Me limité a sonreírle tras sus palabras, esas que no me creí y me mordí la lengua para no contestarle. Mi madre y la de Luna llegaron al rescate con el regalo de MiniA y me distrajo ayudarlas a desenvolver cajas, mientras Carla se despedía de todos, porque volvía a casa a pasar las fiestas en familia y mi móvil vibraba en el bolsillo trasero.
De Gabriel: Álex es un blando y te deja cenar canelones.
Alma: Alexander me ama...— Cada "escribiendo" que leía, mi corazón se aceleraba más. Conocía nuestros juegos: lo doloroso que podía ser el de la verdad y lo peligroso que era el de los whatsapps a escondidas.
Gabriel: Te has callado con Carla... Alma: Es muy joven para escuchar ciertas cosas.
Gabriel: Miedo me das... Alma: Soy una santa.
Gabriel: Ay Almita, Almita...
Gabriel salió de la cocina pocos minutos después, me sonrió y al pasar por mi lado para recoger las cosas de la mesa y sacar la cena, me susurró "No juegues..." y en ese momento, pensé que por una vez no pasaría nada, que él estaba con otra y solo sería eso, un juego.
Alma: ¿Por qué no?
Gabriel: Porque eres muy joven para leer ciertas cosas.
Alma: ¿No querías saber porqué apagué el móvil?
Gabriel: ¿Todavía te queman los labios después de besarte?
Levanté la vista y Gabriel, desde la cocina me miraba fijamente.
Alma: No me has contestado.
Gabriel: Ni tú a mi... Pero lo apagaste porque no querías que interrumpieran lo que debería haber pasado.
Alma: ¿DEBERÍA? La que llegó es tu NOVIA.
Gabriel: No, no lo es. Pero sí que le debo el respeto que estuve a punto de perderle.
Alma: No será tu novia, pero tú si eres el suyo... Gabriel: Pequeñita, corta esta conversación... Alma: ¿Es una amenaza?
Gabriel me miró muy serio y me repitió el mismo mensaje "Corta esta conversación ya..." pero no pude, estaba perdida recordando y el beso de esa tarde desconectó mi sentido común, le miré y...
Gabriel: Mañana nos vamos a Galveston, vuelvo después de año nuevo. Pero te juro, que antes de que volvamos a vernos, habré hecho que te corras por teléfono. Levántate a cenar, bruja.
Alexander y Gabriel subieron del trastero el tablero de madera y los caballetes que utilizaban de mesa improvisada para estas ocasiones y sin Carla, éramos 15 adultos a los que se sumaron a las 23.00h los vecinos del primero que acababan de llegar a casa.
Mientras cenábamos, Gabriel se dedicó a enviarme mensajes cuando iba a la cocina a por otra botella de vino o a traer cualquier cosa que se le ocurriera que faltaba y con cada uno de ellos, me ponía más nerviosa. Andrea a mi lado, ajena a todo, de vez en cuando me preguntaba si estaba bien y yo achacaba el color de mis mejillas al vino que corría por la mesa. Esta vez la que le pedía que parara era yo, pero él se limitaba a sonreír y mandarme otro más explícito.
Luna se levantó a darle el biberón a MiniA cuando terminó la cena y yo abrí la puerta a sus vecinos que entraron cantando y con las manos llenas de botellas de sidra, repartiendo besos y subiendo dos puntos el nivel de la juerga que llevaban nuestros padres.
Cuando cerré y me di la vuelta para volver al salón, Gabriel me acorraló contra la puerta.
— ¿Dónde vas Pequeñita?— puso ambas manos en la puerta, encerrándome entre sus brazos y yo retrocedí cuanto pude. ¿No querías jugar Alma? Ten cuidado con lo que deseas, pues...