Después de aquella “cita” con Tadeo, pensé que habría más. Pero no fue así. Él siempre estaba ocupado. Los pocos encuentros que teníamos se daban cuando nuestras familias se reunían para cenar. Y aun en esos encuentros, hablábamos muy poco. No había tema de conversación, y lo poco que compartimos eran frases sueltas, corteses, sin profundidad.
Así que, con tal de tener la atención del chico que me gustaba, comencé a leer. Nunca fui una lectora empedernida, pero me obligué a hacerlo. Y no leía cualquier libro, no; leía los mismos que Tadeo. Gracias a eso, aquellos silencios dejaron de ser incómodos. Y aunque no habláramos mucho, al menos compartíamos las mismas páginas.
Solté un suspiro y cerré el libro. Queriendo iniciar una conversación más larga de lo habitual, lancé una pregunta relacionada con la lectura que compartíamos:
—¿Tú qué harías si pudieras retroceder en el tiempo?
Tadeo cerró su libro y lo dejó a un lado.
—La verdad… no lo sé —respondió.
—Debe haber algo que quieras cambiar —insistí.
Él meditó su respuesta durante unos segundos antes de decir:
—Por ahora no hay nada que quiera cambiar. No sé después… ¿Y tú, qué harías?
Exhale, nostalgica.
—Evitaría que mi perrito escapara de casa. Así no se habría perdido.
Tadeo se quedó en silencio. Yo continué:
—Lamentablemente no se puede retroceder en el tiempo… Creo que si se pudiera, las personas serían más felices, ¿no lo crees?
Tadeo me miró con una expresión indescifrable y dijo apenas:
—Supongo.
Le sonreí, pero él no me correspondió. Viendo que no decía nada y solo me observaba, decidí cambiar abruptamente de tema:
—La graduación de mi primo será este viernes. Nos quedaremos unos días en Escocia y él regresará con nosotros.
—Qué bueno —respondió Tadeo con total desinterés.
Aun así, quise mantener el ánimo:
—No le he hablado a Guillermo de ti, pero lo haré una vez esté en Escocia.
Tadeo frunció ligeramente el ceño y preguntó:
—¿Por qué le hablarías de mí?
Me puse un poco nerviosa y traté de justificarme:
—Porque sería bueno que fueran amigos… Eh…
Ante su mirada inquisitiva, añadí rápidamente:
—Tú serás quien tome el cargo de tu familia, y Guillermo se encargará de la mía. ¿No sería bueno que se lleven bien? —pregunté, soltando una risita nerviosa.
—Tienes razón. Espero conocerlo pronto —dijo finalmente.
Y entre nosotros se instaló un silencio incómodo, que afortunadamente se rompió con la llegada de mi madre.
—Mariana, cariño, es hora de irnos.
Al escuchar las palabras de mi madre hice un puchero y me puse de pie. Miré a mamá, y luego a Tadeo, quien de inmediato también se levantó.
—Te acompaño a la salida —dijo, y yo asentí, levemente sonrojada.
Ambas familias se despidieron, y el viaje de regreso a casa comenzó. Ya en mi habitación, me dejé caer sobre la cama con una gran sonrisa. La idea de que mi primo y el chico que me gustaba pudieran ser buenos amigos me llenaba de ilusión. Ingenuamente, imaginaba que si entre ellos nacía una amistad, mi vida se volvería como una novela romántica. De esas en las que la hermana menor se enamora del mejor amigo de su hermano. Olvidando, claro, que existía la posibilidad de que yo no fuera la protagonista.
***
Tal como estaba planeado, viajé con mis padres a Escocia. Apenas me reencontré con mi primo, no dudé en contarle sobre mis sentimientos hacia Tadeo. Guillermo me escuchó con atención, y al terminar, dijo:
—Cuando regrese, veré si es tan perfecto como dices.
Solté una carcajada.
—¿Acaso estás celoso?
Guillermo rodó los ojos.
—Eso jamás.
Lo abracé, contenta con su respuesta. Sabía que estaba celoso.
***
Las horas pasaron y la graduación se llevó a cabo. Fue una jornada llena de sonrisas y alegría para mí y para mi familia. Todo parecía perfecto, pero esa felicidad no estaba destinada a durar.
Mientras revisaba mis redes sociales, recibí una imagen del grupo de WhatsApp de mi salón. Anunciaban un partido de hockey al día siguiente. Uno muy importante, ya que varios serían seleccionados para formar parte del equipo nacional.
La emoción me hizo dar volteretas sobre la cama. Estuve a punto de escribirle a Tadeo para desearle suerte, pero se me ocurrió una idea mejor. Me levanté de inmediato y comencé a empacar mis cosas.
Aunque a mi primo no le agradó mi petición, aceptó. Mi familia y yo regresamos antes de lo previsto. Pero a diferencia de ellos, que fueron directo a casa, yo tomé un taxi desde el aeropuerto hasta la universidad. Llegué tarde, pero con suerte alcanzaría a ver los últimos minutos del partido.
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Editado: 16.05.2025