Esta Partida nos Partió a los Dos

Prototipo 89

Me inventé un par de alas desechables. Ciento ochenta intentos después, apenas logramos despegar los pies del suelo. Segundos. Eso duró la ilusión de volar juntos. Un parpadeo, nada más.

¿Te lo imaginas? Tú y yo, desafiando la gravedad. Creyendo que podíamos escapar de todo. Como si el aire fuera cómplice. Como si la caída no existiera. Nos contamos cuentos, tantos, como si de verdad creyéramos en ellos.

Las heridas de los prototipos fallidos dañaron más de lo que supimos admitir. Yo tan intenso, tú tan reprimida. Te alejabas antes de que el humo se disipara. Y yo seguía, terco, construyendo aunque no estuvieras.

A veces mi mitad me grita que, si un día lo logro, debería buscarte. La otra me susurra que te deje en paz. Y me quedo atrapado en esa indecisión constante que me corroe.

Corro a buscarte y me detengo una cuadra antes. Doblo hacia el parque, me siento en la banca, enciendo un cigarro. El humo sube lento. Veo pasar a tu madre. Aunque me mire, ya no me reconocerá. Se me fue el brillo de los ojos. La piel se me seca día a día. La Sprite de uva me ayuda a olvidarte. O eso me digo.

Quizá es solo una excusa para olvidarme de mí. Pero no, el masoquismo viene conmigo. La introspección me desarma. Me prometo cosas de noche y al despertar ya incumplí todas.

Busco fantasmas en no lugares. Me siento a acompañar al tiempo, o al viento, o a la nada. Hace años que no hablo conmigo. Y cuando lo intento, la voz me suena ajena.

No quiero llorar y las lágrimas igual caen. Corren como niños en resbaladera, atravesando mi piel imperfecta, mis poros abiertos, mis pecas. Mamá me decía que las pecas aparecen cuando alguien ha llorado demasiado. Y tenía razón. La ciencia podrá explicarlo, pero hay respuestas que es mejor guardar en la biblioteca del corazón.

Mi verdadero maestro fue la ansiedad: me obligó a buscar el porqué de todo. Me arrancó el sueño, me llenó los bolsillos de preguntas y me enseñó a odiar los silencios.

No quiero verte muda. Quiero escucharte gritar. Quiero que uses la voz que escondes, que reclames el lugar que finges que no es tuyo. Amarte sin nadie delante. Verte incendiar todo lo que te ata.

Y me dirás que te estás queriendo.
Y te diré que te estás mintiendo.
Dirás que es lo mejor para ti.
Te contestaré que la muerte no da vida, solo la quita.
Gritarás que es mejor así.
Yo diré que vengas a buscarme cuando no encuentres salida.

Me mirarás con rabia y preguntarás si ya la encontré o sigo mintiéndome.
Te responderé que sí, que la encontré.
Me dirás que sigo en vicios todos los días.
Yo diré que no todo lo que daña quiebra.
Respondes que aceptas el daño de tu turismo emocional, pero que nadie en la tierra puede quebrarte.
Yo digo que yo sí.
Y me contestas que por eso te alejas, porque mi suerte hace latir un corazón que no sabes usar.
Te respondo que mi suerte la perdí al encontrarte.

Me llamas ridículo por amarte.
Yo digo que la ridiculez del amor también me pertenece.
Me dices que de ilusión no se vive, ni de amor.
Yo pregunto si eso te lo dijo tu madre.
Respondes que es la realidad.
Te confieso que te lloro antes de dormir.

Me dices que me falta fuerza, que me falta coraje.
Te digo que el verdadero coraje es darle razón a cada latido. Amar sin precaución. Cuidar sin reservas.
Me recuerdas que no sé cuidarme a mí. ¿Cómo podría cuidarte a ti?
Te digo que somos iguales, que tú tampoco cuidas de ti más allá de lo que la gente ve.
Respondes que eso es lo único que importa.
Yo te digo que planeas convertirte en una más.
Preguntas qué quiero decir.
Te contesto: una carcasa más que sonríe al mundo y llora en un espejo.

Dices que no, que estás siendo tú.
Y yo me río.
De tu pretensión, de tu coraje superficial, de la máscara que no sueltas, del cuidado con el que caminas, del miedo que tienes a volar.

Te reirás conmigo, pero la risa sonará hueca. Te quedará en la garganta como un hueso imposible de tragar. Y yo, aún mirándote, sabré que aunque sigas fingiendo, en el fondo deseas lo mismo: un par de alas que no se rompan, un intento que no nos destroce, un vuelo que dure más de segundos.

Pero ninguno de los dos lo dice. Ni tú, ni yo. Solo el silencio que se alarga. Solo el humo del cigarro dibujando un adiós invisible.




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