Esta navidad te quiero a ti

4. ¡Redes, WiFi y...acción!

La competencia empieza temprano. Literalmente, porque Charles llega a la oficina antes que yo. Entro con mi café medio frío en la mano, y ahí está él, instalado como si hubiera dormido en su silla. Su laptop está abierta, sus documentos organizados en una carpeta que parece haber sido diseñada por un minimalista obsesivo, y su sonrisa matutina me da ganas de estrellar mi taza contra la pared.

—Buen día, Nina—dice, sin siquiera levantar la vista del monitor.

—Buen día—gruño, dejándome caer en mi silla con el peso de alguien que ya odia el día y todavía no son las nueve.

La campaña está dividida en objetivos semanales, y hoy es nuestra primera gran reunión para definir tareas. Se supone que trabajamos juntos, pero eso no significa que no esté lista para aplastarlo en esta competencia. La meta es simple: armar una serie de contenidos navideños para las redes del gobierno porteño que conecten con la gente y se viralicen. Fácil, ¿no? Claro, porque la gente de Buenos Aires ama las campañas gubernamentales tanto como los cortes de luz en verano.

Cuando Panzotti entra a la sala, suelta una carpeta con fuerza sobre la mesa, como si quisiera marcarnos el ritmo.

—Bien, chicos, esta semana necesitamos tres cosas: una estrategia creativa que incluya un video principal, un plan de contenido para redes con reels virales, y una propuesta de imagen a la altura del manual de marca. Todo tiene que estar listo para el viernes. ¿Entendido?

Charles asiente con esa calma suya. Yo asiento también, pero por dentro estoy pensando en todas las maneras en que esto puede salir mal.

—Les daré libertad creativa, pero recuerden: esto es para el gobierno. Nada de ideas demasiado locas. Tiene que ser navideño, porteño y políticamente correcto.

Nada demasiado loco. Perfecto. Entonces adiós a mi idea de vestir a un grupo de bailarines de tango como duendes navideños y soltarlos en el Obelisco a bailar en una milonga de renos y pompones.

Cuando Panzotti se va, Charles se gira hacia mí con esa sonrisa que siempre parece sugerir que está dos pasos por delante de mí.

—Bueno, ¿por dónde empezamos, jefa?

—Por no llamarme ‘jefa’—le respondo, mientras abro mi cuaderno—. Tenemos que dividirnos las tareas. Tú eres bueno con lo visual, así que encárgate del diseño para derivar con Gertrudis que tiene a cargo del área. Yo me ocupo de la estrategia de publicidad.

—¿Y el video central? Más los reels.

—Los hacemos juntos.

Lo digo antes de darme cuenta de lo que implica, y al instante me arrepiento. Trabajar con Charles en algo tan importante como el video es como invitar al zorro al gallinero. Él solo asiente, como si ya supiera que iba a salirse con la suya.

El resto de la mañana transcurre en una especie de guerra fría creativa. Él lanza ideas, yo las critico. Yo lanzo ideas, él las “refina”. Cada vez que parece que estamos llegando a un acuerdo, algo en su tono me hace querer cambiarlo todo solo para llevarle la contraria.

—¿Qué tal si usamos imágenes icónicas de Buenos Aires, pero les damos un toque navideño? Por ejemplo, podemos iluminar el Obelisco como un arbolito gigante.

—¿Y cuál es el mensaje?—pregunto, cruzando los brazos.

—Que Buenos Aires brilla en Navidad.

—¿Y si en lugar de eso hacemos algo más cercano? Algo que la gente sienta como propio. ¿Qué tal mostrar cómo se celebra la Navidad en los barrios?

Él me mira, inclina la cabeza y sonríe.

—Es una buena idea. Claro que podría funcionar, si la presentamos bien.

—Por supuesto que va a funcionar, Charles. Es mi idea.

Se ríe, y esa risa me pone los pelos de punta. No porque sea desagradable, sino porque es lo contrario. Suena genuina, divertida. Y eso me irrita aún más.

Al final del día, tenemos un plan general: el video será un recorrido por diferentes barrios porteños, mostrando las tradiciones y costumbres navideñas. Vamos a incluir desde el arbolito gigante de Plaza de Mayo hasta las ferias del Once, con entrevistas cortas a vecinos. Es una mezcla de nuestras ideas, pero en mi cabeza ya lo estoy viendo como mi proyecto. Propio, mío, personal, porque no toleraría que el tipo que recién entra a cubrirme algunas tareas se convierta en mi jefe a la velocidad de la luz.

Charles se queda un rato más en la oficina después de que yo me voy, y eso me molesta más de lo que debería. ¿Qué está haciendo? ¿Intentando ganarme por pura resistencia? Me prometo a mí misma que mañana llegaré antes que él, aunque tenga que salir de casa a las seis de la mañana.

Mientras camino hacia el subte, trato de no pensar en él, en su sonrisa o en la forma en que su camisa parecía hecha a medida para irritarme. Pero, por supuesto, eso es todo lo que puedo pensar. La competencia apenas ha empezado, y ya siento que este tipo va a volverme loca.




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