Recuerdo una tarde de invierno, era sábado y no trabajaba, Zoe estaba en casa de unos clientes tomando medidas de las habitaciones que iba a redecorar para ellos y Harper jugaba en el salón con Charlotte. Releía por tercera vez, Matar a un ruiseñor de Harper Lee y me llegó un mensaje…
From Alma:
¿Alguna vez, a pesar de saber que era un error, te has arrepentido de lo nuestro?
Sonreí ante aquella pregunta.
Alma y yo teníamos ya poco contacto, no faltábamos a la cita de felicitarnos nuestros respectivos cumpleaños, de mandar al otro un mensaje si cambiábamos de número o en un momento de nostalgia, alguna de nuestras viejas fotos para hacernos saber que seguíamos, a pesar de los años y la distancia, formando parte del “Club de los mejores amigos del Universo”. Miré a mis hijas, levanté la vista y observé la pared llena de fotos de mi familia, de la de Álex y Luna, la vieja foto frente al mar de los cuatro y tecleé mi respuesta.
“Jamás Pequeñita, porque nos llevó a ser los que somos a día de hoy. Y algo que nos enseñó a ser felices de nuevo, nunca pudo ser malo”
From Alma:
“Yo tampoco… quería que lo supieras”
Recuperar a Alma, a la Alma que una vez conocimos y en un instante vimos alejarse, fue un proceso lento.
Empezó con su sonrisa mientras cenábamos de nuevo juntos en nuestro piso de la playa, mientras le cantaba bajito a MiniA una canción de cuna y yo creía que no podría querer a nadie como la quería a ella en ese momento. Alma volvía poco a poco a ser la misma, aunque me confesara esa noche el porqué de nuestra ruptura entre lágrimas y yo no pudiera hacer más que abrazarla y prometerle que jamás íbamos a dejar de ser amigos.
Lucía fue el ancla que la aseguró con fuerza cada vez que el temporal amenazaba con arrebatárnosla y esta vez, todos nos unimos para formar una cadena a la que pudiera agarrarse si las fuerzas le volvían a fallar.
Frente a nuestro mar, empecé a recuperar a mi amiga, a la que sus demonios me habían arrebatado, la guerrera que se volvió a poner en pie para no volver a caer de nuevo, la que empezó a trabajar los fines de semana en nuestro pub favorito, la que volvió a regalar sonrisas, la que atrajo de nuevo a caballeros de brillante armadura, que con la retirada del caballero maldito, decidieron probar suerte y llamar a la puerta de su castillo.
Era el momento de tragarme las ganas, esconderlas en un rincón y mirar hacia otro lado, mientras otro buscaba ganarse sus sonrisas y mirar a la que se sentaba a mi lado, buscando que le dedicara la mía.