Salí de su casa como una delincuente.
Despacio y sin hacer ruido.
Llegué a nuestro piso y me recibió el silencio, Andrea y Bárbara aún no habían vuelto de casa de sus padres y agradecí no tener que dar explicaciones por mi ausencia. Me tiré en el sofá y Eir corrió a subirse a mis piernas, se restregó contra mi cara mimosa y tras rascarle detrás de las orejas, se tumbó sobre mi vientre mirándome fijamente.
— No me mires así, Eir... Estoy enamorada de un sueño imposible.— Eir se enroscó buscando su postura favorita y yo la acompañé, quedándome dormida hasta que mis ruidosas compañeras llegaron.
Esa mañana la pasamos entre capítulos, pizza y risas por los inapropiados comentarios de Bárbara sobre Geralt de Rivia en The Witcher, secundados por Andrea y seguidos del llanto cuando comenzamos a ver de nuevo alguna de nuestras películas favoritas. Y dándole mil vueltas al recuerdo de las manos de Gabriel sobre mis pechos y sus te quiero entre besos que me recordaban lo que no podríamos ser.
Cuando estábamos recogiendo los restos de nuestra improvisada comida, Andrea volvió tras su excursión al quiosco donde ya era VIP y mientras masticaba una regaliz roja, comentó que había visto a Gabriel con Carla. Me miró unos segundos buscando cualquier atisbo de malestar por mi parte y una vez más, me demostré ser una buenísima actriz porque al no encontrarlo siguió hablando.
— Estaban fuera de la cafetería de Colón, esa tan pija a la que siempre quieres ir— y miró a Bárbara que se hacía la ofendida por el piropo, llevándose la mano al pecho mientras le robaba una gominola— y no parecían muy contentos...— hizo una pausa y me miró esta vez de reojo, esperando que opinara pero en vista de mi silencio, decidió continuar— Esa pareja no tiene futuro, se ponga como se ponga la niña.