Esta vez haré las cosas diferente

CAPÍTULO 3: EL GENIO DE LA LÁMPARA

Desde aquella noche, anhelar estar cerca de Tadeo dejó de ser un imposible. Nuestros padres comenzaban a hablar seriamente de ser socios, nuestras madres se habían convertido en buenas amigas, y nosotros… bueno, se podría decir que éramos amigos. Las visitas entre ambas familias se volvieron parte de la rutina. Así que no era raro que yo pasara tiempo en casa de los Miller; lo raro era encontrar a Tadeo en su propia casa.

Estaba tan enamorada que decidí no notar que, al inicio, Tadeo pasaba la mitad de su tiempo libre en su casa. Pero cuando empecé a visitarlo con más frecuencia, encontrarlo allí se volvió casi imposible. Afortunadamente, ese día en que fui a verlo, sí estaba en su casa.

Apenas lo vi, lo saludé con entusiasmo. Él, aunque no compartía mi alegría, me sonrió con amabilidad.

—Me alegra mucho que estés en casa —declaré tímidamente.

Tadeo respondió con cortesía:

—Estoy trabajando en mi tesis, así que tiempo libre es lo que menos tengo.

Hice un pequeño puchero y comenté:

—Espero que termines pronto tu tesis…

Guardé silencio unos segundos. Lo pensé demasiado antes de animarme a hablar de nuevo:

—¿Te gustaría ir a comer helado?

Tadeo respondió sin pensarlo:

—No, no puedo.

Bajé la mirada al suelo, decepcionada. Estuve a punto de irme, convencida de que no tendría mi “cita”. Pero para mi suerte —o tal vez desgracia— la señora Mercedes, su madre, apareció en la sala. Al verme decaída, preguntó:

—¿Por qué te ves triste? ¿Qué pasó, Mariana?

Sonreí con amargura y respondí con un simple:

—Nada.

La señora Mercedes miró a su hijo con cierto reproche. Él soltó un suspiro y explicó:

—Mariana me invitó a comer helado, y no acepté porque tengo que hacer algo importante.

—¿Es en serio? ¡Solo es ir a comer helado! —replicó ella con incredulidad.

—Pero mamá, yo...

No lo dejé terminar. Me adelanté, intentando suavizar la situación.

—Señora, no se enoje con Tadeo. Entiendo que esté ocupado. Lamento causar problemas. Lo mejor será que me vaya a casa.

Me levanté, me despedí de ambos y me dirigí hacia la puerta. Estaba por abrirla cuando la voz de Tadeo me detuvo:

—Espera...

Me di la vuelta, con el corazón latiendo fuerte.

—¿Qué pasa, Tadeo?

—Mi amigo me canceló a último momento, así que… sí puedo ir contigo a comer helado.

Una sonrisa se dibujó en mis labios. Elegí creer esa evidente mentira.

***

En la heladería, tomamos asiento e hicimos nuestros pedidos. Casi de inmediato nos llevaron los helados a la mesa. Con los ojos brillando de emoción, probé la primera cucharada. Apenas lo probé, cerré los ojos con placer y sonreí ligeramente. Amaba el helado de menta con chocolate.

Cuando los abrí de nuevo, mi mundo se detuvo. Tadeo me observaba con una sonrisa, pero era diferente... no era la misma sonrisa de siempre. Tenía algo extraño. Al notar mi fija mirada en él, apartó la mirada y empezó a comer.

Decidí no darle importancia. Estaba demasiado feliz. Así que, para romper el silencio, comencé a hablar.

—¿Has pensado en tu futuro?

—No mucho —respondió sin entusiasmo.

—Yo sí lo he pensado bastante —dije, intentando mantener viva la conversación—. Tanto que hasta lo he visualizado. Me veo felizmente casada con el amor de mi vida, cuidando de nuestros dos hijos: un niño y una niña.

Tadeo arqueó una ceja.

—Vaya… es un bonito futuro. Espero que se haga realidad.

—Se hará realidad —respondí convencida—. Siempre he tenido todo lo que he deseado. Ese futuro hermoso no será la excepción.

Me miró fijamente.

—Quisiera tener esa confianza que tú tienes.

—No es confianza, es más bien costumbre. Como te dije, siempre he conseguido todo lo que he querido. Guillermo dice que tengo mi propio genio de la lámpara.

—¿Quién es Guillermo? —preguntó curioso.

—Mi primo hermano. Crecimos juntos —respondí con cariño.

Tadeo asintió.

—¿Y por qué dice que tienes tu propio genio de la lámpara?

—Porque mi papá siempre ha cumplido mis peticiones, me ha dado todo lo que quiero. Para mí, no existe el "no" ni lo "imposible". Mis padres, especialmente mi papá, siempre me han consentido. Si yo le pidiera la luna, buscarían una forma de dármela.

Tadeo guardó silencio. Al notarlo, decidí seguir hablando.

—Antes de que yo naciera, mi mamá tuvo muchos embarazos fallidos. Ninguno pasaba de los tres meses. Cuando ya se habían rendido por completo, ocurrió un milagro: quedó embarazada de mí. Mis padres, al recibir la noticia, juraron que si yo lograba nacer, me amarían con todas sus fuerzas y no permitirían que sufriera. Querían que fuera la bebé más feliz y amada del mundo. Y lo han cumplido esa promesa.




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