Esta navidad te quiero a ti

12. Amor y Odio por Charles

NARRADO POR NINA

—Charles, ¿puedes dejar de cantar como si fueras un motor viejo? —digo, sin apartar la vista de la pantalla. Estoy revisando, por sexta vez, el guion del video. Me arden los ojos, pero no puedo detenerme. Si este proyecto falla, seré yo quien esté empacando mi escritorio, no él. Además, se supone que estamos trabajando juntos y no debería generar distracciones.

—¿Disculpa? —responde, con su tono habitual, ese que parece venir preprogramado para sonar irritante—. ¿Me pides que apenas deje de cantar? Estoy cantando bajo, respirando.

—Eso. Estás respirando muy fuerte. Me desconcentra.

—¿Quieres que deje de respirar? Porque, si es el caso, puedo intentarlo, pero no creo que vaya a mejorar tu trabajo que me muera por asfixia.

Y lo hago.

Suelto una risita.

Él también.

No, no puedo dejar que piense que estoy teniendo algo positivo, que me está generando cosas porque sería eso un vil error.

Vuelvo a mi computador y él al suyo. Me pongo auriculares para tratar de evitarlo porque sigue cantando, pero ahora una parte de mí, curiosamente quiere escucharlo cantar o quedarme embobada mirando su sonrisa perfecta o sus ojos claros buscando hacerme alguna broma.

Lo miro de reojo. Está inclinado sobre su portátil, sus dedos bailando en el teclado como si fuera el Mozart de las campañas publicitarias. Me molesta. Me molesta lo bien que se ve incluso cuando está trabajando. El cabello perfectamente peinado, la camisa arremangada justo lo necesario para que los antebrazos queden a la vista, y esa maldita manera de existir como si fuera un modelo de catálogo de trajes. Es ofensivo.

Me quito los auriculares y retomo la pelea.

—Sabes—. Levanta la vista—. No se trata de que dejes de respirar o de cantar, se trata de que lo hagas en otro lado —respondo, cruzándome de brazos. La tensión en la sala es tan espesa que podríamos cortarla con un cuchillo, pero ninguno de los dos está dispuesto a dar el brazo a torcer.

—Lo siento, Nina, pero mi contrato no especifica que debo exhalar en un lugar diferente al tuyo. Además estás intentando llamar mi atención, ¿no es más fácil que me pidas una cita y punto? Podemos salir una noche de estar y comportarnos como adultos.

—¿De verdad tienes que ser tan… tú? —suelto, harta de su actitud. ¡Su actitud de que es capaz de leerme el pensamiento porque realmente es capaz de ello!

—Y tú, ¿siempre tienes que ser tan dramática? Es un respiro, no una tormenta de arena. Además, si quieres que salgamos, no te pagaré la cena. Lo haremos a medias porque respeto normas de equidad. Aunque deberías pagar tú porque sé que estás muerta por mí.

—¡¿Q-qué?!

—Que te gusto e intentas odiarme porque soy tu contrincante en el concurso por el ascenso.

—Creo que tienes los humos muy arriba.

—Y tu tienes humito ahí debajo.

Estoy a punto de responderle, de lanzarle algo que lo deje sin palabras —mi especialidad—, o de lanzarle un pisapapeles en la frente, pero él se levanta y se inclina sobre mi escritorio, lo suficientemente cerca como para que pueda oler su colonia. Huele a madera y algo fresco, como un bosque después de la lluvia. Es irritante que incluso eso lo haga tan perfecto.

—¿Sabes qué, Nina? —dice, con ese tono bajo y grave que usa cuando está perdiendo la paciencia—. Tal vez, si dedicaras menos energía a buscar mis defectos o dejar de intentar llamarme la atención, no estaríamos atrapados en esta situación.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es esa situación, Charles? —pregunto, levantándome para enfrentarlo cara a cara y estando ambos más y más cerca. No voy a dejar que me intimide. No importa que esté a cinco centímetros de mí y que esos cinco centímetros sean pura perfección masculina.

—Esta situación en la que ninguno de los dos puede trabajar sin pelear, sin buscar cualquier excusa para… para…

Se detiene, pero yo sé exactamente lo que está pensando. Su mandíbula se tensa, y sus ojos oscuros me miran como si estuviera tratando de resolver un enigma imposible. El aire se vuelve más denso, y mi corazón comienza a latir más rápido, pero no por él, claro. Es pura indignación. Eso es todo.

—¿Para qué, Charles? Termina la frase —lo desafío, levantando la barbilla.

—Para esto.

Antes de que pueda procesarlo, sus labios están sobre los míos. Es como un choque, una explosión que hace que todo se detenga. El mundo desaparece, y lo único que existe es él, su boca, la manera en que sus manos se colocan en mi cintura, tirando de mí hacia él como si no hubiera nada más que importara.

Quiero empujarlo, decirle que está loco, pero mi cuerpo no coopera. Mis manos encuentran su camisa, y en lugar de apartarlo, lo atraigo más cerca. Su piel es cálida bajo mis dedos, y el sonido de su respiración mezclándose con la mía me hace perder cualquier atisbo de sentido común.

—Esto… esto no está pasando —murmuro, cuando me separo apenas unos milímetros para tomar aire. Pero mis palabras no tienen peso porque, antes de que pueda decir algo más, Charles me atrapa otra vez, esta vez con más intensidad, como si estuviera decidido a demostrarme que, en efecto, sí está pasando.

Mis dedos se enredan en su cabello, y siento cómo su risa baja vibra contra mi pecho. Es una risa arrogante, como si supiera exactamente lo que está haciendo. Y lo sabe. Por supuesto que lo sabe.

El sonido de un gemido escapa de mi garganta, y quiero morirme. ¿Qué estoy haciendo? Esto es Charles, el odioso, el egocéntrico, el irritante Charles. Pero también es Charles, el que me mira como si fuera la única persona en el mundo, el que hace que mi corazón lata tan fuerte que estoy segura de que lo puede oír.

El sonido de pasos en el pasillo nos hace saltar como si hubieran prendido fuego a nuestros escritorios. Nos miramos, jadeando, y durante un segundo, ninguno de los dos dice nada. Sus labios están ligeramente rojos, y su cabello está desordenado, y todo en él grita prohibido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.