Estaciones del Corazón

4: Invitación a la mansión Cánder

Un efebo…

Eso era él, un efebo indescriptible, no había palabra alguna que definiese su belleza surrealista. No existía en la faz de la Tierra criatura alguna que pudiese siquiera comparar su inocencia y vestigio con la de él. Thomas… En mí cohabita una trémula llama poeta, pero tú… eres poesía; tú eres el silencio y la calma en medio de una fatigante situación calamitosa, eres la noche estrellada que busco y espero cada día, eres la luz que me acentúa en esta realidad nigérrima. Eres el conticinio que todos anhelan en su día a día.

Es demasiado, lo sé, en unas horas te has convertido en demasiado; doy fundamento al hecho de que casi todos te catalogan como “prohibido” para una frágil doncella como yo. Eso soy, una débil y jovial muchacha de cabellos negros y tez clara que busca algún problema para llenar el vacío de su alma.

Tú, Thomas, debes estar lejos de mí, porque soy un lobo en acecho.

Y tengo hambre.

Un hambre voraz con la que puedo devorar cualquier anhelo o deseo tuyo. Yo, Amelian Cánder, conseguiré que tú me ames, no… No busco amor, solo quiero compañía, una sincera compañía que me abrace cuando tema o bese mi piel herida cuando me lastime, solo quiero… dejar de estar sola.

—¡Amelian! —repitió mientras giraba su cabeza de un lugar a otro.

Mi diminuta emoción culminó y pude reflexionar sobre mis acciones. Estaba dentro de la piscina con mi vestido negro empapado, ¡¿en qué pensaba cuando me lancé?! Tal vez… no pensaba.

Su ingrata felicidad me revelaba cuan sencilla y gentil lucía, y eso abría una fina herida en mi conciencia, ¿quién era esa niña que sonreía al darse cuenta que podía también realizar una buena acción? No… esa no era yo, ella era una farsante, ¡una copia! ¡¡No!!

«Debes tener más cuidado, ¿está bien? Nosotros, sí, animalitos como tú y personas como yo somos frágiles. Así que, ten más cuidado»

Recordarme de infanta lastimaba mi alma, destruía mi máscara y aniquilaba a mi sombra.

¡Esa no soy yo!

«¡Amelian! ¡¡Suelta al maldito perro o te juro que te golpearé!!»

Mi sombra… Ella es omnipotente, ve todo lo que hago y lo que no, escucha mis pensamientos y ve mis intenciones, ella, mi sombra, esa que siempre está, juzga todo lo que siento y agradece con sarcasmo en respuesta.

Un golpe o tal vez dos, pero esa es mi sombra y la amo, y ya no puedo desprenderme de ella, porque ahora soy de ella. Mi sombra me ama y hace todo por amor, mi sombra me protege y me motiva, mi sombra… no, ella no me lastima.

Pero duele.

No, ella es dulce, pese a ser oscura.

Me duele.

Pero… Thomas, yo realmente~

«Tranquilo, ¿sí? Todo está bien. No, no, no maúlles, estoy bien, ¿ah? ¿Esto? No duele, ay~ ja, ja, ja, ¡ya no me lamas! ¿Ves mi sonrisa? Eso indica que estoy feliz, sí, lo estoy, estar contigo me hace feliz, Nono»

Un golpe o tal vez dos, repetidamente, en cada ocasión que acariciaba a Nono, un perrito callejero, bastaron para reprimir ese inmenso deseo de proteger y ayudar a quien lo necesitara. Así que, Thomas, no esperes a que yo~

Así como un capullo de flor, la mía espera florecer en medio de un desierto tórrido, aún así, esa extraña flor de colores otoñales, se abre lentamente y deja caer pétalo a pétalo su pequeño escudo de hojas. Esa flor fría como el invierno no posee espinas, ni raíces, pese a ello, lastima; dentro de esa flor circula lava, un calor que puede ser controlado por la frialdad de su exterior, vivir, para esa flor, es un tormento.

—¿Amelian? —inquirió el joven de cabellos marrones, creyendo que se había imaginado mi presencia en su armónico escenario. Mi silencio permaneció indemne.

«Así que hallarás a alguien que te escuche, te ame y te vea. Y huirás con él hacia un apacible y calmado hogar, por eso, ya no llores, ¿sí? Amelian, ¡tienes un gran futuro! Te lo prometo... me lo prometo»

Vi las escaleras de la piscina a mi izquierda y supe entonces que era así como me encontraba en la vida, atascada, en busca de una escalera que pudiese sacarme de allí.

—¿Estás allí? —cuestionó un poco perturbado, por lo que decidió acercarse a la piscina—. ¡Amelian! ¡Si estás allí di algo! —exclamó con una voz temblorosa, arrodillándose bruscamente contra el piso.

¿Si estoy aquí?...

Miré sus ojos marrones claros que eran golpeados por la luz del sol, y disfruté de su sublime belleza. Sonreí por lo bajo. Él era el primero que se preocupaba por mí. ¿Yo estoy aquí? Sí, lo estoy, estoy con él y él está conmigo.

—¿Te lastimaste? —pregunté tocando su mano que estaba al borde de la pileta—. ¿Por qué pones esa cara? —dije con una voz amena y dulce que salía del alma.

Sus facciones se relajaron y tomó mis manos con sutileza.

—¿Por qué no respondías?

—¿Eso es lo primero que preguntas? —repliqué con un tono burlesco.

—Me asusté, creí que te habías ahogado —confesó.

—No lo hagas más.




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