me señaló con la cabeza la mesa de Gabriel, asentí y me acerqué.
— ¡Hola! Bueno Carla, ya hablamos otro día, debes tener muchas cosas que hacer— si algo tenía Gabriel, es que podía mandarte a la mierda con una sonrisa y tú, en lugar de ofenderte, le preguntabas si quería que le trajeras algo cuando volvieras.
La tal Carla, me miró de arriba a abajo, tomó nota del pedido y como no, lo mío lo trajo mal.
Pero Gabriel, sin inmutarse, cogió mi café sólo (lo pedí con leche) y el croissant (pedí un grofe con chocolate) y me pasó su cappuccino, partió el croissant y su gofre, porque obviamente con su pedido acertó y le dijo a Carla que no se preocupara, que esta vez lo compartiríamos y el próximo seguro que lo apuntaba bien, todo acompañado de su sonrisa de encantador de serpientes.
— ¿Cómo estás Alma? Tienes ojeras...
— Semana dura, hay un par de asignaturas que me dejan sin horas. ¿Y tú? ¿Qué has estado haciendo? — le pregunté también, mientras soplaba el cappuccino.
— Echarte de menos.
— Gabriel... — me quejé dejando la taza sobre la mesa, él sonrió canalla y me tocó la nariz.
— Eres mi mejor amiga, Pequeñita, los amigos están en su derecho de echarse de menos. Álex, Luna y MiniA también te echan mucho de menos...
Y yo a ellos, pero el muro que construí era todavía muy alto y mis fuerzas insuficientes para atravesarlo o saltarlo. Paso a paso.
De esa tarde recuerdo risas, complicidad y sobre todo paz, la que creía perdida de nuevo y ahora se asomaba tímidamente sobre mi pared. Éramos amigos, los mejores del Universo y le necesitaba en mi vida, aunque doliera... a él, a Luna y a Álex, a todos.
Cogí mi teléfono, que seguía dentro del bolso desde que llegué y le mandé un whatsapp a Alexander:
"La peor amiga del Universo, solicita tu permiso para acoplarse a cenar esta noche"
Su respuesta llegó en segundos:
"La mejor amiga del Universo tiene llaves, no necesita permiso y si trae cervezas, tendrá además, el plato más lleno de la mesa"
Sonreí sin poder evitarlo y vi el destello de un flash, levanté la vista y Gabriel sostenía su cámara Reflex frente a mí, la dejó de nuevo en su mochila, se levantó y me cogió de la mano para salir de la pastelería. En la calle, sacó los cascos de debajo del asiento de su moto, me tendió uno mientras arrancaba y recorrimos las calles de Valencia en silencio, sin prisas, conmigo agarrada a su cintura y él, poniendo su mano sobre las mías en cada semáforo en rojo.
Si esas cosas no las hacían los amigos en ese momento me importaba poco, porque al igual que mi paz, yo también me había perdido en la oscuridad de un bosque, tropezando con las raíces de cada árbol que arrojaba una tenebrosa sombra y al final del camino, empezaba a ver el resplandor que surgía de un hogar conocido.
Alexander me recibió con uno de sus abrazos sanadores, llenándome de besos y diciéndome bajito "No te vuelvas a ir Alma, sea lo que sea, lucharemos contigo", Luna me abrazó después de pasarle el bebé a su padre y me susurró un "te quiero" al oído que respondí casi sin voz con un "y yo a ti", Gabriel, me miraba sonriendo y yo... Yo me sentía la única en el salón. Casi había salido del bosque y frente a mí estaba su casa.