29 a 30 mayo 2017
La sangre se negaba a parar, salía a borbotones y cada vez me costaba más caminar. Mi respiración se volvió lenta y pesada, apenas podía mantener los ojos abiertos; mi cuerpo estaba muy magullado y cansado pero no dejé de caminar hacia el lugar que nos dirigiamos. No podía darme por vencida, tenía que seguir luchando por mí y por mi madre que se aferraba a mí y a la idea de que existía una cura para la maldición que me aquejaba desde el invierno pasado.
Lo que pasó fue una terrible casualidad como muchas desgracias suelen ser. Una noche de invierno que se desarrollaba de lo más inofensiva me encontré a un viejo hombre que no encontraba una dirección a la cual necesitaba llegar. De buena fé, me dispuse ayudarlo y luego de unos cuantos desvíos llegamos a una descuidada y alejada casa antigua; no pude evitar preocuparme por dejarlo en ese lugar y se lo externé pero luego de que me asegurará con toda tranquilidad que estaría bien, decidí que lo mejor que podía hacer era retirarme. Él me agradeció efusivamente mi ayuda y di media vuelta para irme pero al hacerlo una manada de perros salvajes de pelo ralo y oscuro me cerró el paso gruñendo y mostrando los dientes, obligándome a retroceder; fue entonces que lo presencié.
El anciano había desaparecido y en su lugar un apuesto hombre de ropajes inusuales se presentó. Era alto y de tez clara, delgado pero fornido. Su rostro era ovalado y estaba enmarcado por largos y rebeldes mechones azabaches que le llegaban hasta la altura de sus hombros. En la oscuridad, sus ojos color zafiro resplandecieron de forma similar a las bestias mientras una maligna sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía lo que significaba, estaba a su merced y no me quedó más que encararlo.
—Creo... sobra decir que he caído en su trampa. Así que la verdadera pregunta es… ¿Qué quiere de mí?— pregunté con altivez tratando de ocultar el miedo que sentía aunque mis ojos expresaran todo lo contrario; me obligue a no apartar la mirada de mi captor.
Él se aproximó hacia a mí con paso lento mientras con un ademán le indicó a la manada que abandonaran su postura agresiva y tomaran asiento como si fueran soldados bien entrenados; aguardando la siguiente orden de su amo. Al quedar frente a frente, acarició mi mejilla y con un manotazo lo alejé en un acto reflejo, aquello no lo tomó muy bien y sujetó mi mentón con fuerza.
—No bajas la mirada eso me agrada; una cualidad digna para mi futura esposa— dijo y antes de que pudiera replicar con la uña de su dedo índice rasgo en línea vertical desde mi ceja hasta mi mejilla izquierda; dejandome una horrible cicatriz.
Enseguida me aparté de él para colocar mis manos en la herida que me acababa de hacer. Emití un débil quejido de dolor y pude ver que estaba complacido con lo que acaba de hacerme. Traté de huir pero nuevamente los perros me cortaron el paso.
—¡¿Por qué me haces esto?!— grité con molestia volteando hacia él. —Si va a matarme házlo de una vez y déjate de tonterías...—agregué mientras me seguía sangrando la herida.
—¿Matarte? No, estás equivocada. Por qué tomaría tu existencia si me parece tan encantadora— dijo acercándose a mí y rodeó con su brazo mi cintura desapareciendo toda la distancia que existía entre los dos. Traté de resistirme a su agarre pero era demasiado fuerte para resistirme a él.
—Una vez marcada jamás podrás alejarte de mí. — continuó y acercó su rostro al mío, el cual giré para evitarlo una vez más pero sujeto mi cabeza con fuerza.
— Puedes resistirte todo lo que quieras pero al final terminarás viniendo a mí— río y luego besó la herida que acababa de hacerme.
Posó sus labios contra mi parpado y a su contacto sentí como si quemaran mi piel. Cerré los ojos y recuerdo que traté de alejarlo de mí pero no pude. Grité de dolor hasta quedar afónica y me sentí débil. Cuando abrí los ojos nuevamente, descubrí que me encontraba a oscuras en mi cuarto y lo primero que hice fue palpar mi rostro; la cicatriz estaba ahí, la sentí al pasar las yemas de mis dedos. Me levanté para comprobarlo mirándome al espejo de mi tocador. Encendí la luz para observar mi rostro y lo que vi me dejó impactada. No solo una horrible marca recorría mi rostro sino que el iris de mi ojo había cambiado a una tonalidad azul, justo como los ojos de aquel ser.
Me dejé caer de rodillas agotada en el piso de mi habitación y me pareció oír su voz dentro de mi mente:
—Hasta el próximo invierno, mi amable prometida—
Desde ese día mi vida no volvió a ser igual, le conté a mi madre lo que me había pasado y al ver la marca, me dijo que el “Nazul” me había marcado, que nadie debía darse cuenta de ello pero por mucho que lo tratamos de ocultar, las personas en la que confiamos para ayudarme divulgaron mi secreto y eso me hizo víctima de varios ataques… como el de ahora.