Con el lío que montó Alexander por ponerse en modo padre conmigo, conseguí que su atención no se centrara en mi. Estaba donde necesitaba estar y lo entendí viendo reír a mi padre, a mi madre compartir la receta de los buñuelos de calabaza de la yaya, a mis amigos buscando mi mirada y haciéndome saber que todo iría bien, al resto de familias, siendo ellos mismos y hasta sentí algo de pena por Carla, que disimulaba como podía, que no se sentía fuera de lugar.
— ¿Puedo?— le pregunté señalando el único sitio libre, a su lado.
— Claro— no recuerdo haber hablado más de 5 minutos seguidos hasta ese día
— Alma... ¡no conozco a nadie!— me dijo angustiada— a vosotros sí, pero vuestros padres... Ya sabes.
— Dan miedo. No te cortes, si los hubieras visto el día que se conocieron, terminaron la noche en un karaoke y de allí siguieron la juerga en el hotel— y recordé como terminó mi noche. Fue la noche que Gabriel me regaló a Eir, la primera noche que pasamos juntos tras nuestro encuentro en el almacén.
— Gabe y tú estabais juntos— directa y clara, punto para Carla.
— Carla, Gabriel es uno de mis mejores amigos, si te molesta...
— ¡No! Sé que Gabe te quiere muchísimo, tranquila, no soy celosa.