Cuando se perdió mi perrito, tenía apenas seis años. Lloraba todas las noches, llamándolo, esperando que regresara. Mi padre, incapaz de soportar verme triste, hizo lo imposible para evitar que el dolor siguiera en mi corazón. Me llevó a Disney por una semana entera, y durante esos días, me hizo olvidar —aunque solo fuera un poco— que algo me faltaba. Por eso, ver esa dulce y romántica escena no solo me rompió dolorosamente… también me dio un cruel golpe de realidad: Tadeo ya tenía a alguien más en su corazón. No había espacio para mí.
Con los ojos llenos de lágrimas, me di la vuelta y corrí hacia la salida. Mi corazón no aguantaba ni un segundo más verlos tan enamorados el uno del otro.
Tomé un taxi. Entre sollozos, apenas pude dar la dirección de mi casa. Al llegar, no busqué a mi familia. No quería preocuparlos, no quería que me vieran así. Fui directo a mi habitación. Apenas cerré la puerta, me derrumbé.
Lloré como nunca lo había hecho. Lloré hasta que mi tristeza se mezcló con enojo. Y entonces comencé a desquitarme con todo lo que tenía a mi alcance. Golpeé, lancé, rompí. Quería que todo doliera menos que mi pecho.
El ruido, sumado a mis sollozos, alertó a mi familia. No tardaron en llegar a mi habitación. Me encontraron allí, hecha un desastre, llorando desconsolada, con una de mis manos manchada de sangre.
El miedo paralizó a mis padres. Jamás me habían visto en ese estado. Fue Guillermo quien reaccionó primero. Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza mientras yo intentaba zafarme de su agarre.
—Tranquila, pequeña… tranquila —susurró, con una voz llena de amor y calidez.
Esas palabras rompieron lo poco que quedaba en mí. Dejé de resistirme. Lo abracé con toda la fuerza que me quedaba y lloré como una niña pequeña.
Cuando me vieron más calmada, mis padres se acercaron corriendo.
Mamá, entre lágrimas, tomó mi mano herida con mucho cuidado. Al ver que aún sangraba, le pidió un pañuelo a papá, quien de inmediato se lo entregó. Mientras mamá trataba de detener la sangre, papá se agachó frente a mí y sostuvo mi rostro entre sus manos.
Al ver mis ojos hinchados y enrojecidos por tanto llorar, su expresión se llenó de dolor. Pude ver cómo algo se le rompía por dentro.
—¿Qué pasó, mi niña? —preguntó, con voz quebrada—. ¿Quién te hizo llorar así?
Las imágenes volvieron a mi mente, como puñales. Mi corazón se apretó, y comencé a llorar con más fuerza. Papá, desesperado, insistió:
—Dime qué pasó, mi amor. Yo lo solucionaré todo. Dime quién te hizo esto, y papá se encargará.
Tomé aire entre sollozos. Necesitaba decirlo, aunque doliera.
—Tadeo… Tadeo tiene pareja —confesé, con la voz rota—. Lo vi besándose con otra chica. ¡Él tiene novia, papá!
Papá susurró algo que apenas logré escuchar:
—Ese mocoso se va a arrepentir…
Yo seguí hablando, sin notar su furia creciente.
—Se ve tan enamorado de ella… como yo lo estoy de él. Yo quería ser su novia…
Fue entonces que papá sostuvo con firmeza mi rostro, y aunque su mirada se endureció, él limpió mis lágrimas con los pulgares.
—Ya no llores, mi amor —me pidió con voz firme pero amorosa.
—Es que yo lo amo, papá —dije, quebrándome de nuevo—. Lo amo mucho… ¿Por qué no puedo ser ella? Quisiera ser ella. Quisiera que él fuera mi novio…
Vi cómo una vena se marcaba en la frente de papá. No había duda de que estaba conteniendo su rabia.
—Él será tu novio, Mariana. Te lo aseguro —dijo sin titubear. Y al instante, mis lágrimas se detuvieron. Lo miré, confundida y a la vez con esperanza.
—¿De verdad? ¿De verdad él será mi novio?
Papá asintió con una leve sonrisa.
—Claro que lo será. Yo me encargaré de que así sea.
Al oír esa respuesta, Guillermo intervino de inmediato:
—Pero tío…
Mi padre no le permitió terminar.
—Todo lo que tú desees, yo te lo daré. Para ti no existe lo imposible, Mariana, porque yo siempre me encargaré de hacerlo posible.
Mis ojos brillaron. Con mi mano sana tomé la suya y, con voz temblorosa pero decidida, hice una petición:
—Papá… quiero que Tadeo sea mi esposo.
Él me acarició la mejilla con ternura y afirmó:
—Lo será. Tadeo Miller será tu esposo.
Y yo, que conocía bien a mi padre… supe que no hablaba en vano. Él era como un genio de lámpara. Si prometía algo… lo cumplía. Así que me acurruqué en sus brazos, sonriendo, sintiéndome protegida, segura y feliz. Porque estaba segura de que, aunque existiera esa chica, al final, yo sería la esposa de Tadeo.
#2561 en Novela romántica
#679 en Novela contemporánea
segundas oportunidades, amor de madre, regresion en el tiempo
Editado: 16.05.2025