07 agosto de 2016
—No puede ser—dijo después de vomitar por tercera vez.
Hasta hace unos minutos había creído que se trataba de un mal estomacal pero luego de recordar su humor durante la hora libre que ocupaban para comer, supo que no solo se trataba de que estuviera irritada y se sintiera mal, si no que sus sospechas apuntaban aquello que tanto temía: estaba embarazada o al menos todos sus conclusiones llevaban hacia ello.
— ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?— dijo angustiada sentándose a un lado de la taza del baño en el que se encontraba. Hace unas semanas atrás había terminado con su novio por sospechas de que él la engañaba con su mejor amiga, fue una riña bastante desagradable y desde entonces no se hablaban; ahora cómo podría decirle que posiblemente estuviera embarazada de él, se sintió de lo peor. No es que nunca hubiera deseado tener hijos pero no ahora que se sentía tan sola y confundida, tampoco tendría problema en su casa, ella ya era una persona independiente que podía mantenerse sola y su madre, estaría feliz porque ella siempre había soñado con ser abuela.
En su mente recordó la voz de Dee dee, un amiga que le dijo que si dejaba pasar mucho tiempo luego cuando quisiera tener hijos no podría.
—Ojalá te mordieras la lengua— pensó Verónica molesta y salió del cubículo del baño. Suspiró cansada y fue hacia los lavabos, donde se limpió las manos y luego paso agua por su rostro. En sí, su cuerpo no había cambiado mucho, se veía exactamente igual, ni siquiera su vientre se veía abultado ni nada parecido pero luego se dio cuenta que esa noticia no podía ser del todo malo, ese bebé era de alguien que amaba, aún después de esa riña, ella aún lo amaba.
Las lágrimas no se hicieron esperar y escuchó la puerta del baño abrirse, lo que la puso en alerta y se limpió rápidamente el rostro. No pudo ser peor el momento cuando vio a quien acababa de entrar se trataba de la “amiguita” de su exnovio, sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría y trató de salir sin prestarle mucha atención pero obviamente las cosas no pasarían de ese modo.
—Verónica, que gusto ¿Cómo has estado, linda?—preguntó con tanta amabilidad que a Verónica solo le irritó más su voz.
—Bien, discúlpame tengo prisa—respondió secamente en un intento de salir pronto de ahí. Sabía que de prolongarlo, las cosas se tornarían mal.
—Oye, espera— le sujeto de la manga de su blusa.
— ¿Qué quieres?— preguntó ella al punto del mal humor.
La chica notó que ella se encontraba irritada y se limitó a señalarle la orilla de su pantalón.
—Tienes sangre— dijo ella un poco desconcertada.
Verónica abrió grande los ojos y salió corriendo de ahí para dirigirse a la enfermería de la escuela. Tenía miedo, demasiado miedo de que la criatura que cargaba en su vientre estuviera en peligro.
— ¡Verónica, espera!— gritó la chica detrás de ella pero la ignoró.
—Dios, no, por favor no me lo quites. Sé que no lo pedí en mi vida pero por favor no quiero perderlo—pensó mientras corrió hacia la enfermería y de nuevo se sintió mareada, se paró un momento y alguien puso su mano en su hombro. Ella se giró débilmente hacia esa persona y lo vio, se trataba de él y sintió tanta felicidad como tristeza.
— ¿Verónica, estás bien?— preguntó preocupado hasta que notó la sangre que había en la orilla de su pantalón. — ¡Estás sangrando! Tienes que ir a la enfermería, ven te voy a llevar—dijo pasándose su brazo por su cuello.
— ¡Puedo hacerlo por mí misma, no necesitas preocuparte por mí!— gritó molesta y se alejó de él, llorando. Lo cierto, es que tenía miedo, quería decirle lo que pasaba pero no debía, ellos no deberían estar juntos, solo se hacían daño una y otra vez.
Verónica avanzó por el pasillo, faltaba menos para llegar a la enfermería cuando vio que la doctora platicaba animadamente con su hermano que trabajaba de conserje de la escuela.
— ¡Mi niña! — gritó al verla tan pálida y le indicó a su hermano que la ayudará a entrar al consultorio.
— Dios, qué te paso muchacha, nunca te había visto así— comentó ella al examinarla en la camilla.
— ¿Puede cerrar la puerta?— preguntó Verónica, tapándose los ojos con ambas manos.
— Claro, claro— respondió ella y le pidió a su hermano que saliera del consultorio.
— Ya estamos solas, cariño. Así que cuéntame ¿Qué te paso? ¿Por qué estas sangrando?— preguntó la doctora pasando su mano por su cabeza y Verónica rompió a llorar. La doctora y ella eran cercanas, cada que ella tenía algún problema solía platicárselo y desahogarse.