Anastasia entró en la habitación de su hija Daniela y la vio durmiendo, su rostro mostraba la tranquilidad y la inocencia de un niño pequeño a el que nada le preocupaba.
Anastasia quería ser de nuevo una niña pequeña y que nada le preocupara, solo permanecer al lado de su mamá y que la abrazara fuertemente.
Se acercó hasta la cama de su hija y sentándose le acarició la carita y la besó en la frente.
«¿Realmente vale la pena aguantar aquí?», pensó Anastasia, arropando a su hija y mirando luego hacia la ventana. «Mi familia no es como los Rossi, pero tengo a donde volver si me marchara de aquí».
Anastasia respiró hondo y se levantó de la cama, caminando hasta la puerta, debía volver a la sala con los invitados y actúa como la esposa agradable, aunque Daniel no estuviera presente.
— Señora Anastasia. — La llamó Jenifer, que se encontraba fuera de la habitación.
— Te dije que te retires a descansar. — Anastasia le habló seria.
— Lo sé, pero no podía hacerlo. — Jenifer agachó la cabeza. — Me molesta mucho como el señor la trata, usted no se lo merece.
— ¿Sabes dónde se encuentra el señor Daniel? — Jenifer no dijo nada. — Jenifer, dímelo.
— Señora Anastasia… no me parece que usted vaya allí. — Jenifer apretó los puños. — Bastante es lo que le está soportando como para verlo también.
Anastasia sabía que Jenifer se preocupaba por ella, fue por eso que la puso al cuidado de su hija Daniela.
— Solo dímelo, yo soy quién debe elegir si verlo o no. — Anastasia se acercó a Jenifer, colocando su mano en uno de sus brazos y sonriéndole.
— S-Señora… — Jenifer se contuvo para no llorar, cubriéndose el rostro con sus manos. — El señor Daniel está en el invernadero, en compañía de su amante Cecilia.
— Gracias. — Anastasia retiró su mano y caminó hacia las escaleras.
Jenifer se giró mirando como su señora Anastasia se iba, ella tenía el valor para ir a ver lo asqueroso del engaño.
Anastasia se detuvo ni muy cerca ni muy lejos del invernadero de la mansión Rossi, había rosas de distintos colores, algunas naturales y otras con colores artificiales. La señora Laura Rossi, su suegra, era quién cuidaba de todas esas rosas.
Bajando Anastasia la cabeza, miró en sus manos su teléfono móvil, el cual había ido a buscar a su dormitorio. Su intención era llamar a Daniel por teléfono y esperar a ver si él contestaba o no la llamada.
Marco el número de teléfono de su esposo Daniel, escuchando el tono del teléfono mientras caminaba despacio hacia el invernadero. Pero el sonido de su teléfono se mezcló con los gemidos de dos personas que disfrutaban de su encuentro sexual en un lugar donde cualquier invitado podría descubrirlos.
Se paró allí, frente a la puerta del invernadero, oyendo el teléfono sonar y los jadeos incesantes de dos perros miserables. Anastasia se dejó caer al suelo sobre sus rodillas, cayéndole lágrimas de sus ojos negros, cuando sintió como la agarraron del brazo.
— Señora Anastasia… — Susurró Jenifer, ayudando a Anastasia a levantarse.
Jenifer debía sacarla de allí antes de que alguien pudiera verla, los engaños de Daniel se conocían públicamente entre sus amistad o allegados, no era un secreto y si lo fuera, era un secreto abierto.
Jenifer le entregó a Anastasia una taza de té para calmar sus nervios.
— Señora Anastasia, bébalo, le sentará bien.
— Jenifer, gracias por preocuparte por mí. — Le agradeció Anastasia, la taza temblaba en sus manos.
— Usted se ha preocupado mucho por todos los empleados, se ha ganado nuestro cariño. — Le respondió Jenifer. — Y los señores Rossi le tienen mucho cariño y respeto.
Anastasia bebió de la taza de té, mirando luego a Jenifer que permanecía con ella en la habitación y pensando en lo parecidas que eran las dos, ella no se crió en una casa grande, ni tuvo lujos, tuvo que adaptarse a lo que había y fue educada para no querer lo que no podía tener.
— Cuando el amigo de mi padre me pidió que me casara con su hijo, al principio no quería, porque eso de casarte con una persona que ni conoces es una completa locura. — Contó Anastasia. — Para que me dejaran tranquila, acepté tener una cita con Daniel, en cuanto lo vi me gustó, pero lo que hizo que me enamorara de él fue su personalidad, la manera dulce con la que me trató.
— Me duele cuando la escucho hablar así. — Murmuró Jenifer, apretando sus labios y conteniendo unas lágrimas. — Usted se merece que la amen y no que el señor Daniel la humille en presencia de todos, invitando a su amante a la fiesta.
Anastasia soltó la taza en la mesilla y tomó su teléfono móvil de la misma mesilla.
— Le dirías a mi suegra que no me he sentido bien y que me disculpe. — Le pidió Anastasia. — También dile que Daniel se encuentra acompañándome.
— ¡Señora!
— Por favor, no quiero que los invitados empiecen a hablar de que mi esposo me engaña incluso bajo nuestro techo. — Le rogó Anastasia y la nana de la pequeña Daniela asintió, no quedándole de otra que obedecer.
— Haré lo que me pide, señora.
Jenifer se marchó luego de la habitación.
Anastasia observó la pantalla de su teléfono móvil, marcando de nuevo el número de teléfono de Daniel, pero en ese invernadero, húmedo por la pasión de los dos amantes, seguía sonando el teléfono de Daniel dentro de su chaqueta tirada en el suelo.
Daniel agarró su chaqueta del suelo y la sacudió para ponersela de nuevo, pero Cecilia se le acercó, rebuscando en su chaqueta en busca del teléfono móvil de él.
— Vamos a ver cuántas veces te ha llamado mientras teníamos relaciones. — Habló Cecilia, encontrando por fin el teléfono de Daniel, pero él la tomó de la muñeca.
— Ponte bien la ropa y salgamos de aquí.
— Eres un fastidioso. — Cecilia se soltó y molesta se acomodó el vestido. — Lo hemos hecho sin cuidarnos, ¿qué pasará si me quedo embarazada ahora?
Daniel sonrió y ella se sintió satisfecha.