?? de ?? de 2017
No pensé lo que había hecho hasta que fue muy tarde, cuando tenía su sangre cubriendo parte de mi rostro y mis manos.
La cara de mi protegida me veía con terror empañada de preocupación. Ella al igual que yo no podía creer lo que había hecho; en un momento de ira había matado a su padrastro. Tan solo me tomó unos minutos, aplicarle una llave y cortar su cuello; no era mi primera vez arrebatando una vida solo hubiera querido hacer mi desastre un poco más “discreto”.
—Iori...— Me llamó Kisa en un chillido. En su rostro tenía las marcas de golpes que le había imprimido su padrastro antes de que yo interviniera y sus ojos estaban enrojecidos por las lágrimas que había intentado reprimir; se encontraban hinchados y llenos de miedo.Era la clase de mirada que recibía todo el tiempo de los demás y no me hubiera disgustado de no ser por el hecho de que ahora Kisa, mi única amiga, me veía de esa forma.
—No volverá a golpearte nunca más, no te preocupes. No dejaré que te culpen, me entregaré, diré que me enfureció y lo maté— le dije para tranquilizarla y fruncí mis labios en una sonrisa.
Ella ahogó un grito y corrió abrazarme.
— ¡No, Iori! ¡Él no me preocupa! ¡Me preocupas tú, Iori! Por mi culpa tú...tú...— chilló abrazada de mi cintura y aunque tenía ganas de abrazarla, me contuve. Mis manos estaban manchadas de sangre, no quería dejar ninguna pista en la sangre que los forenses pudieran malinterpretar para pensar que ella estaba coludida en lo que acababa de hacer. Les daría a su culpable y sé que no buscarían más cuando les revelaré que yo era XIII, el asesino del número romano. El asesino en serie que no habían logrado capturar en casi 3 años, desde que me inicié. Si necesitaba usar aquel as bajo la manga para salvar a Kisa lo haría porque ella para mí, era lo único que me mantenía conectado con el mundo. Mi afecto hacia ella no era algo romántico, era una cuestión de necesidad y curiosidad a mi desubicada brújula moral. La sencillez, humildad y amabilidad de Kisa me resultaba fascinante en contraste con la maldad que radica en mí. Es por esa razón que estar a su lado me mantenía tranquilo hasta que su madre se hizo de un nuevo novio y Kisa se convirtió en un triste fantasma con un montón de heridas sobre su cuerpo. Ya no podía soportarlo y terminamos en esto.
—Debes irte Iori— me indicó Kisa empujándome pero no me moví.
Negué con la cabeza y mis ojos se encontraron con los suyos; la diferencia de alturas era notable. Yo era más alto que ella y sentí que se había abierto una distancia inmensurable entre los dos. Pensé por qué alguien tan buena como Kisa tenía que pasar por ese infierno y yo que ya había arrebatado más de diez vidas me mantenía sin castigo alguno; tal vez al final, más que hacer aquello por ella lo hacía por mí, por mi curiosidad, aunque había algo que me había motivado a protegerla.
—La puerta está abierta, con permiso.— Escuché la voz de mi padrastro irrumpiendo en la entrada de la casa de Kisa. Antes de que pudiera reaccionar, llegó hasta la cocina donde nos encontrábamos Kisa y yo frente al cadáver del padrastro de ella..
Mi padrastro al ver la escena dejó caer las botellas de cerveza que se rompieron en mil pedazos contra el piso. Sus piernas flaquearon y cayó estrepitosamente contra el piso, me giré para mirarlo y la expresión de pavor en su rostro me hizo consciente de lo mal que lucía mi aspecto en aquella situación; sus ojos iban del cadáver de su difunto amigo hacía mí, sin poder digerir aún lo que estaba pasando.
—¿Qué… qué diablos pasó aquí? ¿Qué fue lo que hiciste?— preguntó al fin mi padrastro tartamudeando de miedo.
—Lo que se merecía. Todo mundo sabía la manera brutal en que golpeaba a Kisa y no hicieron nada. Bueno, ya lo hice yo. Puedes entregarme a la policía si eso quieres— contesté secamente.
— Iori, no—se quejó débilmente Kisa.
—Lo sabía, eres un demente... —susurró mi padrastro antes de salir corriendo.
—¡Avisaré a la policía!— gritó antes de desaparecer.
Empujé suavemente a Kisa lejos de mí y me dirigí a la entrada principal para esperar sentado en el pórtico a la policía.
—¡No Iori!— Kisa se aferró a mi mano para detenerme. —Les diré que he sido yo y tú trataste de detenerme… ¡NO DEJARÉ QUE TE ENCIERREN POR MI CULPA PORQUE… YO TE AMO IORI!—
—¡NO!— grité furioso y me sorprendí del propio tono de mi voz. Volví a calmarme y me giré hacia ella, restregué mis manos en la sudadera negra que vestía y me atreví acariciar su mejilla hinchada. Ella la tomó con sus dos manos y comenzó a llorar nuevamente.
—No digas que me amas Kisa… Yo no puedo tener esos sentimientos por ti, eres demasiado buena para alguien como yo… Si te quedas a mi lado sufriras y más cuando sepas la verdad...— le dije suavemente mientras me incliné hacia ella.
—La verdad que sea lo entenderé, te aceptaré. Yo no te temo Iori—dijo atropelladamente deslizando sus brazos por mi cuello.
—No lo entiendes ahora, pero lo entenderás cuando me tenga la policía. Así que esta es la despedida...— le dirigí una sonrisa y me incliné a besarla suavemente en sus lastimados labios. Ella me correspondió sin soltar mi cuello y acaricie su cabello. Era la primera vez que besaba alguien de esa forma, una vez encerrado no tendría una oportunidad así jamás; un último recuerdo de Kisa antes de recibir su desprecio.
Duramos así unos instantes hasta que alguien más irrumpió en la casa. Esta vez la persona que entró era la que menos quería que me viera en ese estado: Mi madre.