Tras la noche de San Valentín, la actitud de Carla hacia mí, no hizo más que empeorar.
Gabriel no quiso contarme que pasó aquella noche tras dejarme en casa, sólo jugamos de nuevo a ser los mejores amigos del universo, mientras dejábamos caer en cada palabra que siempre fuimos mucho más que eso.
Con el mes de Marzo, llegó el buen tiempo y los turistas empezaron a hacer acto de presencia una vez el mal tiempo nos hubo dejado para conquistar otras tierras. Se acercaba el primer cumpleaños de la pequeña Alma y tanto Luna como Álex andaban ocupados preparando la casa en sus ratos libres para la llegada del clan prejubilado al completo.
Gabriel terminó el trabajo pendiente con su tesis antes de tiempo, pero decidió apurar sus últimos meses en Valencia y hasta Julio no nos despedimos de él. Esos meses, los dedicó a leer, a cuidar de su sobrinita cuando sus padres estaban fuera y sobre todo, lo dedicó a demostrarme que nunca seríamos un adiós, seríamos un hasta luego.
Todas las tardes nos encontrábamos en la biblioteca, mientras yo estudiaba las materias que me restaban para terminar mi máster y él se enfrascaba en alguno de sus autores favoritos, regalándome una sonrisa sincera cuando nuestras miradas se encontraban más a menudo de lo que a Carla le hubiera gustado.
La máquina de café, fiel compañera de cualquier estudiante, era testigo de las peleas de ambos cada vez que Gabriel se levantaba y Carla le seguía recelosa de que no estuviera donde le acaba de decir que iba. Yo, me retiraba las pocas veces que no podía evitar coincidir con ellos, porque ella ya no se molestaba en disimular su desagrado.