Era jueves 14 de enero y Daniel trabajaba en su oficina, su secretario le informaba de los siguientes productos de maquillaje de la marca Rossi que estaban por salir al mercado.
— Me encuentro cansado y tengo hambre. — Daniel se quejó delante de su secretario, éste era la primera vez que veía al vicepresidente quejándose.
— Si lo desea le diré a mi ayudante que le ordene algo de comida. — Le habló su secretario, Jacob.
Daniel negó, en un día como ese lo que a él le habría gustado era almorzar con Anastasia y su hija, como solía hacer muchas veces porque Daniela quería que comieran juntos… Ahora, Daniel echaba de menos esos momentos que nunca valoró.
— Creo que haré una visita. — Daniel se levantó de su asiento y agarró su chaqueta.
— Pero… Vicepresidente. — Jacob se preocupó por el trabajo que dejaba sin revisar, cuando su ayudante Ermita entró con unas carpetas que el vicepresidente le había pedido.
— Está bien, me encargaré a la noche. — Dijo Daniel, poniéndose su chaqueta.
Jacob y su ayudante se miraron preocupados.
— Señor, a la noche tiene un evento al cual va a acudir con la señorita Cecilia. — Habló Ermita.
Daniel se quedó pensativo y sonrió después descaradamente.
— Entonces me encargaré mañana, ¿entendido?
— Entendido, señor. — Respondieron a la vez Jacob y Ermita, sintiéndose Daniel satisfecho.
El chofer Jaime aparcó al otro lado de la calle de la residencia de la familia Allan. Daniel en el asiento de atrás del coche vio a Anastasia llegar cargada de bolsas y con su hermano Haru.
— Señor Daniel, ¿irá a la casa de esa joven? — Le preguntó Jaime.
— Ya le ha dicho que ella será mi futura esposa, Jaime. — Le dijo Daniel, tomando del asiento su tablet del trabajo. — Esperaré un rato antes de hacerme presente delante de ella.
Jaime se quedó confuso, en la mansión Rossi había corrido el chisme de que la futura prometida del joven señor Daniel había rechazado la propuesta de compromiso, incluso de una cita a ciegas.
— Claro, joven señor. — Contestó el chofer Jaime.
Daniel miró a su chofer que parecía confuso, así que sacó de un bolsillo de su chaqueta su cartera de cuero negro y de dentro una de su tarjetas.
— Puedes ir a comprar unos cafés a la pastelería de la esquina. — Le dijo Daniel. Jaime se alarmó al ver que le iba a entregar para comprar su tarjeta de crédito negra. — Jaime, ¿a qué esperas?
— No se preocupe, señor Daniel, su madre me entregó una tarjeta de empleado para comprar lo que usted necesite. — Le respondió Jaime, qué abrió la puerta del vehículo y salió después de él.
Daniel se recostó en el asiento.
— Madre hace eso, no me acordaba. — Habló Daniel consigo mismo, mientras Jaime cerró la puerta del coche. — Ese chico se pone nervioso por nada. — Sonrió y se guardó su tarjeta negra.
Luego se puso a trabajar en su tablet para adelantar el trabajo que dejó aparcado.
El chofer no tardó mucho en regresar, trayendo dos cafés y unas magdalenas de limón.
— Joven señor. — Lo llamó Jaime, extendiéndole uno de los cafés.
— Gracias. — Le agradeció Daniel, tomando el vaso y bebiendo un sorbo de café, volviendo su atención a la tablet.
Jaime cerró la puerta y agarró del techo del coche su café y la cajita con las dos magdalenas.
«¿No sé porqué el joven se ha empeñado en esa señorita, si ella no quiere saber nada de él?», pensó Jaime, dando un suspiro y caminando hacia la puerta del conductor. «¿Será qué se ha enamorado? pero entonces… ¿qué pasa con la señorita Cecilia?».
Jaime entró en el coche sumido en sus pensamientos, le estaba pareciendo demasiado extraño el comportamiento de su señor.
— Me estoy encontrando agotado. — Habló Daniel, apagando la tablet de trabajo y bebiendo de su café. — Creo que es el momento de que me acerque a la casa.
El chofer lo miró aturdido y preocupado de que se metiera en un lío por andar detrás de esa señorita.
— P-Pero… Joven señor… — Jaime recogió el vaso del café que le entregó Daniel.
— No se preocupe. — Le dijo Daniel, con una sonrisa tranquila. — Ella y yo tendremos mucho de lo que hablar, así que, se puede ir a almorzar y regresar a recogerme cuando lo llame.
— Señor… — Jaime se quedó atónito, viendo como Daniel abandonó el coche y caminó hacia la casa de la familia Allan, abrochándose los botones de su chaqueta.
— Y eso es todo. — Contó Daniel, sentado en el sofá del salón.
Anastasia miró hacia el comedor, su hermano Haru se encontraba almorzando y se alegraba de que no se hubiera dado cuenta de que tenían a un intruso en la casa.
— Nosotros dos no tenemos nada de qué hablar, así que, por favor, marchate ahora de mi casa. — Habló Anastasia.
— ¿Tu casa? — Daniel apoyó los codos en sus rodillas. — Es la casa de tus padres.
— ¿Y? Es como si fuera mi casa.
— Estábamos casados, y solo me iré cuando aceptes volver a casarte conmigo.
Daniel sonrió tan descarado como siempre.
— Eso nunca pasará. — Anastasia se mantuvo firme, pero Daniel la agarró de una mano y tiró de ella hacia él.
— ¿Y por qué? ¿Por Cecilia?
Anastasia se soltó de él con brusquedad, levantándose también del sofá.
— Aprovecha esta oportunidad para casarte con Cecilia y déjame en paz. — Le pidió Anastasia y extendió su brazo en dirección a la puerta del salón. — Ahora, vete de aquí.
Daniel se levantó y caminó hasta detenerse frente a Anastasia. Cuando ella desvió la mirada incómoda, él se sintió bien.
— Aunque hayamos retrocedido ocho años en el tiempo, tú todavía me quieres. — Daniel la agarró de la cara, moviendo la cabeza de Anastasia hacia su rostro. — Engañarte con Cecilia nunca ha destruido tus sentimientos por mí.