Alma temblaba.
Por un momento pensé que la había asustado y estaba a punto de quitar las manos y dejarla pasar, pero levantó la vista y me miró. En ese momento, si hubiera llegado el grupo de asalto que mi padre entrenaba, no me hubiera inmutado, porque la mirada de Alma era mi kriptnonita. Por unos segundos olvidé hasta hablar y de mis labios estuvo a punto de salir la pregunta que lo hubiera dinamitado todo. La que por suerte, ella cortó.
— Al salón, donde están tus padres, esos a los que les has presentado a tu novia esta mañana— Boom... Granada de mano cargada de realidad, que acababa de impactarme en el centro del pecho.
— No es mi novia, Alma— Quité las manos de la puerta, pero seguí tan cerca de su cara que podría haberla besado si me hubiera movido unos centímetros.
— Pero pasas las noches en su cama— Comandante, hemos perdido un hombre. Me aparté de Alma antes de decirle lo que acababa de pensar, que lo hacía por no poder pasarlas en la suya. Pero Alma, como una vez me dijo Álex, no era el polvo de una noche o meses, Alma era para toda la vida. Así que la dejé pasar y salí a la calle, ahora que nadie lo notaría porque estaban enzarzados en una performance de villancicos.