Había pasado una semana desde aquel caótico día. Durante ese tiempo no tuve ningún tipo de contacto con Tadeo. Siempre solía saludarlo por mensajes, pero esa semana ni un "hola" le mandé. Mis padres tampoco habían tenido comunicación con los suyos. Sin embargo, esa noche, papá había invitado a la familia Miller a cenar.
Para mí, ese día el tiempo transcurrió más lento que nunca.
Al caer la noche, me arreglé de una forma distinta a la habitual. Desde niña, siempre tuve un estilo coquette, pero esa vez había tomado la decisión de cambiar mi forma de vestir. Quería verme como una verdadera mujer ante los ojos de Tadeo, así que opté por un atuendo más sensual, sin caer en lo vulgar.
Mientras me observaba en el espejo, los recuerdos de aquella escena volvieron a inundar mi mente. Sacudí rápidamente la cabeza, intentando alejar esas imágenes, y mirándome fijamente al espejo me dije:
—Ese beso es insignificante. Recuerda, Mariana… tú serás su esposa.
Al terminar la frase, sonreí. Casi al instante, alguien tocó la puerta. Me apresuré a abrirla y me encontré con Guillermo, quien me analizó de pies a cabeza antes de susurrar:
—Te ves diferente… muy diferente.
Coloqué una mano en mi cintura y, con una sonrisa, pregunté:
—¿Acaso me veo mal?
Él negó de inmediato.
—Te ves hermosa… increíblemente divina —aseguró, extendiendo su mano—. ¿Bajamos?
Asentí con una amplia sonrisa, tomé su mano y juntos nos dirigimos a la sala. Al llegar, todas las miradas se posaron en mí, pero la única que logró hacerme flaquear fue la de Tadeo.
Esforzándome por mantener la calma, me acerqué a sus padres para saludarlos con un beso en la mejilla. Mientras que a Tadeo solo le dediqué una pequeña sonrisa acompañada de un débil:
—Hola.
Él respondió de forma escueta. Justo cuando la tensión parecía adueñarse del ambiente, la señora Mercedes habló:
—¿Y quién es este chico tan guapo que vino con Mariana? ¿Acaso es su novio?
La miré desconcertada, cuestionándome mentalmente cómo había llegado a esa conclusión.
—No, lamentablemente no soy su novio —respondió Guillermo, y mirando fijamente a Tadeo, agregó—: Si no fuéramos primos, seguramente estaría rogando por su amor. Mariana es una mujer hermosa, con un corazón increíble. Hay que ser un reverendo idiota para no darse cuenta de eso.
A simple vista, parecía un comentario fuera de lugar, pero yo sabía que llevaba un mensaje claro.
—Tiene razón, joven —apoyó el padre de Tadeo, provocando que los cuatro adultos sonrieran.
Antes de que el silencio se hiciera presente, mi padre tomó la palabra:
—Bueno, el motivo principal de esta pequeña reunión es presentarles a mi sobrino, que es prácticamente como un hijo para mí. Él es Guillermo Lennox Spencer —dijo con gran orgullo.
Guillermo sonrió y saludó cordialmente a los señores Miller, haciendo lo mismo con Tadeo, aunque con un estrechón de manos lleno de desagrado, que luego limpió disimuladamente. Aunque los adultos no lo notaron, Tadeo y yo sí lo hicimos.
Para evitar que la tensión aumentara entre ellos, tomé el brazo de mi primo y lo alejé de Tadeo, causando que él no nos quitara los ojos de encima.
***
Tras una breve charla en conjunto, pasamos a la cena. La conversación continuó con relativa normalidad.
—Así que Guillermo comenzará a trabajar contigo —comentó el padre de Tadeo.
—Claro —respondió papá—. Guillermo debe aprender bien el funcionamiento de mi compañía. Después de todo, él será quien tome mi lugar.
—Honestamente, no lo esperaba —confesó el señor Miller—. Creí que sería Mariana quien lo haría.
La respuesta no vino de mi padre, sino de Guillermo:
—Definitivamente debería ser ella. Pero Mariana no nació para lidiar con algo tan pesado como liderar una compañía. Claro que lo haría muy bien, pero es mejor que la joya más valiosa de esta casa solo disfrute de las comodidades que su familia le puede dar.
Dicho esto, le dio un sorbo a su copa de vino. Y la señora Mercedes al verlo sonrió y comentó:
—No hay duda de que es la consentida de esta casa.
—Así es —afirmó Guillermo, tomando mi mano herida, besando suavemente el dorso y añadiendo—: Por eso, si alguien lastima el corazón de mi pequeña, lo destruiré. Es mejor que sea claro con ella y se aleje…
—Guillermo —intervino papá con severidad.
Mi primo bufó, visiblemente molesto, y se levantó de la mesa.
—Perdí el apetito, tío. Si me disculpan, me retiro.
Sin esperar respuesta, se marchó.
Miré a mis padres y a los invitados, y bajando la cabeza, dije:
—Disculpen a Guillermo, el cambio afectó un poco su humor.
—No te preocupes, debe ser difícil para él adaptarse de nuevo —respondió amablemente la señora Mercedes.
#2561 en Novela romántica
#679 en Novela contemporánea
segundas oportunidades, amor de madre, regresion en el tiempo
Editado: 16.05.2025