Esta no es una Historia de Terror

Esta no es una historia de Terror: La Nariz

La nariz.

No supe mucho de La hija de los Acorta. Me di cuenta de que se habían mudado a otro barrio porque el señor Acorta pasó por casa la semana pasada para saludarnos y agradecer tantos años de vecindad. Desde la escalera podía ver a Mara sentada en el auto familiar, oculta como siempre bajo una cortina de cabellos rubios. Recordé esta historia cuando subí a la terraza a bajar la ropa y el viento fresco de mayo me dio de lleno en la cara. Respiré profundo, alcé la vista al cielo estrellado y murmuré:

  • Pensar que este cielo perfecto y esta brisa fresca son para todos...

Ahí me acordé de ella y su historia, porque no siempre podía disfrutar de todo, siempre oculta en esa cortina de cabello ondulado y brillante, siempre esbelta y bonita, oliendo a vainilla, con la mochila rosa que todos queríamos y no podíamos tener. Nos cruzábamos todas las chicas del barrio en el colectivo de las 12 porque todas íbamos al mismo secundario, un colegio parroquial donde vigilaban que tuviéramos la vincha azul tirante y la pollera de sarga gris con la tabla encontrada por debajo de la rodilla. Ella también subía, con la cortina de cabello cubriéndole la cara. Apenas bajábamos, se retrasaba del grupo y se peinaba con la vincha, y ahí todas la podíamos ver.

Digo todas porque el turno tarde era solo para mujeres, y digo todas porque, como una procesión, esperábamos que Mara entrara por la entrada de cemento para mirarla.

Es verdad que nadie se detenía en sus hermosos ojos turquesa, ni en sus cejas rubias dibujadas, ni en su piel de porcelana. Todas mirábamos lo mismo. Como un mástil en el medio de la cara, estiraba hacia adelante mucho más que ella, mucho más de lo normal, la nariz, y terminaba en una pelota roja, que se ponía más roja si la mirábamos con insistencia, y se hinchaba si le daba el sol o si tenía frío. Todas la mirábamos, yo también. Pero no por lo grotesca que parecía, sino por las reacciones que despertaba en las demás.

  • La gente malvada suele ser también bastante creativa... - le decía a Lola, que se sentaba conmigo y que escuchaba en silencio también los chistes de siempre sobre la nariz inusual de Mara. Pero Lola nunca acotaba nada, permanecía siempre a mi lado en silencio. Creo que, si existía una Mara que ocupara la atención de las creativas chicas de mi curso, la libraba de ser ella el centro, porque hay que decir que, hasta que Mara se cambió a nuestro curso, los kilos de más de mi compañera eran una fuente de chistes y apodos.

Es que era imposible no verla. Uno podía mirar el rostro bello de Mara, reluciente como el de un ángel enmarcado por su precioso cabello, por un segundo o dos quizás, y pasar a fijar la vista sobre el montículo enorme y rojo que ocupaba el centro, como si fuera un obelisco. Es más, yo tenía la teoría de que cada día crecía más. Cuanto más la miraban, más crecía, y era proporcional al tiempo que Mara pasaba tratando de ocultarla. Pienso que, cuando no pudo más, empezó a ocultarse toda entera, en los rincones, en el último banco. Después empezó a faltar al colegio. Y después no la vimos más por el barrio.

Salvo por las tardes, tipo dos, si te acercabas al cementerio y a la plaza que se encontraba justo en el medio del predio, la veías. Sentada cerca de la virgen de cemento llena de musgo, la veías. Sentada en la banca, leyendo libros con los auriculares puestos. Yo sí la veía, porque, como ya se ha dicho, el cementerio para mí era un paseo obligado cuando decidía salir a caminar, y tenía suerte de que mi barrio lo tuviera. Si no hubieras considerado las tumbas silenciosas que rodeaban este parque y la falta de niños y juegos de plaza, sería un parque normal bañado de sol. Hablando del sol, en este lugar Mara dejaba que su rostro completo reluciera, la brisa movía su cabello sin que ella lo obligara a taparle la cara como si fuera un cortinado. Aquí volaba libre, y se la veía tan bella como una princesa medieval o un ángel, un ángel del cementerio.

A mí no me gusta interrumpir la soledad de la gente, así que nunca me acerqué. Solo me alegraba verla allí, siendo libre, y también me daba cierta incomodidad.

Con el tiempo, sus padres supieron cuál era la plaza a la que ella iba a socializar, y supieron también la soledad en la que estaba sumida desde hace rato.

  • Es una noche hermosa, Mara... - creo que Mara se sobresaltó porque pude ver lo que ocultaba: su nariz lastimada, moreteada, golpeada, y sus ojos rojos, casi azules, de tanto llorar. Acaricié su rostro hermoso con mi mano y sostuve su rostro alto, mirándola directamente a los ojos.

  • Es una noche hermosa, Mara, hermosa para todos... - Luego su padre se acercó al auto, me saludó cordialmente y vi cómo se marchaban, quizás para siempre.



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En el texto hay: historia del pasado, vecinos, barrio

Editado: 19.02.2025

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