Esta navidad te quiero a ti

14. Enemigos muuuuy cercanos

El restaurante, con su aura festiva de luces parpadeantes que parecen diseñadas para causar migrañas masivas, se queda en un segundo plano cuando me dirijo al baño. Estoy tratando de ignorar lo extrañamente tranquila que ha sido la cena con Charles, como si hubiéramos bajado las armas solo para encontrar una tregua incómoda.

Me miro al espejo del diminuto baño, las manos húmedas aferradas al borde del lavabo, repasando mentalmente nuestra conversación. Lo odio. Lo odio por ser tan irritantemente perfecto, tan insoportablemente Charles, y al mismo tiempo, por hacerme reír cuando menos lo espero.

Comer a solas puede ser un respiro luego de que me han notificado que seré una esclava navideña a cambio de tolerar una promesa de ascenso.

¿Vale la pena?

Entonces, la puerta frente a mí se abre. Giro apenas la cabeza, esperando encontrarme con una mujer del equipo de meseros o, en el mejor de los casos, alguien con una excusa creíble para estar aquí. Pero no.

Es Charles.

¡CHARLES!

Debe de ser una alucinación porque este tipo ya me debe haber metido un delirio de paranoia en al cabeza.

Acto seguido, (y una vez que estoy segura de lo que estoy viviendo) cierra la puerta con cuidado, como si esto fuera completamente normal, y se recarga contra ella por un momento.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —pregunto, con más sorpresa que indignación. Aunque intento lo segundo.

—Creo que olvidaste algo. —Sus palabras son tranquilas, pero hay algo en su tono, una mezcla de desafío y certeza, que hace que mi pulso se acelere de golpe. Se acerca, y mi primera reacción es retroceder, pero la pared está justo detrás de mí.

—¿Ah, sí? —Respiro con fuerza, mi tono desafiante, pero mi corazón late tan rápido que casi puedo oírlo. Él no responde. En lugar de eso, alza una mano, lenta, deliberada, y la apoya contra la pared junto a mi cabeza. Su proximidad es sofocante, su mirada fija en la mía, como si estuviera esperando algo.

Y entonces lo hace. Me besa. No hay preámbulos ni avisos, solo la presión firme de sus labios contra los míos. Por un momento, mi cerebro entra en cortocircuito. Es rápido, un beso robado que no dura más de un segundo, pero la intensidad detrás de él me deja sin aire.

Cuando se separa, lo miro, boquiabierta, intentando procesar lo que acaba de pasar. Él me sostiene la mirada, sus ojos oscuros y llenos de algo que no logro descifrar. Desafío, quizás. O necesidad.

—¿Eso es todo? —pregunto, con mi voz más baja, casi un susurro. No sé por qué lo digo. Tal vez porque necesito retomar el control de una situación que claramente se ha salido de mis manos.

Charles sonríe, esa maldita sonrisa que siempre me pone los nervios de punta, pero esta vez hay algo diferente en ella. Algo crudo. Y antes de que pueda decir algo más, me besa de nuevo. Esta vez no es rápido. Es intenso, profundo, como si estuviera decidido a demostrar algo. Sus labios son firmes, seguros, moviéndose contra los míos con una precisión que me desarma por completo. Y yo... yo no lo detengo. Mis manos, que hasta ahora habían estado pegadas a mis costados, suben casi por instinto, aferrándose a su cabello, tirando ligeramente, como si temiera que esto pudiera terminar demasiado pronto.

Su cuerpo está pegado al mío, su calor atravesando la tela de mi ropa, y me siento atrapada de la mejor manera posible. Su otra mano, la que no está contra la pared, se posa en mi cintura, al principio con suavidad, pero luego aprieta, tirándome hacia él. La sensación es abrumadora, su cercanía, su intensidad, su maldita habilidad para hacerme sentir como si el mundo entero hubiera desaparecido y solo quedáramos nosotros.

No hay espacio para pensar, ni para dudar. Su lengua roza la mía con una precisión que hace que un escalofrío me recorra la espalda. Un pequeño gemido se escapa de mis labios, algo que intento reprimir, pero es inútil. Siento sus dedos deslizándose hacia mi espalda baja, su agarre firme, y por un momento, todo lo demás deja de importar. Mi mente, siempre ruidosa, se silencia, dejando solo el latido acelerado de mi corazón y la forma en que su boca reclama la mía como si tuviera todo el derecho del mundo.

Cuando finalmente se aparta, ambos estamos jadeando, sus labios ligeramente hinchados y esa mirada oscura fija en mí como si estuviera considerando si esto había sido suficiente. Y no lo fue. No para mí. Mi mano todavía está en su cabello, mis dedos entrelazados en esos mechones perfectamente desordenados, y antes de que pueda pensar demasiado en lo que estoy haciendo, soy yo quien lo besa esta vez.

Es un beso cargado de frustración, de todas las palabras no dichas, de todas las discusiones y miradas furtivas que nunca admitimos. Mi cuerpo responde al suyo como si hubiera estado esperando esto desde el principio, y él lo toma todo, su mano subiendo por mi espalda, aferrándose a mi cintura, su pecho presionando contra el mío hasta que apenas puedo respirar.

El sonido de pasos afuera nos hace recordar dónde estamos, pero ninguno de los dos se mueve. Sus labios se separan de los míos solo lo suficiente para hablar, su voz ronca y baja.

—Nina... —dice mi nombre como si fuera una súplica, y eso es todo lo que necesito para sentir que estoy al borde del abismo.

Cuando salimos del baño, mi cabello está desordenado, mi respiración todavía acelerada, y mi rostro seguramente tan rojo como una esfera navideña. Charles, por supuesto, luce tan impecable como siempre, pero hay algo en su mirada, en la forma en que sus labios se curvan ligeramente, que me hace querer arrastrarlo de vuelta al baño y empezar de nuevo.

—Aún no me explicas cómo fue que llegaste aquí—le susurro mientras regresamos a la mesa, intentando recuperar algo de dignidad.

—Eres enojona, ¿eh? Yo solo quiero acercarme a ti, ¿cuánto te vas a dejar de pelearme y vas a entender que me gustas en verdad?—responde, dejándome con la cabeza dando chispazos—. Además, yo también te gusto. Así que ni pienses que te dejaré pasar, Nina. No te perderé. Yo nunca pierdo.




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