Caminó sin desesperación, pero atento a cualquier jugada de la sombra maligna que quería atemorizarle. Y mientras daba sus pasos, decía dentro de sí con voz aturdida:
— El diseño de los pasillos del Metro son todos iguales. Según mi memoria, voy en dirección norte de la estación—pensó francamente, junto a su esperanza—, y no me quedaré encerrado en este espantoso lugar oscuro. Dios me tiene que ayudar a encontrar la salida—.
Una esquina antes de llegar a las escaleras, al fondo de la estación, apareció una diminuta luz que fue percibida desde donde él estaba. Al momento de su aparición, se la encontró muy entraña, pero valientemente y apoyado en su decisión, dijo en sí mismo:
— No sé qué es ni sé quién es, pero me acercaré sin temor. Puede ser que sea una persona del área técnica del Metro y vino a ayudarme o a buscarle solución al problema— caminaba más rápido y confiado en que había llegado su socorro.
Mientras más se acercaba, la luz más se agrandaba. Pero hubo un momento en el que la luz se apagó y esta vez, con mucho temor, dijo dentro de sí:
— ¿Qué ha pasado? —Se detuvo y no se movió más, solo respiraba y se mantenía con los ojos cerrados— ¡Esto no es normal! ¡Aquí hay algo extraño!... ¡Dios mío, guíame! —.
Un destello le hizo una tocada en sus pupilas y cuando menos pensó que era esa pequeña luz, ahí mismo se dio cuenta de que sí era la realidad, cuando se encendió aquella luz: un velón, que era sostenido por una anciana de piel sucia, maloliente, que representaba la putrefacción de un muerto, y con piel muy arrugada, que casi se le caía a pedazos, pero no se le veía la cara.
Con la impresión en la cara, deslizó sus dedos (el índice y pulgar) por los extremos de su nariz, porque no aguantaba el vaho; y se paralizó aún más cuando aquella anciana desconocida estaba al frente de su rostro, con un calzado roto en la mano, el cual se le caía de las manos mientras le titubeaba. Pensó en acudir a la huida, pero no lo hizo. Pues, valientemente se quedó allí con la cobardía en un bello de su piel.
Ya en medio de la implorante escena, la anciana sacó de la oscuridad un pequeño cartón negro, manchado de sangre, muy sucio y de lado atrás, o sea, con el contenido de forma invisible, boca abajo. Se lo entregó sin hablar ni una sola palabra, haciéndole señas con su dedo putrefacto, para que lo volteara, y cuando lo hizo, pudo observar su fotografía en un recordatorio de su futura muerte, que en palabras impactantes leídas, decía: “¡Descansa en tormento, Jareh! ¡Nadie te recordará! Dejaste la fe y ahora tenemos más razón para llevarte con nosotros. Hoy es tu noche y tu lugar está en el tormento del Cementerio Nacional… ¡Corre por tu vida, pero te aseguro que nadie podrá salvarte en esta dura noche de Brujas!... —se quedó en el asombro, mientras sus grandes gotas lágrimas corrían por su rostro de canela; y se escuchó salir de la horrible boca de la anciana— ¡Morirás en la interesante tumba de lechooooo!”.
No había nada que le quitara la idea de que aquellas entidades malignas le estaban buscando a carta blanca, para llevárselo al tormento eterno; y con mucho miedo, pensaba:
— ¡Por qué tuvo que pasarme en este momento! ¡Dios mío, sálvame, y te prometo que volveré a la fe! —.
Se le erizaba la piel, dio dos pasos hacia atrás, y allí se esclareció el desgarrado y temido rostro de la anciana: era un rostro horrible, con quemaduras ensangrentadas, sus ojos eran aparentes a un gato, sus dientes filosos eran de cocodrilo, lengua de serpiente venenosa, cuello de jirafa para atrapar desde lejos a sus presas, y un cuerno gigante que salía de los lóbulos de su podrido cerebro.
Corrió como nunca, mientras aquella temible figura salía anillos de fuegos de su boca y de sus manos brotaban uñas sucias y muy filosas, que querían desgarrarlo hasta matarlo. Pues, ese espíritu malino casi salía de la estación subterránea, de tan grande que era; y estaba en forma humana y conocía sus ideales.
En realidad era tan ágil que logro alcanzarlo, pero Jareh estaba subiendo las escaleras a toda prisa y en plena oscuridad. Al instante de subir, las pesadas manos del espíritu maligno rozaron con sus largar uñas la costura del abrigo negro de ceda hasta cortar una parte de su espalda. Sentía cómo la sangre corría como si se tratara de un río desbordado. Y en ese instante, concluyó subir las escaleras sin saberlo, y tropezó con uno de los torniquetes de la salida, hasta salir del otro lado de la caja registradora de viajes; y se dio un fuerte golpe en la cabeza. Aunque quedó un poco aturdido y alucinante en la caída, no se desmayó.
Los ojos del espíritu maligno estaban encendidos como llamas rojas de fuego; y por segunda vez se dirigió a atacarle para matarlo. Pero Jareh fue muy astuto: se levantó y siguió corriendo para librarse de aquella bestia. Pues, cuando estuvo afuera, quedó frente a la gran puerta del Cementerio Nacional. Se abrieron las puertas con un gran chirrido, y algo lo empujó hasta una fosa que estaba en proceso de cavar. Y allí estaba la sombra roja diciéndole que se dirija a su presencia infernal.
En aquella estación Pedro Livio, próxima al Cementerio Nacional, la oscuridad fue el mejor aliado para infundir el terror en esa noche. En medio de todo, se sentía abatido y herido con dolores muy fuertes. Pues, cuando Jareh no pensó en lo que pasaría, ahí mismo apareció detrás de su espalda la temida bruja y anciana, que había hipnotizado a un zacateca para cavar la tumba de Jareh, lo que le permitiría la muerte y el descanso eterno en tormentos; y justamente en ese momento, le arrojó hacia la profundidad del hoyo en el que se había cavado para él; las ánimas pedían muerte. Y entre gritos y movimientos desesperados, clamó fuertemente con sus ojos cerrados: