábamos.
Los profesores también presentaron sus cartas obligatorias, y a todos ellos les respondí de forma automática.
Si omitimos la gran obra teatral que todos mantuvieron, el día no estuvo tan mal… por lo menos hasta la clase de física. Esta asignatura nos recibió con un proyecto bien interesante, pero el problema se presentó a la hora de formar las parejas: el profesor se encargó de esta parte.
Empleó un método muy sencillo, pero muchos de los alumnos no quedaron satisfechos. No presté atención sino a los compañeros de mis amigos y yo.
—Tercer pareja —anunció el maestro con la vista clavada en la lista de nombres después de haber llamado a los primeros—: Elizabeth D. Deanworth con… —Estaba haciendo lo mismo con todos: para aumentar el suspenso, fingía no poder leer el siguiente nombre. Eché un vistazo sobre mi hombro y comprobé que le daba resultado, porque muchos de los chicos que aún no tenían compañero, apretaban las manos en un gesto suplicante—. Vaya, creo que le va a gustar —me sonrió el profesor—. Su compañero será Louis A. Fantin.
Celebré la noticia con mi mejor amigo mientras anunciaban a los demás, pero la última pareja formada borró la sonrisa de nuestras facciones.
—Y por último, tenemos a Jason O. Walsh… —Pausa dramática, pero no tan extendida porque ya todos lo sospechaban—… con Víctor H. Young.
—Que alguien por favor me mate —se lamentó el pelirrojo con la cabeza escondida entre los brazos. Era la hora del almuerzo y el joven no quería probar bocado.
—Pide un cambio de compañero —sugerí.
—Ya lo intenté, pero el profesor no quiere hacerme caso. —A su voz solo le faltó una nota para salir quebrada.
—No puede ser tan malo —habló Louis en tono conciliador al tiempo que apoyaba una mano en el hombro de Víctor; él levantó la cabeza para mirarlo. Tenía los lentes torcidos y el cabello le ocultaba parte del rostro.
—Eres pésimo para motivar. —Dejó caer otra vez la cabeza. Louis adoptó una expresión incrédula y herida, y apartó la mano del otro chico para golpearlo. Le hice una señal para detenerlo; el pobre no tenía la culpa de estar enojado por el compañero que le tocó. Mi amigo devolvió la mano a donde estaba e insistió en darle consejos al pelirrojo.
Al final del día ya teníamos a un Víctor más animado, dispuesto a dar lo mejor para sacar el proyecto adelante.
—Después de todo —comentó antes de despedirse—, solo son dos semanas hasta tener que entregarlo.
En la tarde me reuní con Edward mientras Louis investigaba lo que le pedí. A pesar de sus excusas, logré convencerlo de que iniciáramos ese mismo día, argumentando que era mejor tenerlo listo antes de tiempo que andar con carreras al final del plazo. También se negó a que me viera con su padre, pero sabía que igual lo haría sin su permiso.
El señor Fantin me guio en todos los pasos, y al final de la tarde ya habíamos entregado la solicitud del seguro social de mamá y Brad. El de este último supuso un mayor reto, ya que no teníamos ningún vínculo familiar, pero Edward me aseguró que se encargaría de que obtuviera todos los beneficios. Y le creí. No tenía dudas.
Los días que restaron de aquella semana transcurrieron sin cambios ni sucesos dignos de contar. Todo lo extraño pasó el viernes en la tarde.
Louis y yo no fuimos los únicos que pensaron iniciar el proyecto cuanto antes: Víctor y su compañero eran de la misma opinión, aunque por razones diferentes a las nuestras.
—Quiero desperdiciar mi tiempo con él lo menos posible —aseguró.
Por fortuna para ambos —porque seguro que Jason tampoco estaba muy a gusto con el trabajo—, era una tarea poco ardua.
El último día de esa semana no hubo ensayo para la obra, por lo que los tres nos pusimos de acuerdo en hacer algo juntos. Fuimos a caminar por el bosque en busca de un sitio tranquilo para sentarnos a charlar. El día era perfecto, de los pocos del mes en que no parecía estar a punto de llover, y entonces se me ocurrió el lugar indicado.
Nos abrimos paso entre las ramas de los árboles que se hacían más frondosas a medida que llegábamos más profundo en la maleza. El sonido del agua fue aumentando gradualmente hasta permanecer en uno constante y alto, pero no demasiado como para impedirnos hablar.