El aire en la oficina del jefe está tan denso que podría cortarse con un cuchillo. O será que ya es super tarde, que la jornada viene siendo extensa para todos y que la montaña rusa de emociones que hemos atravesado hoy está teniendo consecuencias.
Panzotti, sentado detrás de su escritorio, nos observa con una mezcla de irritación y decepción, como un padre cansado de que sus hijos sigan peleando por quién se sienta al lado de la ventana.
Charles y yo estamos sentados frente a él, como dos alumnos problemáticos esperando el castigo. Estoy tan tensa que siento los hombros a punto de fusionarse con mis orejas. Charles, por supuesto, parece más tranquilo, pero hay un brillo en sus ojos que delata lo irritado que está.
—¿Quieren explicarme qué demonios está pasando?—pregunta Panzotti, dejando caer un bolígrafo sobre el escritorio con un golpe seco.
Abro la boca para responder, pero Charles se me adelanta.
—Yo también me lo pregunto, jefe. He estado haciendo mi trabajo de forma impecable, pero parece que hay ciertos malentendidos…
Cierro los ojos y respiro hondo para no lanzarme sobre él.
—¿Malentendidos? ¡Mis videos desaparecieron misteriosamente! ¡Mis piezas de material no se sincronizaron! ¡La campaña completa es un fraude! ¿Eso te parece un malentendido?
—Tal vez tus habilidades técnicas no son tan sólidas como pensabas, Nina, quizá deberías tomar algún curso de actualización y otro para evitar tu paranoia de que la gente te hace daño porque NO ES ASÍ—dice, con esa sonrisa irritante que hace que mis manos se enrosquen en puños.
—¡Oh, claro! Y seguro que mis publicaciones también se sabotearon solas porque el universo decidió conspirar contra mí justo cuando tú te apareciste con tu aire de perfección y tus trajes de baño ajustados.
—¡Basta!—interrumpe Panzotti, golpeando la mesa con la palma. Su voz resuena en la pequeña oficina, y ambos nos callamos al instante—. Estoy cansado de esta rivalidad infantil. Se supone que son profesionales, no dos adolescentes peleando por quién se queda con el último pedazo de pizza.
El silencio se extiende entre nosotros. Yo cruzo los brazos, intentando parecer más compuesta de lo que realmente me siento. Charles, mientras tanto, parece estar disfrutando el espectáculo, pero hay una tensión en su mandíbula que me dice que no está tan relajado como aparenta.
—Voy a ser claro—continúa Panzotti, mirándonos a ambos con esa mirada que podría derretir acero—. Si no hacen una tregua ya mismo, los dos quedarán descalificados de la posibilidad del ascenso sin ningún manager que dirija el equipo. Y eso no es negociable.
Mi estómago tiene un vuelco de repente. Madre mía… Descalificada. No, eso no puede pasar. He trabajado demasiado duro para que este imbécil con su sonrisa perfecta y su cabello impecable arruine mi oportunidad.
—Está bien—digo finalmente, forzando las palabras a salir—. Haré una tregua, pero solo porque me importa este proyecto, no porque quiera trabajar codo a codo con él, ¡apenas acaba de llegar a esta oficina!
—Lo mismo digo, podemos trabajar en conjunto sin amistades de por medio ni boicot. Ni autoboicot de parte de ninguno—responde Charles, su tono tan neutro que casi parece sincero.
Panzotti asiente, pero no parece del todo convencido.
—Quiero que esta tregua sea real. No más sabotajes, no más acusaciones. Y, sobre todo, no más discusiones en la oficina. ¿Entendido? Si uno avanza para manager, el otro también, luego tomo mi propia decisión arbitraria, pero si uno de los dos retrocede o hace las cosas mal, afecta inmediatamente al otro. ¿Okay?
Asentimos, aunque sé que ninguno de los dos está completamente de acuerdo. Salimos de la oficina en silencio, caminando lado a lado hasta que estamos lo suficientemente lejos como para que Panzotti no nos escuche.
—Tregua, ¿eh?—dice Charles, rompiendo el silencio con ese tono suyo que siempre parece burlarse de mí.
—No me hagas arrepentirme—respondo, mirándolo de reojo—. Porque te juro que si intentas algo más, esta tregua se va al diablo.
Charles se ríe, y aunque suena relajado, hay algo en sus ojos que me dice que no está tan seguro de cómo manejar esta situación como pretende.
—¿Sabes, Nina? Tal vez no seas tan insoportable como pensaba.
—Y tal vez tú no seas tan perfecto como aparentas—replico, sin mirarlo.
Él sonríe de nuevo, pero esta vez no es la sonrisa arrogante de siempre. Hay algo más suave en ella, algo que no quiero analizar demasiado. Nos quedamos en silencio un momento, y por primera vez en semanas, no parece un silencio cargado de tensión.
Tal vez esta tregua funcione. O tal vez solo sea el comienzo de una guerra aún más complicada. Lo único que sé es que no pienso perder este ascenso, con o sin tregua. Y si Charles cree que por esta tregua o que por unos besos apasionados que nos dimos en la playa estando en trajes de baño apretados, se supone que voy a bajar la guardia, está muy equivocado.