Apenas me siento en mi escritorio al día siguiente, Panzotti entra en la oficina como si estuviera presentando el sorteo de la Copa del Mundo. Deja caer una pila de papeles frente a nosotros y nos mira con esa mezcla de entusiasmo y tensión que siempre me hace sospechar acerca de que algo puede andar tramando.
—He decidido que será más interesante dividirlos—anuncia, como si acabara de tener una epifanía divina.
Charles y yo intercambiamos miradas, aunque la suya es más de curiosidad y la mía de puro escepticismo.
—En objetivos, no físicamente—aclara y mi gozo queda en un pozo—. Cada uno tendrá su propia plataforma para gestionar y demostrar sus habilidades—prosigue con sus indicaciones—. Nina, tú te encargarás de Instagram y TikTok. Charles, tú manejarás Twitter y Facebook. Ambos tienen objetivos específicos de engagement, alcance y conversión. Al final de estas dos semanas, compararemos resultados y veremos quién tiene lo necesario para el ascenso.
Mi estómago se retuerce. ¿Por qué siento que esto va a ser más difícil de lo que parece? Claro, Instagram y TikTok son plataformas vibrantes, creativas y mucho más “mi estilo”. Pero también son un campo de batalla. Las tendencias cambian más rápido que el clima en Buenos Aires y la competencia por la atención auténtica es brutal.
Charles, por otro lado, tiene Facebook y Twitter. Twitter es un caos, pero Facebook todavía tiene un público fiel, especialmente para el tipo de contenido gubernamental que estamos trabajando. Lo veo sonreír mientras hojea las hojas que Panzotti dejó. Esa sonrisa confiada que me hace querer arrancarle los papeles de las manos.
—¿Preparada para la batalla?—pregunta, con ese tono despreocupado suyo.
—Siempre—le respondo, intentando sonar igual de relajada. Pero por dentro, ya estoy trazando mi estrategia.
El primer día con nuestras plataformas es un desastre para mí. Intento grabar un par de reels para Instagram con imágenes navideñas de Buenos Aires, pero todo se ve forzado, como si alguien hubiera pegado brillos en un alfajor viejo y lo llamara decoración. Mientras tanto, TikTok es un agujero negro de contenido absurdo que ni nuestra host digital con medio millón de seguidores consigue levantar. ¿Cómo se supone que voy a competir con adolescentes bailando en pijama, en las mismas ubicaciones que nosotros y con los mismos tags navideños?
Por la tarde, decido espiar a Charles para saber qué tal le está yendo a él. Es una misión furtiva: me levanto de mi silla, finjo ir por un café y camino lentamente hacia donde él está trabajando. Su pantalla está llena de tweets perfectamente redactados, con hashtags ingeniosos y un tono tan optimista que casi parece genuino. Incluso veo que ya tiene comentarios positivos. ¿Cómo lo hace tan rápido?
Vuelvo a mi escritorio sintiéndome como una perdedora. Él está ganando, lo sé. Y no puedo permitirlo.
Para cuando llega la hora de almorzar, estoy desesperada. Mis videos no tienen suficientes vistas, los comentarios son pocos y los únicos likes que he recibido son de cuentas que claramente son bots que costean particularmente algunos gobernantes y te das cuenta porque son al estilo “¡así se hace mi gobernador!” “¡Traigan urnas que lo vuelvo a votar!” “¡La mejor gestión del mundo!”. Sí, definitivamente son bots. Hasta que paso a las cuentas de Twitter que está llevando el mismísimo Charles y…¿cómo rayos es que seamos Tendencia?
Me encuentro mirando mi pantalla, considerando algo que ni siquiera quiero admitir en voz alta: jugarle sucio.
Durante cierto instante, Charles está en la cocina de la oficina, probablemente preparando uno de esos tés caros que le gusta tomar. Aprovecho su ausencia para acercarme a su escritorio. Su laptop está cerrada, pero veo una libreta al lado con notas rápidas escritas con su caligrafía impecable. ¿Debería echar un vistazo?
Mi corazón late como un tambor. Esto no está bien. Pero, ¿qué tan mal puede ser? Es solo una mirada, algo rápido para entender cómo está enfocando sus publicaciones.
—¿Buscando inspiración, Nina?
Casi salto de la impresión que me provoca su repentina presencia. Charles está parado detrás de mí con su taza de té, mirándome con una expresión que mezcla curiosidad y diversión.
—No, solo… quería mover esta libreta porque estaba ocupando espacio que me corresponde.
Mi excusa es tan patética que incluso yo quiero golpearme. Él no dice nada, solo sonríe y se sienta en su silla como si nada hubiera pasado.
—¿Cómo te está yendo con TikTok?—pregunta, tomando un sorbo de su té.
—Bien—miento, cruzando los brazos—. Muy bien, de hecho. Mis videos están teniendo un alcance impresionante, nos está yendo bomba.
—Me alegra oírlo. Creo que Instagram y TikTok son plataformas muy adecuadas para ti.
Eso suena como un cumplido, pero viniendo de él, todo suena condescendiente. Decido que no importa qué tan ético sea, tengo que ganarle. Aunque eso implique tomar medidas… poco ortodoxas.
De vuelta en mi escritorio, empiezo a pensar en maneras de sabotearlo. ¿Y si cambio los enlaces en sus publicaciones? ¿O si borro accidentalmente algunos de sus tweets? Es un pensamiento fugaz, pero mi orgullo se aferra a él como una tabla en el océano.
Esto no es solo una competencia, me digo a mí misma mientras finjo concentrarme en mi pantalla. Es una guerra, y en la guerra todo se vale, ¡ser la manager y evitar que el nuevo se convierta en mi jefe!
Mientras tanto, Charles sigue trabajando tranquilamente, como si tuviera todo bajo control. Y yo no puedo evitar preguntarme cómo sería si él estuviera un poco más… fuera de balance. Porque si él sigue jugando limpio y yo empiezo a ensuciarme las manos, puede que esta competencia no termine bien para ninguno de los dos. Pero, por ahora, es un riesgo que estoy dispuesta a tomar.