Esta vez, será un hasta luego

Alma

La primera vez que me diagnosticaron depresión, miré incrédula a mi psicóloga y me reí.

¿Cómo iba a tener una depresión si me acababa de liberar de una prisión de golpes, vejaciones e insultos? Una persona feliz no puede caer en una depresión, pero mi felicidad, esa que tan convencida defendía, no era más que el espejismo que mi mente dañada había creado para protegerse y poco a poco se fue diluyendo hasta darme de bruces con la realidad. Tras salir del hospital, cada vez salía menos de casa, pasaba los días encerrada en mi habitación leyendo, viendo series en la televisión y programando un futuro que yo misma me estaba negando sin saberlo.

De cara a los demás, vestía una sonrisa aún falsa, hablaba más, abrazaba de nuevo, reía más a menudo, pero seguía teniendo pesadillas y sueños recurrentes. La medicación, a la que con los años me había acostumbrado dejó de hacerme efecto y la terapia me parecía una pérdida de tiempo hasta que conocí a Lucía. Tuvieron que pasar 4 años para que volviera a salir de mi jaula, para que me enfrentara de nuevo al mundo con la sonrisa sincera de mi adolescencia y en tan solo minutos, yo misma restauré los barrotes que tanto costó forzar. 

Mientras reía cenando con mis amigos, contemplaba embelesada a la pequeña Alma que cogía mi meñique con fuerza y hacía pompas de saliva, sonreía cuando notaba que Gabriel me miraba… entonces, de nuevo, sentí que uno de los barrotes cedía.

Puede parecer poco para cualquiera que de verdad sea feliz, pero para mi, que subestime mis plazos, que me marqué metas inalcanzables para mi estado en aquel momento, cualquier pequeño avance, era un universo al completo.

He repetido miles de veces que Gabriel supo siempre que era un error y me costó años llegar a la misma conclusión que él. 

No fue un error amarnos, fue un error hacerlo sin estar preparados.

Recuerdo una noche, era invierno y estábamos en la vieja casa de mi yaya toda la familia reunida, habíamos acabado de cenar y el fuego de la chimenea iluminaba un salón repleto de gente que reía contando viejas anécdotas mientras los hijos e hijas de mis primos y el nuestro, Nadir, jugaban ajenos a nuestra charla. 

Desde que nació hasta el día de hoy, la gente pregunta extrañada por qué elegimos ese nombre, Nadir… Es sencillo, significa extraordinario, único y aunque en astronomía el Nadir, sea el punto más bajo, el opuesto al Cénit, para nosotros siempre fue y será, nuestro punto más alto cada vez que le miremos y él, lleva orgulloso su nombre, consciente de su singularidad.

Esa noche, mis padres recordaban la primera vez que los chicos vinieron a nuestra montaña, mi madre admitió por fin, que quería adoptar a Gabriel y a Alexander, que Luna era maravillosa y que la noche de juerga con sus respectivos padres es algo que repitieron muchas veces desde entonces. Y yo, saqué mi teléfono del bolso y mandé un mensaje, a muchos kilómetros de distancia, a un destinatario con el que no contactaba a menudo, pero que todas y cada una de las veces me sacaba una sonrisa con su respuesta.

 




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