Esta vez, será un hasta luego

Alexander

—¿Estáis juntos de nuevo? ¡¡¡No juguéis con mis sentimientos cabrones!!!

Sí, esas fueron mis palabras cuando vi entrar a Gabe cogido de la mano de Alma en nuestro piso. 

Han pasado 26 años, Gabe me acaba de llamar para decirme que el sábado tenemos una cita para una cena como las de antes y Luna, que me acompaña en el coche a visitar a nuestra hija mayor y ha escuchado la conversación por el manos libres, sonríe cómplice porque Alma le acaba de mandar un mensaje diciéndole lo mismo. 

Nos conocimos en el instituto el primer día de clase en Cádiz, Gabe acababa de llegar ese verano desde Texas y entró con la cabeza agachada dejando claro que su intención no era ni de lejos, hacer amigos, pero encontró a este gaditano cabezota, que vio en él lo que los demás ni siquiera intentaron descubrir y desde esa mañana que pasamos juntos en silencio durante la hora del almuerzo, no volvimos a separarnos.

Ese verano, lo pasé entero en Galveston con él y sus hermanas mayores, conociendo su pasado y los motivos de su actitud, viendo como Erin poco a poco se recuperaba de las secuelas del tiroteo y por primera vez, en lo que después se convirtió en nuestra cita anual, visitamos la tumba de Elizabeth.

Me sorprendió que una noche, mientras aprendíamos a jugar al póker con Chloe, Gabe le preguntara por la ubicación de su tumba. Me habló de pasada sobre su primer amor cuando empezamos a ser amigos recalcando que ya no estaba entre nosotros, pero no volví a preguntar al leer el inmenso dolor que se escondía tras esas palabras. Chloe le acarició el pelo, le anotó en un trozo de papel la dirección y a la mañana siguiente nos llevó hasta allí, a lo que me pareció el cementerio más bonito que haya visto nunca, The Old City Cemetery.

Recorrimos la inmensa explanada, rodeados de vegetación y algún que otro mausoleo, hasta llegar a una placa de piedra en el suelo sobre la que Gabe depositó una rosa blanca. Fue la primera de tantas veces que le vi llorar, pidiéndole perdón por no estar junto a ella cuando se desató el infierno. Le abracé mientras sollozaba y le dije al oído "No tienes que disculparte por lo que el destino hubiera previsto para ella, debes recordar que eligió ponerla en tu camino. Algunas personas llegan para dejarte solo un bonito recuerdo, otras llegamos para quedarnos"

Gabe se secó las lágrimas de un manotazo y muy serio me dijo "Prométemelo" y más de 40 años después puedo seguir afirmando orgulloso que es mi "Hermano de distinta sangre", porque juntos hemos pasado por lo mejor y lo peor que esta vida puede darte, por enfermedades, muertes, partos, ascensos, bodas... y a pesar de estar alejados por larguísimos periodos de tiempo, siempre nos bastó una mirada para saber los pensamientos del otro. De adolescentes no nos separaban ni con mangueras de agua helada, cuando volvió a EEUU becado para finalizar sus estudios de medicina y decidió quedarse unos años a trabajar, fundíamos las tarjetas en larguísimas llamadas e internet fue nuestra mejor aliada para ponerle un parche a la distancia. Un día Luna entró en nuestra clase y ambos perdimos la cabeza por nuestra rubia y aunque fui el primero en decir que un día me casaría con ella y Gabe permaneció en silencio mirándola, supe que le había tocado tan fuerte como a mí.

Luna y él, siempre tuvieron una conexión distinta a la que nos unía a nosotros, porque a día de hoy son capaces de pasar horas en silencio, uno junto al otro, con Luna apoyando la cabeza en su hombro y él, acariciándole la mano. Si dicha conexión fuera visible, cualquiera que entrara en ese momento vería como fluye la energía de uno al otro, sanando heridas y restableciendo su calma. Al principio, aunque esa adolescente callada dejara bien claro que me amaba a mí, sentía celos al verlos así, cogidos de la mano en silencio o abrazados en una de tantas ocasiones que Gabe llegaba y la estrechaba entre sus brazos sin saludar al resto, pero con el tiempo esa escena es la que rememora mi mente cada vez que Gabe no está a mi lado.

El día que encontré a Alma en nuestro viejo piso frente al mar, mirando una de las muestras de tejido que Gabe coleccionaba, tras la sorpresa inicial me bastó mirarlo un instante para entender que ya sentía algo por aquella chica. Desde el minuto 1 entendimos que su historia debían vivirla aunque conocieran su fecha de caducidad, aunque nadie más aprobara que se fueran a soltar la mano al final del arco iris como decía siempre Alma, porque parafraseándola "Los grandes amores, hay que vivirlos" y aunque Alma, no llegara para quedarse en su vida, nunca más salió de la nuestra.

Vivimos el comienzo de su historia con el beso que Gabe le robó a Alma en nuestra biblioteca, con su arrebato loco de tatuarse sin avisarme, con la noche en Londres esperando a que mi hija mayor llegara al mundo, con la vuelta a su Hades particular de Alma, nuestra luchadora y su consiguiente ruptura, con la llegada del huracán Carla que en vez de arrasar, unió. Y ese día, con ellos sonrientes y de nuevo de la mano, decididos a tachar los días restantes juntos.

No podré decir nunca que su despedida fuera fácil, de hecho no lo fue para ninguno de nosotros. Alma partió hacia Barcelona, Gabe hacia New York y nos quedamos los tres solos en Valencia aunque por poco tiempo, porque las gemelas ya estaban entre nosotros, aunque Luna aún no fuera consciente. Los años siguientes, Skype fue nuestro mejor aliado y las azafatas ya nos llamaban por nuestro nombre, primero a nosotros tres y más tarde a nosotros cinco. Vega y Gabrielle se unieron a nuestra loca familia y nosotros inundamos las redes sociales de sus orgullosos tíos con miles de fotos de nuestras pequeñas, para que nos acompañaran en el viaje que fue verlas crecer.




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