Estoy esperando en la mercería. Es un negocio tranquilo donde se despacha lento y cada producto que se vende tiene su propio ritual. Por ejemplo, las cintas de fayetina están colocadas del color más oscuro al más claro sobre el mostrador. Para cortarlas, la vendedora estira colocando una punta en su hombro y, mientras, con el lado contrario estira el brazo con el resto de la cinta. Al terminar, dice en voz alta:
—Casi un metro...
Y vuelve a medir el tramo con la regla pesada de madera que tiene en el mostrador.
—Ya ves... Un metro exacto —dice, contenta con su don.
Los alfileres se venden por paquete. Están alineados, pinchados ordenadamente en un papel madera que se extiende para que puedas ver, como un ejército de palitos de metal. En cambio, los que tienen tope de color se venden en una ruedita de plástico.
—¿Para jean o para tela finita, Marisita? —le pregunta la vendedora a la joven que pidió agujas de máquina pero no aclaró para qué fin. Eso solía molestar a la vendedora, cuyo gran placer, creo yo, era hurgar en los cajoncitos numerados de agujas.
—Un botón... —decía un cliente, y alzaba el botón que había traído. Ahí siempre se escuchaba un bufido, porque encontrar un botón parecía que podía llevar largo rato.
Los fines de semana atendía la mercería con su hija. La verdad era que la joven preparaba el mate y, sentada en un rincón, solo participaba cuando se juntaba gente. Si no, solo sonreía y cebaba mates a su madre, conversando animada.
Se llama Eva y trabaja en un hospital. No sé bien si es doctora o enfermera, pero sé que, apenas consiguió trabajo, se mudó a un departamentito nuevo que alquilaban en el barrio, justo donde arranca la avenida, una zona que tiene construcciones nuevas como conejeras, diría mi papá. Pequeñas viviendas coquetas pintadas de color pastel que se apilan, es verdad, como conejos.
Era su primera experiencia viviendo sola, contaría la vendedora. "Ahora va y viene", completaría después del "asunto". No supimos de qué se trataba el asunto hasta que mi mamá preguntó, y Eva accedió a que su madre contara mientras cebaba mate para todos.
Decíamos que Eva se mudó apenas terminó su carrera, con el sueldo de su primer trabajo. Su madre ayudó con la garantía y el depósito para que la joven pudiera aprovechar el alquiler barato.
No tenía muchos muebles, pero lo poco que tenía lo acomodó de manera coqueta, eligiendo los colores de los accesorios y disfrutando de mantener el lugar limpio y ordenado.
La realidad era que vivir sola le daba ciertas libertades. Aquello que nunca pudo hacer en su casa pensó hacerlo en el departamento. Su objetivo era encontrar amigos, amantes y quizá una pareja, alguien con quien apretar el nudo de este presente tan próspero que vivía. Era joven, próspera, sana y linda, tenía una familia hermosa, un trabajo, un buen pasar, diría mi papá. Pero no tenía habilidades para interactuar, no había conservado amigos, no había tenido más que relaciones pasajeras de pocas semanas que no prosperaban, y, ya a esta altura, sus sueños de un romance como el de sus padres no iba a suceder.
Su único hobby después del trabajo era entrar a foros de distintas páginas y chatear allí. En esa época era lo único que se parecía más a las redes sociales actuales. En estos sitios se hizo un grupo de amigos en la virtualidad, y de a ratos le parecía que congeniar con ellos era algo real. Pero se sabe bien, incluso en aquella época, que lo virtual no se asemeja en nada a lo real.
Con el tiempo enterada de esta cuestión, comenzó a ir a las reuniones que se armaban, y sí, la virtualidad era un universo paralelo, pero dentro de tanta decepción pudo encontrar aristas de realidad, gente que era interesante de carne y hueso. Incluso ella había sido una gran decepción para muchos.
Con el tiempo se entristeció, dejó de ser divertido cuando se convirtió en desesperación tanta soledad acompañada, enredada en arrobas, en promesas de diversión, y cuando llegaba a esas reuniones eran solo gente simple, como ella, con sus mismos problemas, quizás. En otros encuentros quedaba afuera, como en la realidad. Resulta que camarada22 congeniaba más con poli23, ladyocho y reinaldo_de_mardel que con ella, con la que todas las noches hablaba durante horas. Y ni que hablar de lore_retierna, gri_glitter y ponyrosado, que terminaban yéndose juntas a otro bar y ella se marchaba en un taxi carísimo a dormir rápido para ir a trabajar.
Estaba pensando eso, cuando escuchó el ruido de la pestaña de un privado emergente en chat. Se giró a ver la pantalla.
Alguien nuevo, pensó, y ya se hartó. Ya estaba cansada de comenzar estas conversaciones que terminarían en lo mismo que hoy, esta noche, nada. Estaba por cerrar apretando la cruz, cuando pensó:
Y le contestó directamente:
Y ahí comenzó el asunto, como diría la dueña de la mercería, una charla trivial con un muchacho que vivía a dos horas en tres y una en colectivo, que le dijo que no podía hablar mucho, pero que le mandaba por mail una foto de él.
La Eva_de_ella hubiese descartado el candidato, alguien como el que ni siquiera podía chatear más de tres líneas, ¿qué haría el resto de la noche?, pero ella quería hacer algo distinto por última vez. Así que aceptó, intercambiaron mail, y lo vio salir.
Foca25 ha salido de la sala.
Punto, eso fue todo, hasta abrir el mail al otro día. Una foto tamaño grande, un poco pixelada, de un muchacho que apenas podía distinguir porque su pantalla andaba mal. Eva_de_ella hubiese borrado el mail y descartado el candidato, pero ella quería hacer algo distinto, así que le mandó su foto y se fue a trabajar.