26 diciembre 2017
Era navidad, en la soledad de mi pequeño departamento, de mi pequeño mundo, cenábamos mi madre y yo; ocultos del ruidoso exterior que celebraba las fiestas. Mi hermano había avisado a última hora que no se presentaría, así que la cena que supuse sería para tres se convirtió para dos. No importaba, presentía que haría eso; él siempre parece huir de nosotros, creo que le duele recordar la difícil vida que llevamos de niños: Carencias, trabajo duro y el ruido de la máquina de coser de mi madre a las 12 A.M. que trabajaba sin descanso para poder alimentarnos. Fue una vida dura, desde que mi abuela nos marginó a una vida de carencias por su egoísta forma de ser; cerrando cualquier oportunidad a mi madre para que pudiera conseguir un trabajo dentro de su propia familia. Intervino hasta el punto en que finalmente logró su propósito. Ya no nos quedó un lugar a donde ir y cuando el poco dinero de los ahorros de mi madre acabaron, el hombre que no puedo llamar “Papá” también se fue; una época difícil que ni mi hermano, mi madre y yo podemos olvidar. No culpó a mi hermano de querer escapar.
—Yoru, vamos a cenar. Ya está todo listo—Me llamó la amable voz de mi madre desde el pasillo. Yo me encontraba en el cuarto, tratando de alisar mi cabello que bien podía confundirse con una madeja de estambre bien enredada.
Me miré al espejo mientras me cepillaba mi larga melena que ya me llegaba hasta la cintura. Hace cuatro años lo dejé crecer desde que me dejo mi última pareja. No sé si fue por falta de interés o por rebeldía pero solo lo deje crecer porque mi aspecto personal dejó de importarme. Tal vez solo era mi forma de decir que estaba triste por todo lo que me había pasado aunque las cosas habían mejorado bastante desde aquel entonces.
Salí del cuarto vistiendo una camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla, con mi cabello peinado en una larga trenza. Vi la cena puesta en mi pequeña mesa y a mi madre con un vestido blanco sencillo sentada en el otro extremo. Le dirigí una sonrisa y me senté frente a ella.
—Todo se ve delicioso, no se con que comenzar—dije saboreando lo que había en la mesa.
—Nada de eso. Primero debemos agradecer los favores de Dios Nuestro Señor—dijo ella juntando sus manos en una plegaria y cerró sus ojos. Yo la imité mientras en mi mente agradecí la oportunidad de una mejor vida y la buena salud de la que ella gozaba a pesar de sus múltiples dolencias.
Estabamos tan ensimismados en nuestra plegaria que no oí cuando alguien tocó el timbre; solo hasta que el sonido insistente reclamo mi atención, me puse alerta. No esperaba a nadie más aparte de mi hermano, que prudentemente tuvo la delicadeza de avisar que no vendría. ¿Entonces quién diablos venía a tocar a la mitad de la noche? No pude evitar ponerme alerta sobretodo por los recién reportes de robo con violencia a departamento; los ladrones no iban a dejar sus actividades por ser Navidad ¿Cierto?. Mi madre iba a levantarse a atender pero con un movimiento de mano le indiqué que guardara silencio y se mantuviera en su lugar. Me dirigí cauteloso a la puerta principal y pegué mi ojo a la mirilla para ver de quien se trataba. Había poca luz en el pasillo de afuera pero la suficiente para distinguir alguna silueta. Miré de un lado a otro y nada; no había nadie. Entonces, cuando pensaba en retirarme y decirle a mi madre que no había visto a nadie, un sobre de papel chocó contra mi bota. Lo levanté extrañado y lo revisé con cuidado, marcado con una excelente caligrafía estaba trazado mi nombre: YORU.
Yo conocía esa letra.
—¿Quién es?— preguntó mi madre.
—Lo deslizaron debajo de la puerta— contesté mostrando el sobre y con un tono un poco angustiado.—Es la letra de mi abuela—agregué sabiendo que eso era imposible porque mi abuela tenía 7 años de muerta.
Mi madre alzó las manos para que le entregará el sobre y al ver mi nombre en él, abrió grande los ojos.
—¿Cómo es posible?—dijo mi madre meneando la cabeza.
—No lo sé— dije sentándome cansado frente a ella.
—Ábrelo—dijo extendiéndome el sobre.—Es para ti, debes leerlo—
—No sé si quiero mamá ¿Por qué ella dejaría un mensaje para mí? Ni siquiera le agradaba...—resople.
—Vamos amor, abrelo. Son sus últimas palabras...— dijo bajando la voz.
La miré a los ojos y luego bajé hasta el sobre que estaba entre mis manos. Lo abrí y una pequeña nota venía en el interior. La desdoble y comencé a leer en voz alta:
Noviembre, 20XX
Mi querido Yoru:
Hay algo que debo decirte. Por favor, ven al lugar donde alimentabas a las palomas.
¿No lo habrás olvidado, verdad? Ibas de pequeño en compañía de tu abuelo...
[Texto ininteligible]
Lo lamento tanto, ya no hay tiempo. Deseo de todo corazón que tu corazón hallé la manera de disculparme por mis acciones y puedas venir a verme.
Te he estaré esperando. Tu abuelo te recogerá para llevarte conmigo.
Te estaré esperando, mi pequeño gatito negro. Ven solo.
Con amor
Tu abuela
Cuando terminé de leer, vi que mi madre que se tapaba la boca mientras pronunciaba un grito ahogado. De sus ojos caían lágrimas y yo solo me limité a rehuir su vista. Examiné la carta moviendola de un lado a otro, para ver las letras que no había podido leer pero una larga mancha carmesí las ocultaba. Por donde la viera, era la caligrafía de mi abuela y la mancha parecía sangre seca.
¿Cómo podía ser posible si ella había fallecido hace tanto tiempo? Además, ella era la única que me llamaba gato negro, por el color de mi cabello… A manera de burla, a manera de despreció…
¿Qué tenía que decirme una mujer que solo me había dado su despreció sobre su cariño?
—Hay un boleto de autobus— señaló mi madre un poco más serena.
Lo tomé de la mesa, seguramente se había caído del sobre cuando lo abrí. Revise la fecha del ticket y que partía mañana temprano.
—Es para mañana—dije absorto sin poder creerlo.
—Debes ir—
Yo la miré anonadado, no podía creer que ella quisiera que fuera a un encuentro que era de lo más descabellado. A quién se supone que vería realmente, los muertos no enviaban cartas.
—No sabemos quién ha maquinado esta broma cruel, mamá. ¿Y si es un lunático o un asesino?—dije preocupado.
—Es la letra de tu abuela, la reconocería donde fuera. Seguramente, se siente triste y arrepentida por lo que paso y su espíritu no puede descansar—contestó ella tristemente.
—No quiero dejarte sola. Tengo un mal presentimiento sobre esto— le tomé de las manos.
—Estaré bien, cuando regreses estaré aquí— me tranquilizó con su dulce voz.— Por favor, escucha sus últimas palabras—
—Esta bien, iré a ese lugar pero si notó algo raro. Me regreso enseguida ¿De acuerdo?—
Ella asintió con la cabeza y nos dispusimos a cenar.
Algo raro…
No tuve ni tiempo de reaccionar…