El día comienza con la noticia más inesperada del mes, y considerando que llevo largos días trabajando codo a codo con Charles en esta batalla de egos navideña, eso ya es decir mucho. Panzotti entra a la oficina con una energía que no le había visto desde que anunciaron el aumento anual de presupuesto para café.
—¡Cambio repentino de planes, equipo! ¡Y fugaz!—anuncia, golpeando la mesa de reuniones como si estuviera a punto de declarar la independencia.
Charles y yo intercambiamos una mirada rápida. Su expresión es curiosa, la mía de pura desconfianza.
—Hoy viajamos a la costa. Necesitamos que cubran la grabación de una campaña de verano para la agencia. Es un proyecto cruzado con una marca de ropa interior y trajes de baño masculinos, así que lleven bloqueador solar. Hemos conseguido apoyo de marcas antes de que entre la temporada alta post fiestas y debemos aprovechar estas horas al máximo.
Casi escupo el mate que estoy tomando, lo cual ya es costumbre dadas las novedades que nos están dando este último tiempo. ¿La costa? ¿Hoy mismo? ¿Y con trajes de baño de hombre? Mi mente da un giro completo tratando de asimilar la información.
—¿Quiénes vamos?—pregunto, más para prepararme mentalmente que por curiosidad real.
—Tu, Charles, Brenda y yo—dice Panzotti—. Cada uno con sus labores bien definidas.
Charles suelta una risita con esa calma irritante, como si acabaran de invitarlo a un día de spa.
—Suena divertido—dice, mientras yo me esfuerzo por no rodar los ojos o sacar una navaja y enterrarle el filo en las costillas.
—Divertido no es la palabra que yo usaría—murmuro, pero ya nadie me escucha y todos siguen su camino.
***
El viaje a la costa es largo, pero no lo suficiente como para evitar las incómodas teorías que mi cerebro empieza a cocinar. Estamos en la camioneta de la agencia, y Panzotti conduce mientras Charles está sentado a mi lado, aparentemente encantado de observar el paisaje. Yo, mientras tanto, estoy analizando cada interacción entre ellos como si fuera una detective de relaciones secretas.
Panzotti habla con Charles con un tono más relajado que el habitual, casi amigable. Le pregunta por sus gustos, menciona algún que otro detalle personal, y yo no puedo evitar pensar: ¿Son amigos de verdad? ¿O algo más? No es como si me importara, claro, pero hay algo en la forma en que Charles le sonríe que me da mala espina.
—¿Estás bien, Nina?—pregunta Charles, sacándome de mi burbuja de pensamientos paranoicos.
—Sí, perfectamente—miento, volviendo la vista al camino.
Él sonríe, como si supiera exactamente lo que estoy pensando. Y probablemente lo sabe.
Cuando llegamos a la locación, es como si hubiéramos entrado en un comercial de verano. La playa está desierta, las olas rompen suavemente contra la orilla, y los modelos ya están listos, todos bronceados y perfectos, como si el sol se dedicara exclusivamente a bendecirlos a ellos. Hay una energía extraña en el aire, algo entre la emoción de la grabación y la incomodidad de estar en medio de una sesión con hombres en ropa interior mínima.
Panzotti desaparece rápidamente para hablar con el director de la campaña, dejándome sola con Charles. Estoy a punto de relajarme un poco cuando uno de los asistentes de la marca se acerca con un problema.
—Nos falta un modelo para la zunga roja, el que teníamos comió demasiado pan dulce y ahora no va a poder modelar—dice, agitando una pieza de tela que apenas puede calificarse como ropa—. ¿Alguien del equipo podría reemplazarlo? Solo necesitamos unas tomas rápidas.
—¿Y si mejor ofrecemos mensajes de body positive y evitamos ser tildados de gordofóbicos?—les propongo.
—El problema no es lo estético, es que no vino porque está completamente descompuesto.
Mis ojos se abren como platos. Antes de que pueda protestar o incluso sugerir una solución menos humillante, Charles da un paso al frente.
—Yo puedo hacerlo—dice, como si acabaran de pedirle que sostuviera un café, no que se pusiera una zunga frente a un equipo de producción completo.
—¿Qué?—pregunto, incrédula.
—Es solo un chapuzón—dice, quitándose la camisa.
Y entonces sucede.
¡SÍ, SUCEDE! ¡MAMMA MIA!
Charles se quita la camisa, y mi cerebro se desconecta como cuando te salta la térmica de la casa. Su torso es exactamente tan perfecto como imaginaba, aunque odio admitir que alguna vez lo imaginé. Tiene músculos definidos, piel bronceada, y cuando se pone la zunga roja, me doy cuenta de que es más atrevida de lo que parecía en manos del asistente.
Camina hacia el agua con la seguridad de alguien que sabe exactamente lo que está haciendo. Las cámaras empiezan a grabar mientras él corre hacia las olas y se sumerge con gracia. El sol brilla sobre su piel mojada, y yo estoy tan hipnotizada que apenas noto que estoy sosteniendo mi cuaderno al revés.
—¿Qué te parece?—pregunta el asistente, mirándome como si mi opinión tuviera algún peso.
—¿Qué me parece qué?
—La toma. ¿Está bien el ángulo?
Miro a Charles, que sale del agua como si estuviera en un comercial de perfume caro, y me esfuerzo por articular una respuesta.
—Sí, está… bien. Muy bien—digo, sintiéndome una idiota.
Charles, por supuesto, nota mi confusión. Cuando termina su improvisada sesión de modelo, se acerca con una sonrisa tan desarmante que me dan ganas de empujarlo de vuelta al agua.
—¿Te gustó el espectáculo?—pregunta, secándose el cabello con una toalla.
—Fue… profesional—respondo, evitando mirarlo directamente.
Él ríe, y esa risa me atraviesa como una descarga eléctrica mientras regresa para cambiarse como una persona decente.
Pero cada vez que miro hacia las olas, no puedo evitar recordar la imagen de Charles en esa maldita zunga roja, y lo peor es que él lo sabe. Por supuesto que lo sabe.